Cierto cuento frívolo que me obsequió una dama, allá en mis iniciales días de escribidor, presentaba a cierto célebre hombre de pluma, maltratando de palabra a una damisela que le preguntó cuál sería la mejor manera de empezar a escribir. -“Bueno -dijo el hombrón- yo creo que de izquierda a derecha”.
– Yo, por mi parte, opino que la respuesta galante y certera hubiera sido la que siempre doy a mis alumnos y con mi mejor buena voluntad.- “Leyendo, estudiando y viviendo. Las tres cosas intensamente…”
– Pero a lo que íbamos, es a la síntesis de un genial relato del maestro Gabriel García Márquez, basado en algo de la vida real, que es la más sabia maestra, conforme canta el salsero Rubén Blades, para que sufran los sapos.
Contaba el genial “Gabo”, que cierta noche lluviosa, una recién casada, pilotaba su coche por una carretera española, cuando de pronto, el caprichoso seis cilindros, empezó a toser, cascabelear y a perpetrar esas cosas que hacen los automóviles, antes de plantarse en seco.
UNA MUJER “MODERNA”
Ella -mujer moderna- se apeó consecuentemente, arrimando el trasto al borde del camino, para luego dedicarse a hacer señas a veloces conductores, a fin de que alguno de ellos, se animara a auxiliarla. Total -se decía a sí misma- todo estaba en que alguien la aproximara a un teléfono público -todavía no se inventaban los celulares- a fin de que pudiera llamar a su flamante esposo, que sin duda, acudiría a salvarla de tan enojoso trance.
Los coches, sin embargo, pasaban raudos, unos tras otros, sin que surgiera de la noche ese buen samaritano que María -así se llamaba la protagonista de la historia- necesitaba con tremenda urgencia.
APARECE UN “SALVADOR”
Finalmente, el conductor de un autobús que surgió entre la bruma, pareció interesarse en ella, le hizo un cambio de luces y en suma, se estacionó a unos metros de tan desesperada joven.
La puerta de la mole rodante se abrió al palancazo y un amable piloto casi jubilado, le hizo señal de que subiera.
María lo hizo sin dudar un instante, si bien, mientras iba subiendo, trataba de explicar a su inesperado salvador, que ella, sólo necesitaba que la aproximaran a un teléfono, que su coche se había averiado y en fin, todo su drama en vivo, en directo y además, sin cortes comerciales.
El hombre se limitó a mover la cabeza comprensivamente, al tiempo de indicar por señas a su eventual pasajera, que tomara asiento y se mantuviera tranquila.
El furgón de las sombras, avanzó unos kilómetros, en tanto María, observaba con preocupación, que el resto del pasaje, estaba integrado por mujeres de mirada ausente, monitoreadas por una enérgica guardiana que recorría el pasillo vigilándolas sin reparo alguno.
VIAJERAS EXTRAVIADAS
Finalmente, el bus se detuvo frente a la imponente fachada de una institución de reja y piedra, en tanto, la guardiana iba ordenando a las viajeras nocturnas, que fueran bajando ordenaditas nomás. Habían llegado al manicomio.
María descendió al final, como si con ella no fuera la cosa y vio que la guardiana entregaba el lote a una comisión de cuatro colegas suyas. Todas siniestramente ahombradas.
Una vez recontadas las pasajeras, María se dirigió cortésmente a la machona que parecía tener el mando, para decirle: “Disculpe señora… yo sólo he venido para que me presten el teléfono…- “Ya, ya -le respondió la matrona- tranquila y calladita nomás… ponte en la fila. Después hablamos del teléfono”…
– María atisbó que la situación empezaba a complicarse y entonces, cometió el error de alzar la voz, ensayando un: “Es que usted no comprende. Yo no soy ninguna loca… Sólo necesito hablar por teléfono”… -Y ahí nomás, la matrona perdió la paciencia y a un gesto suyo, cuatro fornidos “boy scouts” surgieron de la nada y aplicando a la alegosa una doble llave de lucha mayor, la encostalaron abrochándola a una camisa de fuerza.
UN INÚTIL PATALEO
Como pataleaba y seguía alegando, una mano veloz, le aplicó una “ahuevina” de urgencia y la mujer que sólo quería un teléfono, aterrizó noqueada en el dormitorio común de las locas bravas, pabellón once a la izquierda el jardincillo.
A la mañana siguiente hizo pacíficamente su cola, charola en mano, para recibir el desayuno de hospital y unas horas después -indoblegable- pecó en insistir con el tema del teléfono, se quiso poner flamenca con una inspectora de patio por lo cual se ganó un violento par de bofetadas y una nueva encostalada, con su “ahuevina” más, y de yapa, un tremendo duchazo de agua glacial, a fin de que entendiera lo que es la disciplina “my broder”.
– “Telefonito, te voy a dar yo, imbécil”, escuchó que murmuraba la inspectora, una catalana de malas pulgas.
AL CORRER DE LOS MESES…
Pasaron los días y los meses y mal de su grado, María se fue asimilando a la rutina del manicomio, pues había comprendido y bien se sabe, que hasta los locos, cuando empiezan a comprender, es porque ya no están tan locos, oiga usted.
De pronto, casi al cabo de un año, brilló una lucecita al fondo del túnel. Una doctora visitante -medio lesbiana, dicho sea a la volada- se acomidió a escuchar la historia de María y su bendito teléfono, intercambiando ciertas “chapaditas” y una que otra promesa de intimidad mayor, en canje al ofrecimiento de llevar un mensaje al reclamado esposo de tan original paciente.
La susodicha resultó cumpliendo y… milagrosamente, el cónyuge de María, apareció cierta tarde en la Dirección del hospital psiquiátrico y mientras la dama del cuento, se desesperaba gritando -a medio tono nomás, porque ya conocía las consecuencias de mostrarse bravía- el Director de la institución explicaba al preocupado señor, que María, “estaba siendo tratada con medicamentos de última generación, aunque todavía no se había logrado aconductarla plenamente” y mucho menos disuadirla de esa manía recurrente, de estar pidiendo que le facilitaran un teléfono”. (CONTINUARÁ)