María Rostworowski, una peruana brillante

 

María Rostworowski, destacada historiadora peruana, falleció a los 100 años de edad. La autora de libros fundamentales para entender el Estado Inca como «Historia del Tahuantinsuyo» (1988) y «Pachacútec» (1953) abrió con su trabajo sendos caminos de investigación sobre nuestro pasado e inspiró a varias generaciones de historiadores, arqueólogos, antropólogos, sociólogos y psicoanalistas.

De padre polaco y madre puneña, nacida un 8 de agosto de 1915, es una de las principales etnohistoriadoras del siglo XX. En homenaje a su cumpleaños número 100, recordamos sus aportes a la historia del Perú, su vida personal y su encuentro con Raúl Porras Barrenechea.

Aportes

Historiadora autodidacta, alumna libre de San Marcos, discípula de Raúl Porras, madre y abuela cariñosa, tuvo grandes aportes. En su primer libro ‘Pachacútec Inca Yupanqui (1953), rescata la importancia de este gobernante inca en la construcción del Tahuantinsuyo.

Sus estudios sobre las ciudades precolombinas de la costa peruana revelan un campo poco estudiado hasta entonces (Curacas y sucesiones: costa norte, 1961). También tiene obras orientadas a la investigación de género, como ‘La mujer prehispánica’, en 1986.

También tiene estudios sobre la permanencia y cristianización de cultos precolombinos, como ‘Pachacamac y el Señor de los Milagros: una trayectoria milenaria’, de 1992. Ha sido directora del Museo Nacional de Historia (1975-1980).

En 1983 publica su «obra mayor»: Estructuras andinas del poder: ideología religiosa y política. Ya cumplió un siglo de vida y María Rostworowski sigue trabajando con entusiasmo y dedicación.

Su vida

Aquí, momentos de su vida contada por ella misma en entrevistas a Rafael Varón, Nelson Manrique, etc.

Mi padre era aventurero y le gustaba lo nuevo, lo exótico; para él el Perú era algo totalmente distinto. Mi familia materna estaba afincada aquí… He sido concebida en los Andes, en Puno; creo que de ahí viene ese profundo sentimiento andino que tengo… Nos fuimos de aquí cuando tenía cinco años. Estuvimos dos años en Polonia, pero mi madre no aguantó su clima duro y entonces mi padre compró una hacienda en Francia.

De chica no he ido a ningún colegio, por eso no tengo ningún papelito, siempre con institutrices. Me enseñaban de todo pero en general las he odiado y supongo que yo sería insoportable.

Estuve dos años en Inglaterra, el colegio era excelente pero las gringas jugaban tanto deporte y yo era antideportista, no me gustaba correr atrás de una pelotita. Después fui a Bruselas, al sagrado Corazón, donde la educación era nada.

Hasta entonces yo no me sentía de un país: yo no sabía que lo que en realidad estaba buscando era mi identidad; y estando aquí me interesó mucho la historia inca, pero no encontré una que me satisfaga. Lo único: lo escrito por Markham, pero era muy superficial; y cuando me casé, mi marido Alejandro Diez Canseco me ayudó a buscar raíces. Viajamos por el Perú, apoyó que estudiara a los incas, que haga una biografía de Pachacútec.

Cómo se interesó por la historia del Perú

Desde siempre la historia me interesó. Desde pequeña leía todo lo que podía ser historia que caía en mis manos. Al venir al Perú tenía una gran curiosidad y me preguntaba cómo era el Perú antes. Los Incas, el libro de Markham, me causó gran impacto. Habla mucho de Pachacútec y Túpac Yupanqui. Mi marido me ayudó mucho, porque viajábamos bastante por el Perú y me compraba todas las crónicas que en ese momento casi por primera vez se divulgaban, porque antes Garcilaso era el único que prácticamente existía.

Como no podía hacer una vida muy activa, porque estaba siempre recuperándome de alguna enfermedad, leía mucho. Y es así que, para reponerme de un ataque de paludismo, fuimos en las vacaciones de invierno a Ancón, a la pensión «Paulita». Entonces se produjo mi encuentro con Raúl Porras.

Él estaba con sus discípulos en el departamento de su madre y pasaba a almorzar a la pensión. Vio que yo ni siquiera levantaba los ojos, metida en un libro de Riva Agüero. Le llamó la atención y conversamos. Le conté la osadía mía de querer escribir un libro sobre Pachacútec.

Discípula de Porras Barrenechea

Entonces me enseñó desde lo preliminar: cómo fichar, cómo investigar; los puntos básicos de un investigador: la veracidad de lo que uno dice, citar siempre exacto, nunca citar de citas, qué sé yo, todas las cosas básicas de lo que es una ética del investigador.

Porras me ayudó mucho en mis investigaciones. Yo lo aprovechaba, lo invitaba a comer a mi casa, le gustaba la comida francesa, lo engreía (…)Lo recuerdo sin su chaleco, caminando de arriba a abajo y yo apuntando todo lo que me decía: «archivo tal, archivo cual, ve a tal, ve a éste, ve al otro, busque aquí.

Después le di el libro a Porras para que lo leyera. Le gustó, era justamente el año 51. El Congreso Internacional de Peruanistas, organizado por el cuatricentenario de la fundación de San Marcos, fue mi debut, porque me dijo que presentara una ponencia sobre las sucesiones incas…

El libro de Pachacútec debió haber sido premiado, pero no me dieron el premio; me lo quitaron. Era el premio Garcilaso de la Vega, que otorgaba entonces la Casa de la Cultura.

La comisión técnica, integrada por Porras, Aurelio Miró Quesada y Alberto Tauro, me dio el premio. Luego, el gobierno de Odría desconoció el dictamen y se lo dio a Eguiguren. Porras estaba furioso.

Su universidad, San Marcos (Un testimonio) 

He manifestado muchas veces que soy autodidacta, hecho que influye en mis remembranzas y las hace más personales. Sin embargo, puedo decir que los años de aprendizaje los viví en los claustros sanmarquinos. Mi condición no me obligaba a nada, podía asistir a los cursos que más me interesaban. No daba exámenes, pero a pesar de estas ventajas añoraba dejar de ser una alumna libre y hubiera preferido estar atada a horarios y deberes. Solo con los años he comprendido y valorado mi situación y mi libertad de aquel entonces, al no tener que asistir a cursos obligatorios.

Me veo en la situación de explicar por qué no podía ingresar normalmente a la universidad: por no poseer los certificados que acreditaban siquiera haber aprendido a leer. Había pasado la mayor parte de mi niñez y juventud en Europa y mi padre, con cierta despreocupación, no conservó los papelitos necesarios. ¿Acaso una hija tenía que estudiar? ¿El matrimonio no era la meta de toda joven?.

Me faltaban los certificados de educación media porque la primaria la pasé en el campo, con profesores, situación bastante aburrida que me era imposible acreditar. Al momento de rescatar de los colegios los necesarios certificados, el estado del mundo era un caos, no se podía obtener nada de Europa, no existía ningún tipo de correspondencia ni de comunicación. El colegio inglés donde cursé dos años se situaba sobre los acantilados de Brighton y se había convertido en un cuartel para los soldados de la defensa de la costa británica. Bruselas sufría la ocupación alemana.

Me perdonarán esta digresión para explicar mi situación y el no poder ingresar a San Marcos; fui una alumna marginal, situación que me dolía profundamente.

Por esos años, grandes e ilustres maestros dictaban cursos en el Patio de Letras, como Raúl Porras Barrenechea, Luis Valcárcel, Julio C. Tello y otros. Para mi buena suerte conocí a Porras y se interesó en mis investigaciones. No solamente apoyó mi proyecto de escribir una biografía del inca Pachacutec, sino que con su profunda vocación de maestro me orientó y enseñó cómo investigar historia, cómo fichar, y me suministró la bibliografía necesaria. Además, me consiguió la autorización para ser alumna libre en San Marcos y el acceso a la biblioteca central.

Así un día, tímidamente y con gran respeto, me asomé por primera vez a la universidad. El aula donde hablaría el maestro estaba colmada y los alumnos se apiñaban. Con dificultad me hice un sitio, nadie quería perderse ni una palabra del curso. Brillantes eran las charlas de Porras, los sucesos de la conquista eran repasados con erudición y ante la expectante audiencia desfilaban los galeones, los soldados con sus yelmos, arcabuces y alabardas. Imaginábamos la llegada de Pizarro en su tercer viaje a Tumbes y su sorpresa al hallar la ciudad en ruinas y quemada después de la derrota naval que sufrió Atahualpa ante el empuje del curaca de la isla Puná, partidario de Huáscar.

En otras ocasiones Porras Barrenechea explicaba el valor de cada crónica y analizaba la veracidad de sus autores. Distintas eran las conferencias de Arqueología del Dr. Julio C. Tello, ellas tenían lugar a las siete de la mañana y era una carrera para llegar a tiempo a San Marcos. Primero había que tomar el ‘urbanito’, un pequeño bus un tanto destartalado, atestado de gente, que después de dar mil vueltas por el ‘balneario’ permitía tomar el tranvía hasta el Centro de Lima. Mis salidas tan matutinas de la casa disgustaban a mi marido y a mi hija, y ambos se confabulaban en sus protestas.

No menos interesantes eran las charlas del Dr. Luis Valcárcel sobre Etnohistoria; fue él quien acuñó el término para designar el estudio del pasado andino por ser el pueblo del Ande su tema principal de estudio. Las noticias y la investigación giraban en torno al hombre y a los grupos étnicos. El doctor hablaba sobre el Cusco, sus soberanos, los episodios conocidos de su historia; sus palabras me obligaron a desear viajar a la capital del Tahuantinsuyu, y recuerdo el impacto que me produjo su primera visión. Quedé deslumbrada por su belleza, su luminosidad y los colores de su campiña. El Cusco se volvió un recuerdo inolvidable.

Un importante acontecimiento en San Marcos fue el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, organizado por el doctor Porras Barrenechea, director del Instituto de Historia de la Facultad de Letras, con ocasión de celebrarse, el 12 de mayo de 1951, el IV Centenario de su fundación por Cédula Real de Carlos V y de la Reina Madre Doña Juana.

En respuesta a la convocatoria acudieron eminencias, profesores y alumnos nacionales y extranjeros de las especialidades de Historia, Arqueología, Etnología, Arte y Folclore.

Por entonces había terminado la primera versión de la biografía de Pachacutec Inca Yupanqui, y Porras me pidió presentar una ponencia sobre un capítulo que trataba de las sucesiones inca por encontrarlo novedoso. Aquello fue mi debut, y por supuesto estaba aterrada de hablar ante destacadas personalidades. Recuerdo que Wendell Benett se percató de mi angustia y me tranquilizó con palabras de aliento.

Para terminar estas cortas notas sobre mis recuerdos —no en vano pasan los años— añadiré que al no haber sido una alumna en situación normal, ni haber enseñado en San Marcos, no tuve la oportunidad de ver los defectos que otros pudieron sufrir […]. Para mí San Marcos representaba un ideal, un centro de sapiencia.

 

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