México se somete al Lobby Gay

 

El pasado 17 de mayo, “Día Internacional contra la Homofobia” el presidente de México, Enrique Peña Nieto, propuso reformar la Constitución y el Código Civil, secundando dócilmente la agenda del Lobby Gay: matrimonio con adopción para todo el país, posibilidad de cambiar de identidad sexual en los documentos oficiales, así como evitar toda forma de “discriminación” a través de la “educación”; es decir, adoctrinar a los niños en la ideología de género desde su más tierna infancia a través del Colegio. Si ya resulta curiosa le existencia de un día “contra la Homofobia”, es decir, declarar enfermo mental a todo aquel que disienta de una postura impuesta como la única válida -¿no habría que hacer un día contra la “comunistafobia”, la “católicofobia”, la “alianzafobia”, etc.?-, más extraño resulta que el presidente lance esta propuesta, cuando tiene muchísimos problemas más urgentes por resolver en su país: la violencia, el narcotráfico o la caída del peso frente al dólar, por citar sólo algunos.

El grueso de la población está perplejo frente a este golpe de mando presidencial. No sabe a qué achacarlo, ¿será –como sugieren los obispos mexicanos- por presiones internacionales?, ¿será por distraer la atención de los graves problemas que se muestra incapaz de resolver?, o ¿será que por debilidad mental lo han convencido de semejante disparate? En cualquier caso ha querido destacar como “progre” y “pasar a la historia”. Hasta el momento presente, únicamente se había distinguido por una serie de escándalos rocambolescos: la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa, donde narcotráfico y gobierno local actuaron coludidos para perpetrar el horrendo crimen, la internacionalmente famosa fuga del “Chapo Guzmán” y la casita de 7 millones de dólares adquirida por la Primera Dama, por citar solo algunos ejemplos.

Ante tanto y tan estrepitoso fracaso, lógicamente su popularidad estaba por los suelos. No pudiendo reflotarla frente a sus conciudadanos, ha probado buscar reconocimiento en el foro internacional, siguiendo sumisamente la línea política marcada por Barak Obama, de secundar globalmente la ideología de género y todo el amplio y exigente pliego petitorio del Lobby Gay. Su estrategia tuvo éxito, pues rápidamente la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la administración Obama y un largo etcétera aplaudieron su “valiente” gesto. Hay que decir que a lo “valiente” se le une lo impopular, pues si bien esas medidas ya son una realidad en la Ciudad de México, el resto del país se muestra más bien indignado por semejante postura. En México, además de existir una Constitución Federal, cada uno de los 32 Estados que lo conforman tienen una propia. Ahora mismo está teniendo lugar el proceso para crear la Constitución de la Ciudad de México. Sin embargo, en esta entidad, tras más de 20 años de gobierno ininterrumpido de la izquierda, todas las demandas hechas hasta el momento por el colectivo gay han sido cumplidamente satisfechas, pero en el resto del país soplan otros vientos.

Parece que es más sencillo satisfacer los voraces deseos del Lobby Gay que resolver los reales problemas de la sociedad. Quizá por eso, los gobiernos que se muestran incompetentes para resolver los segundos, prueban fortuna dejando satisfechos a los primeros. La Ciudad de México tiene fuertes problemas de desigualdad social, pobreza, contaminación, transporte, etc., pero eso sí, los homosexuales pueden adoptar niños y está duramente penado cualquier gesto o actitud en su contra.

La sociedad civil se ha unido para hacer frente a semejante imposición presidencial, sin embargo, la prepotencia de los gobernantes no deja espacio para demasiadas esperanzas. Al igual que Bachelet en Chile legalizó el aborto teniendo el índice de aprobación popular por los suelos, Peña Nieto puede salirse con la suya. La cuestión está ahora en manos de los legisladores, ¿guardarán su lealtad al presidente o al pueblo que los eligió? Por el momento no se sabe, pero lo cierto es que las presiones ideológicas, políticas e internacionales soplan en favor de la reforma presidencial. Ya lo dice un viejo refrán: “pobre México, ¡tan lejos de Dios!, y tan cerca de los Estados Unidos…”

 

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