A muchos entrevistadores hemos visto lanzar ladrillazos a sus entrevistados, en su afán por ocultar la inexistencia de una investigación previa. Otros, en un intento (fallido) de imitar a Oriana Fallaci.
Ella fue una periodista, escritora y personalidad mundial que dominó como nadie antes o después, la técnica de la repregunta. Alguna vez dijo que la entrevista es un acto de violencia y no concedió nunca alguna.
No se callaba nada, a Galtieri le dijo torturador, al Ayatollah Jomeini, tirano. Sus preguntas incomodaron al líder palestino Yasser Arafat pero fue al poderoso Henry Kissinger a quien puso en aprietos al lograr de él una declaración comprometedora.
Ella hablaba de tú a tú con los líderes más poderosos porque tenía los conocimientos, la experiencia y la pasión necesarias para conducir una cruzada, la suya fue contra cualquier forma de tiranía.
Oriana Fallaci (Florencia, Italia, 1929-2006) acaba de ser considerada como el/la periodista más famoso/a de la historia por el portal de Internet Pantheon, dedicado a designar a los “dioses” para cada especialidad.
En una lista en que Joseph Pulitzer sorpresivamente está en quinto puesto y no al menos en el segundo, ella aparece primera de lejos. Esto, debido a las ventas de sus libros, a las búsquedas en Internet y otras variables de la fama determinadas por el citado portal.
Oriana fue hija de un antifascista florentino a quien los nazis apresaron, y para cubrir su ausencia en la necesaria tarea de apoyo a los partisanos de la resistencia, asumió el suministro de pertrechos bélicos. Lo insólito es que entonces tenía poco más de diez años de edad.
Para hacerlo, debía vadear el río Arno cuyo puente habían volado las tropas invasoras. Llevaba las granadas de guerra ocultas en una canasta con verduras. Hizo esto por algunos años, hasta los 14.
Ese fue el inicio de una vida “valiente y desmesurada como la ha descrito el periodista Enric González (Diario El País, 16-09-2006).
Jamás guardó silencio sobre la condición de la mujer en el mundo islámico. Tuvo frases duras para Europa al advertirle sobre el riesgo de ser tan permisiva con el expansionismo del islam radical, cuya meta era infiltrarse y como vemos, lo está logrando.
Oriana Fallaci estuvo en la guerra del Golfo y mucho antes en las trincheras de Vietnam como corresponsal. A su regreso describió las atrocidades de ambos bandos, y supo mostrar también los numerosos actos heroicos y gestos nobles que también se pueden dar en la guerra.
Ningún parecido con los necrófagos que enfocan siempre y solo, el lado oscuro de la humanidad.
En sus 77 años de vida escribió doce libros y vendió más de 20 millones de ejemplares. Uno de esos libros se llama “Entrevista con la Historia” y en él reúne sus diálogos con los personajes que ejercieron el poder.
En el capítulo de introducción ella se pregunta “¿Quién nos aporta pruebas capaces de demostrar la verdadera naturaleza de Jerjes, de Julio César o de Espartaco?
Lo sabemos todo sobre sus batallas y nada sobre su dimensión humana”.
La transcripción de sus encuentros con los líderes fuertes como Arafat, Golda Meier, Fidel Castro, Indira Ghandi y otros muchos pueden encontrarse en ese libro del cual hay una versión gratuita en la web.
“Entrevista con la Historia” finaliza con un personaje que es la antítesis de los poderosos: el mártir griego Alexos Panagulis, asesinado justo cuando iba a presentar pruebas contra el “régimen de los coroneles”, la dictadura de los 70 en Grecia.
Panagulis fue el compañero de Oriana y acerca de él y de su lucha frontal contra la dictadura -lo que le costó la vida- trata el libro titulado “El Hombre”.
Sobre esta entrevista dice Astric Pikielny en La Nación (28-07-2013) que en ella Oriana “se entrega a la historia de Panagulis: Un himno a la libertad que ni los años de cárcel, espionaje y torturas pudieron acallar”.
En México, durante la infame matanza de estudiantes de Tlatelolco, en 1968, ella resultó herida de tal gravedad que su cuerpo acabó en el mortuorio, donde un capellán supo ver sus débiles signos de vida. Estaba destinada a morir de cáncer, no de guerra.
Esta es una modesta semblanza de esa guerrillera de la palabra cuya vida abarcó gran parte del siglo XX y arañó apenas el XXI, con la fuerza de un torbellino pero también con sapiencia y con gran empatía hacia las víctimas de las tiranías que combatió de modo tan comprometido.