Hace cuatro días, el 16 de junio, se cumplió en algunas latitudes el ritual del “Bloomsday” que no es sino la celebración de “Ulises”, obra del escritor irlandés James Joyce considerada la novela modernista más importante del siglo XX.
La novela trata de las aventuras de Leopold Bloom por la ciudad de Dublín el 16 de junio de 1904. Bloom es judío y la novela sugiere ser un paralelo de la Odisea, del poeta griego Homero.
En palabras de Dietrich Schwanitz, es la manera que tiene el autor de decirnos que nuestra cultura está bañada por dos grandes ríos, uno que nace en Israel y el otro en Grecia.
Como saben los lectores de Joyce o lo deducen, lo de Bloomsday es una especie de juego de palabras en inglés con la expresión “Doomsday”, día del juicio final.
Una de las celebraciones más conocidas aparte de la de Dublín se da en Spokane, Washington cada 16 de junio y consiste en una carrera de media distancia desde las faldas de la colina Doomsday que se corre en el Bloomsday para recordar durante 12 kilómetros, las 24 horas del personaje de Joyce.
El 2014 participaron 42 mil corredores o “bloomies”; muy pocos de ellos habrán leído el Ulises porque no es una obra que aspire a “bestseller”. Es típicamente un libro para minorías por su complejidad, su extensión, su estilo de monólogo interior, para muchos, hermético. Pero difícilmente ignorado.
Cada año se va extendiendo este culto, tal vez por algo que dijo el propio James Joyce refiriéndose a su obra fundamental: “He puesto tantos enigmas y acertijos que la novela mantendría ocupados a los críticos durante siglos, discutiendo acerca de lo que quise decir. Esa es la única forma de asegurarse la inmortalidad”.
Ironías aparte, uno de los comentarios de esta obra más conocidos es el del siquiatra suizo Carl Jung, quien narra que mientras lo leía iba maldiciendo, odiando, admirando (hay tiempo para todo eso) y no excluye la veneración.
Jung dijo que el Ulises es “un ejercicio espiritual, una disciplina estética, un ritual agonizante, un procedimiento arcano; dieciocho alambiques químicos (el número de los capítulos) apilados uno encima del otro y que al terminarlo, un mundo se ha desvanecido y se ha vuelto otro”. (Esta cita aparece en Pijama Surf).
La novela se publicó en 1922 y por doce años estuvo prohibida en Estados Unidos bajo el cargo de obscenidad. Más que obscena es desinhibida e irreverente en varios de sus pasajes y también divertida en muchos otros.
Ulises no es libro que uno recomiende a sus amigos lectores, es una obra a la que se llega por búsqueda propia y las reacciones suelen ser definidas: Muchos lo aman, muchos lo odian (entre ellos Paulo Coelho, no es para asombrarse). Pocos lo terminan.
Los que abandonan es por no poder o no querer navegar en las aguas de una Odisea transformada en la odisea cotidiana de un hombre promedio, donde no hay pasado ni futuro, es pensamiento que discurre en un eterno presente.
En el largo monólogo final, el de Molly, no resulta fácil reconocer a primera vista en ella a la Penélope homérica.
Es, en cambio, una Penélope post moderna que no guarda fidelidad y en cambio es, aparentemente un símbolo de la madre Tierra acogedora y fecunda.
Es ella quien cierra el libro; sus últimas palabras cuando Leopold ha vuelto y se acuesta a su lado, en un monólogo que fluye sin puntuación como las divagaciones del pensamiento, lo expresa en frases muy largas que finalizan con “…y su corazón parecía desbocado y dije sí sí quiero Sí.