Persiguiendo al otro Papa en La Habana

 

Ernest Hemingway (1899-1961) dejó en Cuba una marcada huella que, cincuenta y cuatro años después de su muerte, sigue viva. Hemingway había decidió poner fin a su vida con una de sus escopetas de caza el 2 de julio de 1961 en Idaho (EEUU), pero en Cuba, donde le decían «Papa», quedó parte de su legado espiritual y material en los sitios que acostumbraba visitar y la casa que eligió para alejarse de la vida mundanal y escribir.

Una pequeña habitación del antiguo hotel “Ambos Mundos”, situado en una esquina cercana a la Plaza de Armas del centro histórico de La Habana, fue el primer alojamiento de Hemingway en sus primeras visitas a Cuba.

“El mítico bar-restaurante “Floridita”, uno de los más lujosos y más visitados por los turistas que llegan a la isla, se convirtió en lugar de constantes visitas en sus temporadas habaneras”.

En la primavera de 1928 el escritor norteamericano llegó a La Habana por primera vez a bordo del vapor francés “Orita” para una breve escala de dos días de camino a Cayo Hueso (EEUU) en un momento en el que estaba enfrascado en la escritura de “Adiós a las armas”.

Tras esa visita, en sus siguientes estancias mantuvo como un ritual, la reserva del mismo cuarto -sin número entonces, hoy el 511- en el hotel “Ambos Mundos”, que le ofrecía una estupenda estampa de la bahía, su sistema de fortificaciones coloniales, edificios de arquitectura ecléctica y una muestra del ambiente popular de la zona más antigua de la capital cubana.

“El hotel ‘Ambos Mundos’ era un buen sitio para escribir”, reveló el novelista años después en una entrevista al periodista George Plimpton.

Muy cerca de allí descubrió, otro lugar que se convertiría en sitio de constantes visitas en sus temporadas habaneras: el mítico bar-restaurante “Floridita”, uno de los más lujosos y más visitados por los turistas que llegan a la isla.

Pasión por el «Floridita»

Hemingway acostumbraba llegar al “Floridita” casi siempre hacia el mediodía para beber daiquiri, el coctel que caracteriza a este mítico bar.

La receta combina ron blanco cubano con zumo de limón, un toque de azúcar, unas gotas de licor Marrasquino y para completar, polvo de hielo, según contaba un antiguo dependiente del bar habanero.

La gerencia de ese centro gastronómico considera a Hemingway su cliente más antiguo: su presencia se mantiene con la escultura a tamaño natural del escritor que desde el año 2003 fue colocada en el extremo izquierdo de la barra donde, acodado en ella, “invita” a todos los turistas que acuden al local a fotografiarse con él.

En las paredes del “Floridita” también cuelgan fotografías que recuerdan aquellas habituales visitas de Hemingway, y en algunas se le ve acompañado de familiares o amigos -muchos de ellos artistas- a quienes llevó a degustar el trago “Papa Especial” o “Papa Doble”, una variante del daiquiri.

A la versión del trago original cubano, Hemingway o el “Papa”, como también solían llamar los cubanos al novelista, le suprimió el azúcar y le duplicó el ron. Dicen que alguna vez llegó a beberse hasta unos 12 vasos antes de regresar a su casa de “Finca Vigía”, donde vivió por más de veinte años desde 1939.

El “Floridita”, donde se siguen haciendo los mejores daiquiris de La Habana en opinión de muchos, ofrece en su carta tanto la versión original de este cóctel como la variante del escritor bajo el nombre de “Papa Hemingway”.

Cojímar, sus pescadores y Gregorio Fuentes

Otro punto obligado de la ruta de Hemingway en Cuba es Cojímar, un pueblo de pescadores, donde Hemingway entabló grandes amistades, donde tenía anclado su yate “El Pilar” y donde visitaba el restaurante “Las Terrazas”.

Allí vivía el veterano pescador Gregorio Fuentes, a quien conoció en el mar debido, se hicieron amigos y al tiempo Hemingway lo colocó al timón de “El Pilar”, del que mantuvo su custodia aún después de su muerte.

Fuentes, un veterano marino nacido en las Islas Canarias y fallecido a los 104 años el 2003, fue durante muchos años el fiel acompañante de Hemingway en los paseos por la cayería norte del archipiélago cubano en busca de pesca o incluso de otros escenarios apartados inspiradores para su obra.

Después del suicidio de Hemingway, Fuentes jamás regresó al mar y tampoco volvió a empuñar una caña de pescar. Siempre se negó a aceptar la realidad de la muerte de “Papa”, porque consideraba “absurdas” las causas atribuidas al suicidio.

“Sigue llevando la vida que llevas y cuídame ‘El Pilar’ siempre como algo tuyo”: eso le dijo Hemingway a Fuentes la última vez que se vieron según relataba el pescador.

Hace años, Gregorio dijo en declaraciones a Efe en una entrevista que el argumento de la novela “El viejo y el mar”, la lucha de un solitario marino con un pez, fue un pasaje de su vida. También contaba que uno de los momentos más tristes lo vivió cuando supo que Hemingway le había dejado en su testamento el barco.

Cuando a Hemingway le entregaron el Premio Nobel de Literatura en 1954 dijo que el galardón “pertenece a Cuba porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar de donde soy ciudadano”.

De hecho fue hasta el santuario de “El Cobre”, en la provincia oriental de Santiago de Cuba para ofrecer la medalla del prestigioso galardón a la Virgen de la Caridad, la patrona de la isla.

Su hogar cubano

El llamado “Dios de Bronce” de las letras norteamericanas y universales, acostumbrado a los ritmos trepidantes, la aventura y la vida mundana, encontró en “Finca Vigía”, una apacible residencia campestre en la popular barriada de San Francisco de Paula, situada a 15 kilómetros del centro de La Habana.

La bella casona construida por el arquitecto catalán Miguel Pascual y Baguer, fue primero alquilada por la tercera esposa de Hemingway, Marta Gelhorn, por 100 dólares mensuales y en 1949 adquirida en propiedad.

“Me mudé de Key West para acá en 1938 y alquilé esta finca y la compré finalmente cuando se publicó ‘Por quien doblan las campanas’. Es un buen lugar para trabajar porque está fuera de la ciudad y enclavado en una colina. Me levanto temprano cuando sale el sol y me pongo a trabajar y cuando termino me voy a nadar y tomo un trago y leo los periódicos de Nueva York y Miami”, narraba el novelista en una carta a su amigo Karl Wilson, en 1952.

En Cuba escribió, entre otras obras, “Nadie muere nunca” (1939), “Por quien doblan las campanas” (1940), “Hombres de guerra” (1942), “El gran río azul” (1949), “A través del río y entre los árboles” (1950), “El jardín del edén” o las fábulas “El buen león” y “El toro fiel”. También “El viejo y el mar” (1952), que le valió los premios Pulitzer y el Nobel de Literatura.

Quienes lo conocieron o trabajaron como él, como su mayordomo René Villarreal, han contado que Hemingway “escribía todos los días, era muy puntual en su trabajo y era un lector incansable, a veces estaba leyendo dos y tres libros a la vez”.

Hace unos años, en un coloquio sobre el escritor, Villarreal recordaba que el novelista “escribía alrededor de mil palabras desde las seis de la mañana hasta el mediodía y cuando más o menos tenía calculado que las tenía, las contaba, apuntaba la cantidad, y tapaba la máquina de escribir con una toalla”.

“Después me pedía el primer trago porque mientras estaba escribiendo él no tomaba. Bebía una copa de ginger, una tapa de limón y agua de coco, hacía ejercicios diariamente y cuando terminaba iba al cuarto de baño, se pesaba. Allí hacía anotaciones en la pared sobre su peso y escribía sus observaciones, si bajaba de peso o subía”, añadió.

En la finca, ubicada en cuatro hectáreas de extensión, sus dueños plantaron diversas especies de árboles frutales como mangos, naranjos, cocos, realizaron transformaciones constructivas y llegaron a albergar unos 50 gatos y nueve perros.

La casa, convertida en museo tras su muerte y cumpliendo su voluntad expresa, guarda una colección de unos 22.000 objetos personales, entre piezas de la vajilla, libros, trofeos de caza, discos, armas, cartas, fotos, y la máquina Royal portátil en la que escribía de pie, casi siempre descalzo sobre una alfombra en su cuarto de trabajo.

También quedan documentos que revelan su gusto por la buena mesa, sus platos predilectos, entre los que figuraban la comida italiana y las recetas a base principalmente langosta, pescados como la aguja y el dorado, y el calamar (pulpo), preparados con recetas de su esposa Mary.

La directora del Museo “Hemingway”, Ada Rosa Alfonso, declaró que en el 2010 lo visitaron unos 50.000 cubanos y extranjeros y como detalle particular indicó que “es muy raro que un norteamericano de visita en La Habana no llegue a ‘Finca Vigía’”.

“Hemingway es mito, historia y leyenda, porque se ganó un lugar en la historia de nuestro país”, añadió Alfonso durante los homenajes que organizó el Museo para recordarlo al cumplirse el medio siglo de su muerte.

 

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