La ruptura con la persona amada, se asume de diversas formas y, a veces, puede impulsar un definitivo cambio en la manera de ver la vida, o morir en el intento, como suelen decir los comediógrafos telenoveleros y lo guionistas de ciertas pelis de bajo presupuesto.
No hace mucho, leí en un diario la tragedia de cierta joven enamorada que saltó hacia la muerte, luego de sufrir el choteo de un novio, con el cual, al parecer, ya no se entendía, muy bien que digamos.
Frenada en su caída por oportunos arbustos, fue finamente chapada del cabello, por un sereno que -de cazuela- la avistó cuando lanzando un estremecedor alarido, se desbarrancó por un acantilado, desde un puente sin suspiros, sobre el cual, curiosamente, le había dado cita el hombre que ella amaba, para decirle que todo había terminado entre los dos, como hubiera cantado un viejo tango.
El amor, hechiza y en ocasiones -aunque Ud. no lo crea- enloquece y el choteo suele doler feo, como nadie podrá negarlo y si pido jurar en contra, unos cuantos mentirosos de todos los sexos, se animarán apenas a levantar la manita hipocritona, ¿o no, mi estimado?
UN PATADÓN PARA LA HISTORIA
Una terriblemente lluviosa noche londinense de 1993, cierta joven pelirroja que cursaba el séptimo mes de embarazo, fue violentamente abandonada por su reciente esposo periodista, (la botó del carro mediante un violento patadón en el guardafango), frente a la entrada de una de esas librerías que se ven en los english films, luciendo una escalerilla que baja de la calle al tal negocio.
Y sobre tan estrecha vía, la damisela se sentó a llorar su desventura, alucinando que la vida, sencillamente, había terminado para ella y para el fruto de ese amor que llevaba en las entrañas, tal como podría acotar un folletón de Corín Tellado, anticipando un corte a comerciales, por cortesía de un “Happy Dog”, para british mascotas ladradoras.
El viejo librero, que a esas horas, contabilizaba las ventas del día, se asomó a mirar a la llorona y conmovido, le preguntó por el motivo de su lacrimógena catarata.
Ella, entonces, le contó entre toses y sollozos, su dramón de telenovela y ahicito nomás, el hombre que era de blando corazón y buena onda, de inmediato la cobijó en su establecimiento, ofreciéndole además, una humeante taza de té, conforme mandan los cánones de la old fashion hospitality, my friends.
«SOY ESCRITORA, SEÑOR…»
Y conversa, conversando, el viejo pudo averiguar que la tan violentamente choteada, pretendía ser escritora, en tanto, el canallesco choteador, era el periodista (si pues, de todo hay en el oficio), portugués Jorge Arantes, a quien le había hartado la manía narradora de historietas fantásticas de su cónyuge y sus locos sueños de escribir libros para niños.
Y ya algo confortada por la bonhomía de su providencial amigo, la pelirroja sollozante, puso sobre el mostrador, unos trajinados originales de tres capítulos de algo que pretendía llamarse: “Harry Potter Y El Cáliz de Plata”, que el cocho ojeó a la volástica, prometiendo -más bien por compromiso- ofrecer el proyecto a ciertas editoriales con las cuales mantenía usuales relaciones de negocios.
Rematando la faena, condujo a la joven Joanne, que así se llama, la por entonces desventurada joven, a un conveniente telo triple stars, donde la dejó instalada, deseándole las buenas noches de rigor, en estos casos.
Aquí podría yo decir -y digo- parodiando al grone Ferrando: “Un comercial y regreso”… ¡Hasta mañana! (CONTINUARÁ ).