Roman Polanski: Los claroscuros de un crimen

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Parece bastante sencillo y evidente. Un hombre de 43 años de edad tiene relaciones sexuales con una niña de 13 años. Se comprueba que el acto íntimo tuvo como ingredientes fuertes dosis de drogas y alcohol. Existe una confesión de parte del acusado. En estos días no hay duda que se trataría de un crimen, pedofilia, y seguramente una larga condena en prisión. Además de la demolición de la imagen pública del violador.

En 1977, la figura no era la misma. El perpetrador de este abuso sexual pasó por evaluaciones sicológicas, un juicio donde no se llegó a determinar a ciencia cierta si se trató de un acto sexual consensuado o de una violación (hoy, ese argumento en casos de menores de 14 de años pierde validez. La misma relación íntima ya es señalada como un delito de parte del adulto). Un arreglo judicial entre la parte acusadora y la culpable, que se traduce como una compensación económica. Y una breve pena de prisión por 90 días, que al final se vieron reducidos.

Estamos hablando de Roman Polanski, uno de los mejores directores del cine del mundo, de aquella generación que parece estar desapareciendo frente a una oleada de cineastas amantes de la fantasía y los efectos digitales. El gestor de verdaderas obras de arte como son El bebé de Rosemary, Chinatown, Tess, Búsqueda frenética, Luna de hiel, El escritor fantasma y por supuesto la ganadora del Oscar: El pianista.

La violación cometida en el 77 no es excusa por tratarse de un “grande del cine”. Aunque el mismo Roman Polanski admitiría que vivía una época de degeneraciones y desenfreno, muy típica del ambiente artístico de esa década. Algo que se cebaba en el infierno que vivió tras el sangriento asesinato de su esposa Sharon Tate en su mansión de Beverly Hill, en 1969, cometido por La Familia de Charles Mason (un culto satánico que horrorizó a los Estados Unidos por sus crueles crímenes, siendo el de la mujer de Polanski el más cruento de todos). Ella llevaba ocho meses y medio de embarazo, por lo que se consideraría un doble asesinato, además de haber matado a las otras personas que se encontraban junto a ella.

Se puede hablar de unos años de enajenamiento de Roman Polanski, que además fue fustigado por la prensa amarilla de los pasquines estadounidenses, que querían tacharlo como socio de Charles Mason debido a haber asustado a los espectadores con la cinta de terror demoniaco El bebé de Rosemary. Un despropósito que prevalecía en esos años, también vieron la figura del diablo en el homicidio de John Lennon, a pesar de tratarse de la obra de un fanático desbocado.

Para colmo de vidas trágicas, Roman Polanski es un sobreviviente al holocausto nazi. Uno de los judíos que siendo un pequeño niño experimentó en “carne propia” el horror del gueto de Cracovia (para los cinéfilos se trata del mismo gueto donde se comete la atroz matanza de hombres, mujeres y niños en la película de Steven Spielberg La lista de Schindler). Su madre fue asesinada en Auschwitz.

Todo este pasado de pesadilla justifica el crimen de Polanski, la respuesta de este columnista sería un rotundo no. Hace más entendible su perversión sexual, tampoco. Pero, hay que tener en cuenta que bajo la rigidez de la ley, Roman Polanski se sometió a la justicia. Cuando quisieron reforzar la acusación con una posible condena mayor él se exilió de los Estados Unidos. No fue una fuga tipo el “Chapo” Guzmán, sólo pidió permiso para rodar unas escenas en Europa, y por consejo de su abogado nunca regresó. Ni siquiera a recibir el Oscar que en el 2002 le otorgó la Academia Cinematográfica del mismo país que lo viene persiguiendo.

Estuvo en una cárcel en Suiza donde prácticamente le dejaron la puerta abierta para que se escapara, todo ello por las multitudinarias protestas a favor de su liberación. Ha tenido meses de prisión domiciliaria. Estados Unidos insiste en una extradición que acaba de ser negada en Polonia (Roman Polanski nació en Francia pero también tiene nacionalidad polaca, incluso fue perseguido por los nazis como judío polaco). No se trata que Europa blinde a Polanski. Ellos han sido claros al determinar que los EEUU no han presentado documentos concisos que indiquen la falta de cumplimiento a la condena inicial y no reconocen el segundo juicio que se le pretendió hacer al cineasta.

Samantha Geimer, la víctima de Roman Polanski, hoy una abuela y cansada de este interminable proceso judicial, ha solicitado a la justicia de su país se dé por cerrado el proceso. Indica que cada vez que el realizador recibe un premio por alguna de sus notables películas, la prensa vuelve a publicar una noticia sobre ella como la “joven violada por Polanski” y se hartó de tener que explicarles a sus nietos los sucesos de 1977. Claro, hasta Estados Unidos le da un Óscar y lo ponen al centro de la noticia.

¿Qué va a hacer la justicia de Estados Unidos si consiguen extraditar a Roman Polanski? Un juicio que resonaría en todos los medios de comunicación, un fiscal que podría consolidar sus aspiraciones políticas y laborales, y un acusado al que día a día habrá que revisarle la presión, pasar por enfermería, y hasta mimarlo, pues hoy tiene 88 años de edad y es una figura mítica del sétimo arte. Ya cierren el capítulo.

 

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