Vox Populi, Vox Dei

 

Hoy casi todos usamos un “smartphone”, tenemos una tablet, buscamos información en Google, perdemos el tiempo en Facebook y la lista podría ser bastante más larga.

Una vida llena de palabras anglófonas aunque, en verdad, no importa de qué cultura vengan mientras funcionen y nos simplifiquen (y a veces compliquen) la vida conectada que llevamos.

A propósito de uso correcto del lenguaje, acaba de ser presentada en sociedad la prueba única de suficiencia en idioma español que han elaborado las universidades de Salamanca y la Autónoma de México junto con el Instituto Cervantes.

Sabemos que la RAE es reacia a las voces extranjeras, y que ha tenido por costumbre crear nombres para artefactos tecnológicos que como es normal, habían sido bautizados en su lengua materna.

Esa política no funcionó porque uno tiende a usar la voz más simple y breve posible, y el inglés nos lleva ventaja en ese aspecto.

Por eso ha resultado un acierto la inclusión de la palabra tuit en el nuevo diccionario, así un tweet es un tuit, ¡mejor que el original!, pero lo de “tableta” para tablet, francamente no pega.

Para nosotros una tableta es algo para el dolor de cabeza y no para acceder a Internet. ¿Por qué rechazar el inglés tablet?

Pronunciada con sus castellanas vocales rotundas, la palabra deja de ser propiamente inglés, de modo que se sugiere usarla sin remordimiento, salvo mejor parecer. Total, vox populi, vox Dei.

Así como es reacia la RAE a las voces foráneas (normal que lo sea dado el rol que tiene), también lo ha sido para aceptar los vocablos nacidos en Hispanoamérica e incorporados por el habla al idioma castellano.

Nuestro idioma está entre los tres más usados en el mundo de la información, y esto último, precisamente debido a nosotros porque en Hispanoamérica somos más de 500 millones de hablantes, muchos más que en España.

Sin embargo, los académicos españoles han tardado más del tiempo razonable en aceptar que las palabras de origen americano son igual de valiosas que las castizas, o casi.

 Ya hemos comentado otro día sobre la desilusión que se llevó Ricardo Palma al no poder conseguir, pese a sus muchos intentos, que la Academia aceptara los americanismos.

Palma se quejaba de esa actitud en 1895, a raíz de que la Academia no tomaba en consideración los diccionarios de voces americanas elaborados por tres autores, entre ellos el peruano Juan de Arona.

En un libro titulado Recuerdos de España que publicó en 1899, Ricardo Palma reveló que uno de los motivos por los que la Academia no aceptaba los vocablos propuestos, era que “eso no lo usamos en España”.

Y con pizca de sarcasmo Palma añadió: Tiene razón la Real Academia, cada cual en su casa y Dios en la de todos. Deslizaba con esa frase la idea de poner casa aparte con relación a la Academia española.

No se produjo el cisma, la RAE terminó por reconocer a largo plazo y de modo gradual (opino que con desgano) la validez de las voces americanas… hasta cierto punto.

Sigue manteniendo una actitud “casticista” que se refleja, por ejemplo, en la imprecisión con que se indica la localización de los americanismos incluidos en el último diccionario de la RAE (2014).

Por este detalle da la impresión de que no se puso el mismo cuidado en investigar los términos “castizos” que en los de origen americano.

Y esto, dicho con toda simpatía por los académicos de la RAE entre los cuales están dos de mis autores favoritos, sobre todo, después de haber conocido la hazaña cumplida por dos académicos en un formidable empeño para llevar a España las ideas de la ilustración.

Es la trama de la última novela de Arturo Pérez Reverte titulada Hombres Buenos, que se basa en hechos reales ocurridos en los años previos a la revolución francesa.

Para los que se animen a leerla, anticipo que hay dos narraciones paralelas, la principal que es la aventura en sí y la otra, el proceso de documentación de esta historia.  Cuesta decidir cuál es la más interesante.

 

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