Miguel Rostaing (1900-1983) fue un genio polifuncional que dejó una huella imborrable en las canchas de Perú y América, un jugador tan virtuoso que su clase se imponía incluso a las críticas más feroces. Su desempeño fue siempre de una calidad indiscutible, un maestro en cualquier posición, con una efectividad que hacía parecer fácil lo imposible. Rostaing no era solo un futbolista; era un artista del balón que dominaba el juego en la delantera, el mediocampo y la defensa.
Miguel fue uno de los pioneros en jugar a un nivel altísimo en múltiples roles, un verdadero comodín que siempre priorizó el bien del equipo por encima del lucimiento personal. Para él, lo importante era que el equipo funcionara, y su sacrificio por la causa lo convirtió en un jugador invaluable.
El desafío de un jugador total
Hoy, la versatilidad es una cualidad muy valorada, pero en la época de Rostaing, cambiar de posición constantemente era casi un suicidio para el rendimiento de un jugador. Sin embargo, «El Quemao» (como le decían por una cicatriz en el rostro) aceptó el reto y demostró que sus habilidades innatas superaban cualquier convención. Mientras los «expertos» dudaban, la hinchada lo aclamaba como uno de los más grandes talentos que hayan pisado nuestras canchas.
Su carrera fue más larga que la de su hermano Juan, a quien él mismo animó a seguir el camino del fútbol. Mientras Juan se retiró temprano, Miguel siguió defendiendo un prestigio que construyó con esfuerzo y que hoy es uno de los legados más sólidos del fútbol peruano. No es posible señalar un inicio claro para Rostaing; desde muy chico, con una pelota de trapo en los barrios de La Victoria, se acostumbró a dominar tanto el ataque como la defensa. Su velocidad y talento natural lo impulsaron a brillar desde sus primeros pasos.
Mucho antes de ser profesional, ya destacaba en equipos de barrio, demostrando un control de balón admirable. Jugó junto a cracks de su generación, y su capacidad era tal que nunca desentonó.
Del campo a la historia
Fue en el Teniente Ruiz, un club emblemático de la Lima de entonces, donde Miguel Rostaing hizo historia. Luego, por iniciativa propia y la de sus amigos, se unió a la escuadra de Alianza Lima en 1919. Allí compartió cancha con leyendas como Villanueva, Sarmiento y Lavalle, figuras que sentaron las bases del fútbol peruano. Después, se unió al Atlético Chalaco en 1929, donde su desempeño fue igualmente magnífico.
Su posición habitual era en el ataque, ya sea como delantero o media punta, gracias a su velocidad, inteligencia y un control de balón espectacular. Rostaing fue un maestro del regate y un goleador letal, un delantero que no perdonaba una oportunidad cerca del arco.
«El Quemao», su apodo de guerra se hizo más famoso que su propio nombre. Fue el grito que resonaba en las tribunas, un símbolo de admiración y respeto por su inigualable talento.
Su talento trascendió las fronteras peruanas. En giras por otros países y en los partidos internacionales que se jugaban en Perú, Rostaing siempre demostró su calidad, un jugador de clase mundial que nunca se achicó ante la presión.
Se retiró en 1936 jugando en el Deportivo Municipal, luego de una larga y exitosa carrera. Hoy, al mirar atrás y recordar a las leyendas del fútbol peruano, es imposible no mencionar a Miguel Rostaing, «El Quemao», un crack de los de verdad que definió el significado de ser un jugador completo.