Escrito a voces: Vida del periodista y poeta peruano César Lévano (VIDEO)

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Escrito a voces da cuenta de la vida del periodista y poeta peruano César Lévano, aristócrata del proletariado, entre historias que se entrecruzan en el desvarío y delirio que es el Perú violento y desgarrado, entre libreros ambulantes, elementos de vida dudosa y príncipes achorados en el Cercado de Lima donde conocí a César Lévano gracias a Doris Gibson, periodista, defensora a ultranza de Lévano y de la libertad entre dictaduras, jaranas criollas y dignidad inquebrantable.

En el páramo paradisíaco de corrupción, devastación ecológica y desesperanza que es el Perú, César Lévano resiste con la alegría como arma de combate en su casa/biblioteca en el barrio popular del Rímac, al este del centro histórico de Lima, junto a los cerros de pobreza, al otro lado del río de aguas envenenadas por los relaves mineros de los Andes centrales, acompañado por la soledad tras la partida de su amada Natalia y de su segundo hijo Rainer.

Ejemplo de lucha, ética y coherencia  en un país violento, desmembrado e incoherente, Lévano trabaja desde su escritorio atiborrado de libros en un país que no lee, refundido entre rumas de revistas cubiertas del polvo del desierto, con una luz fluorescente colgada de alambres sobre un mar de papeles, una cama angosta arrimada bajo la escalera, dos andadores de aluminio y una silla de ruedas.

Vive entre marejadas de libros y columnas de diccionarios en los cuatro idiomas que aprendió en las prisiones que frecuentó por sus ideas, y que su tía Emérica le llevaba disimulados como fondos de bolsas de fruta. Tras los avatares de una casi centenaria existencia, prepara las últimas clases de periodismo en la Universidad Mayor de San Marcos, dictando cátedra con un bagaje cultural inusitado en el mar de ignorancia que gobierna este país.

Escribe y lee sin tregua, desplazándose con dificultad en busca de los libros de consulta en su laberíntica biblioteca. Allí rememora la vida obrera, la música criolla antigua y la historia del PC que fue su trinchera de juventud.

Trabaja desde los siete años. Fue lustrabotas en el Mercado Central en su infancia y canillita, vendiendo periódicos en el barrio del Cercado de Lima, próximo al callejón de vecindad detrás del Palacio de Justicia de Lima donde nació.

Recorría palomilla las calles de la ciudad rematando diarios entre el repique de las campanas a la hora del ángelus. Como aprendiz de sastre en un cuartucho en una azotea polvorienta situada detrás de un cine, y que había sido el local del periódico La Razón de José Carlos Mariátegui en la calle Pileta de la Merced, se deslumbró con la música de Bach en la película Fantasía que llegaba a esos altos en dos sesiones cinematográficas diarias.

Vivió su infancia entre libros y periódicos proletarios en los que escribían su abuelo paterno Manuel Caracciolo Lévano y su padre Delfín Lévano, panaderos anarquistas miembros fundadores de la Federación de Obreros Panaderos Estrella del Perú, adalides del movimiento obrero de inicios del siglo XX y artífices de las ocho horas de trabajo, derechos que perdieron los obreros en el Perú con gobiernos recientes.

Fallece César Lévano, socio honorario de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú

Una mañana colgando sus periódicos en una cuerda en el quiosco en la esquina de la plaza Manco Cápac en el barrio de La Victoria de Lima, un militar borracho lo estampó contra la pared. Le amputaron una pierna de raíz. Tuvo que dejar su trabajo vendiendo periódicos. Su abuelo, ya jubilado había muerto cuando organizaba el sindicato de vendedores de periódicos.

Se mudó a la casita de su abuela materna en el barrio obrero de Lince. Allí vivía su padre, tullido tras las torturas carcelarias durante la dictadura de Leguía, que lo formó moralmente desde su lecho de pobreza. En ese paraíso de su infancia el pequeño César escuchaba hablar de José Carlos Mariátegui durante las visitas ocasionales de Amalia La Chira, madre de Mariátegui, y amiga de su abuela.

En este país desconcertante de metal y melancolía, regentado por una clase conservadora sin nada que conservar, huyendo del calvario de ignorancia, abuso e hipocresía coincidí con César Lévano junto a Doris Gibson, periodista fundadora de la revista Caretas, defensora acérrima de Lévano en  los momentos aciagos de su vida de militante comunista durante las dictaduras en América Latina.

Circulando como reportera gráfica por los corredores oscuros y la escalera acaracolada del edificio La Nacional, descubrí quién era aquella persona que Doris Gibson respetaba y protegía, agarrándose a empellones con la policía que pretendía arrestarlo intermitentemente.

Bajo de estatura, enternado, el cabello recortado, apoyándose en un bastón de madera con incrustaciones de latón, rodeado de diccionarios que a pesar de la carestía le proveía la revista, con su pierna ortopédica a buen recaudo, Lévano escuchaba a Doris que acomodada de medio lado sobre el escritorio conversaba pausadamente con él luego de dar rienda suelta a su carácter volcánico en la redacción.

Al pie de las escalinatas del avión que lo traía de regreso tras dos años como corresponsal del periódico Unidad del PC en Moscú, Doris, tras feroz trifulca con la policía, los siguió en un Citroën azul. Al llegar a la oficina del Prefecto advirtió: “Si el señor Lévano no está almorzando conmigo mañana, dedicaré varias páginas a este atropello”.

César Lévano recaló en Caretas en 1956, revista fundada por Doris Gibson con el periodista Paco Igartua. Su maestro Francisco “el Negro” Castillo, guía de sus lecturas y escrituras juveniles, y que trabajaba como redactor en la revista, fue quién le sugirió a Igartua que Lévano escribiese un artículo sobre sus tres años de cárcel durante la dictadura del general Odría.

En 1960 Doris Gibson lo invitó a trabajar a tiempo completo en la revista. Lévano dejó sus trabajos como traductor en France Presse y corrector de pruebas en el diario La Prensa, propiedad del hacendado y político conservador Pedro Beltrán. Intermitentemente se alejó de Caretas para trabajar en otras publicaciones, programas de radio y paneles políticos televisivos.

Nunca buscó notoriedad ni encumbrarse en puestos de mando. En su militancia en el PC trabajó recorriendo los cerros escarpados que rodean Lima donde los llegados de provincias lotizan desiertos y quebradas en pampas con esteras de miseria, mientras que su esposa Natalia lo esperaba rascando la olla ante la penuria económica para dar de comer a sus cuatro hijos.

Fue expulsado tres veces del PC hasta que dejó de militar sin dejar de ser comunista, defendiendo los derechos de los trabajadores, escribiendo sobre los postulados de José Carlos Mariátegui, recordando al anarquista peruano Manuel Gonzáles Prada que llegaba al callejón donde nació a hablar con su padre y su abuelo, en el cuarto que era conocido como “la capillita” y donde se congregaban los líderes obreros a dialogar a principios del siglo XX, fundando allí el movimiento obrero en el Perú.

Ni veinte años de guerra interna, ni la carestía a finales de los años 1980 con una inflación de más de 3.000% en el primer gobierno de Alan García, ni las restricciones casi diarias de electricidad y agua potable, ni las explosiones de coches bomba en cualquier esquina cortesía de PCP Sendero Luminoso, ni tampoco los secuestros y asesinatos selectivos del MRTA,  quebraron a Lévano.

Continuó escribiendo en diversos medios y dictando magisterio de periodismo en la universidad de San Marcos, ignorando las amenazas, arrastrando su pierna bajo la sombra de los eucaliptos de la Facultad de Letras, con su infaltable talega de libros en la mano.

Cuando el riesgo senderista acechaba frontal reunió durante dos años a sus alumnos en la biblioteca de su casa en el Rímac. Nunca se doblegó y dejó claro en sus escritos su distancia con el grupo armado maoísta liderado por el profesor Abimael Guzmán.

Luego de pasar largo tiempo refundido en un rincón de la revista Caretas, a los 80 años César Lévano fue nombrado director del diario La Primera, hoy Diario Uno, tribuna de oposición donde escribe una columna que hasta políticos e intelectuales de derecha respetan. “Te leo todos los días” saludó el actual presidente del Perú a Lévano en Palacio de Gobierno en enero de 2017.

Rumbo a Chorrillos para almorzar en los altos del restaurante “El Mar” de la playa La Herradura con el librero ambulante Jorge Vega, Lévano se detenía en Miraflores. Sentado en una banca cedida por la vendedora de golosinas hojeaba en una esquina los diarios y revistas extranjeros, escasos en Lima, partiendo con un atado de prensa en inglés, francés, alemán e italiano.

Varios ex presidentes, políticos y empresarios están bajo sospecha por los sobornos de la empresa brasilera Odebrecht. El Poder Judicial archivó la investigación de los robos de fondos bibliográficos en la Biblioteca Nacional del Perú, al igual que la denuncia por pedofilia contra una agrupación religiosa de inspiración falangista. César Lévano asiste puntual al rosario de juicios a los que se expone por sus escritos periodísticos.

Acaba de editarse en versión de reportaje viajero, Rebelde sin pausa, el anecdotario de su azarosa vida. Infatigable en su silla de ruedas acude a los homenajes en su nombre, y apenas asoma por las calles arreboladas de esta inmensa y caótica ciudad se detiene ante los que se acercan a agradecerle por sus escritos enalteciendo la cultura, las luchas sociales, denunciando la impunidad y el abuso. Su columna diaria le ha robado el nombre a su poemario Árbol de batallas. (Charlotte Burenius)

Fuente: fundacionlevano.org