El circo, con su deslumbrante despliegue de acrobacias, destrezas ecuestres y personajes extravagantes, es un espectáculo que ha cautivado a la humanidad durante siglos. Pero, ¿cuándo y dónde surgieron por primera vez estas maravillas itinerantes que hoy asociamos con carpas a rayas y el aroma a palomitas de maíz? Para desentrañar sus orígenes, debemos viajar mucho más atrás en el tiempo de lo que podríamos imaginar, hasta las raíces mismas de la civilización y el entretenimiento público.
Si bien la forma moderna del circo tiene un punto de origen bastante claro, sus elementos constituyentes —como las demostraciones de fuerza, agilidad y el adiestramiento de animales— se remontan a prácticas ancestrales. Civilizaciones tan antiguas como la egipcia ya realizaban exhibiciones de acróbatas y malabaristas. En la antigua Grecia, por su parte, los juegos olímpicos incluían disciplinas que hoy reconoceríamos como protocircenses, como la gimnasia y el boxeo.
No obstante, es en la poderosa Roma donde encontramos el término y una estructura más cercana a lo que hoy entendemos por circo. El «Circus Maximus», una imponente construcción, no era un circo en el sentido contemporáneo de espectáculos con animales amaestrados y payasos. Era, en esencia, un vasto estadio al aire libre, un hipódromo colosal, dedicado principalmente a las carreras de carros, un entretenimiento brutal y sumamente popular que congregaba a decenas de miles de espectadores.
Dentro de este Circo Máximo y otros recintos similares a lo largo del imperio romano, también se llevaban a cabo otros tipos de espectáculos, como combates de gladiadores, batallas navales simuladas y desfiles triunfales. Aunque carecían de la estructura narrativa y la diversidad de actos que caracterizarían al circo moderno, estos eventos sentaron un precedente importante para el entretenimiento masivo en un espacio circular o elíptico, diseñados para la visión de una gran audiencia.
Tras la caída del Imperio Romano, el concepto del gran circo como espacio de entretenimiento masivo decayó. Sin embargo, las habilidades y los artistas que lo componían no desaparecieron. Los malabaristas, acróbatas, saltimbanquis y narradores orales continuaron su labor, pero ahora de manera itinerante, presentándose en ferias, mercados y plazas públicas, llevando la alegría y el asombro a pequeños pueblos y ciudades por toda Europa.
El verdadero punto de inflexión para el circo moderno, tal como lo conocemos, llegó en el siglo XVIII, específicamente en Inglaterra. Se le atribuye a Philip Astley, un talentoso jinete británico y sargento mayor de caballería retirado, la creación del primer circo moderno en 1768 en Londres. Astley notó que, al cabalgar en círculo, la fuerza centrífuga le permitía realizar acrobacias a caballo de pie con mayor facilidad.
Así, en un terreno abierto cerca de Westminster Bridge, Astley estableció un picadero al aire libre de aproximadamente 13 metros de diámetro, donde presentaba sus habilidades ecuestres. Pronto, para atraer a más público, añadió otros actos: acróbatas, payasos, malabaristas y músicos. Este fue el nacimiento del «Astley’s Amphitheatre», y con ello, la combinación de elementos ecuestres, cómicos y acrobáticos en un espacio circular, sentando las bases del espectáculo circense que se expandiría por el mundo.
Desde esa humilde pista circular en Londres, el circo de Astley y sus sucesores empezaron a viajar, llevando su magia a otras ciudades y países. A principios del siglo XIX, el concepto de circo ya estaba firmemente establecido, y con el tiempo, se incorporarían nuevas artes y tecnologías, como la carpa gigante y los espectáculos aéreos, consolidando al circo como una de las formas de entretenimiento más queridas y perdurables a nivel global.