James Dean: el rebelde que vivió rápido, murió joven y se convirtió en mito

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Se fue tan rápido como llegó. James Dean solo necesitó ser protagonista en tres películas (Al este del edén, Rebelde sin causa y Gigante) para convertirse en el icono de una generación que, tras la Segunda Guerra Mundial, quería disfrutar y pasarlo bien.

“Vive joven, muere joven y serás un hermoso cadáver”, había manifestado James Dean en más de una ocasión. Y lo cumplió todo a rajatabla… menos la última parte: “Ser un hermoso cadáver”.

Jimmy gozaba con la velocidad. Su última adquisición fue un Porsche 550 Spyder, un bólido de competición al que bautizó como “The Little Bastard”, (“El Pequeño Bastardo”).

30 de septiembre de 1955, cinco y cincuenta de la tarde. El protagonista de Gigante, cuyo rodaje ha finalizado dos días antes, conduce su flamante Porsche color aluminio por la autopista de Salinas (Paso Robles, California).

Se lo habían entregado una semana antes, el 23 de septiembre, el mismo día que coincidió con el también actor Alec Guinness, en un extraño episodio con tintes de paranormal. Dean lo vio en un restaurante, se presentó y le quiso mostrar su joya. Guinness recordaría: “Eran las 10 de la noche del 23 de septiembre y le dije que si usaba ese coche, antes de las 10 de la noche del 30 de septiembre estaría muerto”.

Dean se dispone a competir en una carrera. El velocímetro marca 160 por hora. En un cruce, colisiona fatalmente con otro automóvil. Su muerte es instantánea. El actor se fractura el cuello y la parte izquierda de su rostro queda completamente desfigurada. La noche anterior había asistido a una fiesta gay en Malibú, donde había discutido a gritos con uno de sus ex amantes, que le había recriminado por salir con mujeres para contentar a la Warner Bros, sus estudios cinematográficos, empeñados en abortar toda duda susceptible de enturbiar la imagen de su joven estrella.

Curiosamente, tan sólo un par de semanas antes, James ha protagonizado un spot televisivo patrocinado por el Consejo Nacional de Seguridad Viaria. El actor Gig Young (que se suicidará en 1978, tras asesinar a su cuarta y jovencísima esposa) es el entrevistador del spot que le plantea unas preguntas. Jimmy recomienda prudencia a los jóvenes telespectadores, advirtiéndoles del riesgo que conlleva la velocidad.

Esos consejos no los sigue Dean en su última carrera.

Supera los 100 kilómetros por hora, un coche de policía le detiene y, al ser multado por exceso de velocidad, Dean se envalentona y aprieta el acelerador. Cuando empieza a atardecer, el Porsche hace salirse a un Pontiac de la autopista en un adelantamiento imprudente. Acto seguido, un Ford sedán colisiona con ellos en la intersección de las autopistas 41 y 466. El impacto arroja al conductor, Rolf Weuterich, fuera del mismo, pero James no corre la misma suerte: uno de sus pies queda atrapado entre el embrague y el cabezal del freno.

Su biógrafo, Paul Alexander, explicaría: ‘Cuando el Porsche se detuvo, Jimmy tenía los brazos y las piernas desmadejadas e inertes. Su cabeza colgaba por encima de la portezuela….’. El actor había fallecido.

Por aquellas fechas, Dean, convertido en ídolo juvenil de calibre, ha protagonizado sólo tres películas: Al este del Edén, Rebelde sin causa y Gigante. Esta última, que aún no se había estrenado en el momento del accidente, redondea su trayectoria profesional, poniendo el broche final a un recorrido interpretativo sin parangón.

Así, James Dean será el primer intérprete en recibir una nominación póstuma al Óscar como mejor actor y aún se mantiene como el único que ha obtenido dos después de muerto.

Y eso que el pequeño Jimmy no lo había tenido fácil. Fruto de un matrimonio truncado por la temprana muerte de su madre, víctima del cáncer, cuando el niño contaba sólo ocho años, su padre, tras guardar un discreto duelo, había contraído matrimonio de nuevo y se había ‘deshecho’ de su benjamín.

Su hermana, casada con un granjero de posibles, se convirtió en madre suplente y se ocuparía de él durante seis largos años.

En 1946 Jimmy se trasladaría a Los Ángeles. Cuatro años después, abandonaría los estudios de Derecho. Queriendo ser autosuficiente, desempeñaría toda clase de oficios, aprendería a tocar el clarinete, destacaría en baloncesto y seguiría los cursos de interpretación de James Withmore, su descubridor.

Por aquel entonces James era un ’niñato’ huraño, rebelde e inadaptado, contradictorio y esquivo, acomplejado por su fuerte miopía y su baja estatura. Así sería hasta el infausto día en que Jimmy no logró esquivar a la muerte y la carrera hacia la nostalgia dió el pistoletazo de salida. Nace la leyenda. El recuerdo de aquel joven bajito y miope, que inexplicablemente había calado hondo en los jóvenes de su generación transformándose en todo un arquetipo social, se convierte en un negocio fetichista y necrófilo.

Años después de su muerte, el rebelde sin causa continúa moviendo millones de dólares.

La macabra feria abarca la transformación del que fuere su pasaporte al más allá, el ‘maléfico’ Porsche, en visita obligada de sus fans, que pagan ingentes cantidades por palpar las manchas de sangre de su ídolo en la tapicería del mismo, o por apoyar su cabeza en el lugar exacto en el que fue hallado su cadáver.

Tampoco se libra su tumba del delirio idólatra de sus fans, que roban su lápida en repetidas ocasiones.

Si su imprudencia temeraria no hubiese emergido al volante de su Porsche, a día de hoy Dean contaría 89 años. Irredento, continuaría afirmando: ‘Si viviera cien años no tendría tiempo de hacer todo lo que quiero’.

Confiamos en que al este del Edén su espíritu continúe indemne, rebelde y, esta vez, con causa.

Texto: WSV / La Vanguardia
Foto: Captura de video
Video: Canal YouTube Retro Cine

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