En los anales del boxeo peruano, siempre se habla de los «punchers» y los luchadores incansables, pero hay una categoría aparte: los estilistas. Y entre ellos, uno brilló con luz propia: José León. A diferencia de otros que dependían de la fuerza bruta, León era un maestro de la técnica.
Su boxeo no era algo aprendido, sino una expresión natural de su talento. Se movía en el ring con una armonía y precisión matemáticas, ejecutando “side-steps» armoniosos y movimientos de manos y cintura exactos, diseñados para esquivar el castigo del oponente mientras él colocaba sus golpes en puntos perfectamente vulnerables. Su elegancia no solo fascinaba al público, sino que dignificaba un deporte tan duro.
El trágico «puño de cristal»
Pero en el ring, José León tenía un punto débil demoledor. Su contextura física no era la más adecuada para las exigencias del boxeo, y poseía una mandíbula tan frágil que, en el lenguaje del cuadrilátero, era «de cristal». La crónica de la época narró cómo el menor golpe podía quebrarla, lo que resultaba en derrotas inapelables por K.O. que no reflejaban en absoluto el curso real de la pelea. Su baja resistencia al castigo fue la razón por la que muchos púgiles de menor habilidad técnica lo derrotaban. Fue una fragilidad trágica que marcó su carrera.
La derrota inesperada y la lección de resistencia
El ejemplo más claro de esta debilidad fue su dramática e inesperada derrota contra «Chumingo» Osorio. León llegaba como el gran favorito, pero en el tercer asalto, un solo golpe de su oponente sentenció la pelea. La prensa destacó que, aunque Osorio no tenía un golpe débil, el resultado fue más una consecuencia de la poca resistencia de León que del poder de su rival. Esta pelea se convirtió en un recordatorio de que el talento sin dureza física puede no ser suficiente.
Una carrera con glorias y retiro prematuro
A pesar de las derrotas, la carrera de José León no pasó desapercibida. En el profesionalismo, dejó combates épicos. Sus dos enfrentamientos contra Augusto Martens, conocidos como «El Mono», fueron un deleite para la afición. En ellas, se enfrentaban la fuerza arrolladora de un peleador contra el juego académico y neutralizador de otro. Ambos compartieron victorias y derrotas, dejando un legado de peleas memorables. También se recuerda su brillante victoria sobre el chileno Fletcher y el peligroso ecuatoriano Manuel Cazares. Al final, consciente de sus límites, optó por retirarse para no acumular “derrotas inmerecidas».
Del ring al lienzo y a la cátedra
El legado de José León fue más allá de sus combates. Su físico imponente y su elegancia lo llevaron a la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde sirvió de modelo para “muchas esculturas épicas». A través del arte, la energía y la gracia de un pugilista quedaron inmortalizadas en piedra y metal. Más allá de su faceta artística, José León también se dedicó a la enseñanza. Se convirtió en un profesor de «ciencia pugilística», compartiendo su vasto conocimiento y amor por el boxeo. Su experiencia y su enfoque analítico lo convirtieron en un formador de nuevas promesas, un maestro de la técnica que transmitía a las nuevas generaciones aquello que lo hizo legendario.