La odisea peruana al Mundial Uruguay 1930

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La historia de la participación peruana en el primer Mundial de fútbol no comenzó con el silbato inicial en Montevideo. En un contexto de efervescencia deportiva, la Asociación Uruguaya de Fútbol, anfitriona del evento, envió una invitación oficial a la Federación Peruana de Fútbol (FPF) para que el equipo nacional formara parte de la historia. Sin embargo, lo que parecía un simple viaje para competir, se convirtió en una odisea marcada por la precariedad y una gestión burocrática que puso en jaque la ilusión de todo un país.

La FPF, presidida por Gastón Basadre y con Francisco Bru en la dirección técnica se enfrentó a dos retos colosales: armar un plantel competitivo y, sobre todo, conseguir el dinero para solventar los gastos de la preparación y el largo viaje a Uruguay. Para sortear el obstáculo económico, la Federación ideó un plan de eventos a beneficio, incluyendo un partido de exhibición entre los «Azules» del Alianza Lima y los «Rojos» que habían integrado la selección que viajó a Argentina el año anterior.

Estos eventos, junto con otros festejos deportivos, permitieron a la Federación recaudar un total de S/. 18,666.57. A esa cifra se le sumó un donativo de S/. 5,000 de la Sociedad de Mercaderes de Lima, elevando el total a S/. 23,066.57. Aún con este esfuerzo, el monto seguía lejos de los S/. 38,000 que se habían presupuestado para la aventura mundialista. La FPF necesitaba casi 15 mil soles más.

El desplante del Comité Nacional de Deportes

En medio de esta angustiosa situación, el ministro de Uruguay, Rafael Rosalba —quien también presidía la Federación Uruguaya de Fútbol— demostró una extraordinaria generosidad. Uruguay invitó formalmente a la delegación peruana, cubriendo los pasajes de ida y vuelta para veinte personas, además de otorgar una asignación diaria en dólares para los días en el país y durante el viaje. A pesar de este inmenso apoyo, la FPF aún buscaba cubrir el saldo restante de S/. 14,333.07.

La Federación, en un gesto de buena fe, solicitó al Comité Nacional de Deportes, presidido por Alfredo Larrañaga, que cubriera el déficit. La propuesta sugería cobrar un impuesto a las entradas de los partidos amistosos que se jugaban en Lima contra equipos argentinos como el Deportivo Buenos Aires y el cuadro de Tucumán, y el Olimpia de Paraguay, que también estaba de gira en el Perú. La FPF creía que existían los medios para solucionar el problema.

Pero lo que ocurrió a continuación fue «lo inesperado, lo inaudito». El Comité Nacional de Deportes rechazó la petición justificando su negativa con una serie de preguntas que retrataban una mentalidad mezquina y burocrática. El Comité cuestionó por qué se habían contratado a treinta jugadores si la invitación uruguaya era para solo veinte. Además, preguntaban por qué la concentración sería en un hotel de Ancón, sugiriendo en cambio que los jugadores se alimentaran en la Escuela Militar de Chorrillos por un costo de 0.00 centavos diarios por persona. También criticaron la contratación de médicos «extraños a la Federación» , en lugar de usar a los «médicos gratuitos».

Un final agridulce

Estas cartas, que se hicieron públicas en los diarios de la época, detonaron una crisis institucional sin precedentes. La directiva de la FPF presentó su renuncia «irrevocable y masiva» la cual fue aceptada de inmediato. El Comité Nacional de Deportes tomó las riendas y nombró a Ricardo Guzmán Marquina como presidente de la delegación, por recomendación del mismo Alfredo Larrañaga. El nuevo plan fue un reflejo del espíritu de «ahorro a toda costa»: no hubo concentración en el Hotel de Ancón, se redujo la cantidad de jugadores, y se criticó la autonomía que se le había dado al técnico Francisco Bru.

Finalmente, en un gesto cargado de ironía, la delegación partió hacia Montevideo llevando como obsequio para la Federación Uruguaya un cofre de plata repujada, con incrustaciones de oro y brillantes. Un objeto de gran valor, que contrastaba fuertemente con la precariedad con la que se había gestionado el viaje de la propia selección.

El 25 de junio de 1930, la delegación peruana zarpó del Callao rumbo al primer campeonato de la historia. Se fueron «como no debieron salir», en medio de un clima de conflictos internos y recortes absurdos. Sin embargo, la partida de esos jugadores representa un símbolo de perseverancia: a pesar de los desafíos, la burocracia y la falta de apoyo, la camiseta peruana llegó a su cita con la historia, dando el primer paso en el largo camino de nuestro fútbol.

Foto Arkiv