Pilancho: la voz detrás de la gloria dorada

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La voz de Esperanza Jiménez, más conocida como “Pilancho”, se alza como un eco del tiempo. Una de las figuras cumbre de la era dorada del vóley peruano, se sienta a rememorar no solo las victorias, sino el camino lleno de sacrificios que las hizo posibles.

La exvoleibolista nacional confiesa detalles íntimos de su vida y la de un equipo que, a pura garra, puso a Perú en el mapa mundial del deporte. Es una crónica de pasión, disciplina y la resiliencia de una generación que no necesitó de lujos para ser leyenda.

Pilancho nos lleva al origen de todo: la ciudad de Ica. Desde pequeña, respiró deporte en un entorno familiar donde el atletismo y el fútbol eran cosa de todos los días.

Aunque el vóley era un deporte más, pronto su talento la llevaría a destacar. Con apenas la primaria terminada, su destreza era tan notoria que sus entrenadores vieron en ella un futuro prometedor. De las canchas polvorientas de Ica a la capital, el camino estaba marcado.

El llamado a la selección nacional se sintió como un sueño hecho realidad. Dejar el hogar, llegar a una Lima abrumadora y unirse a un grupo de jóvenes que, como ella, venían de distintas regiones, fue el primer gran reto. Sin comodidades, sin grandes patrocinios, su único motor era la pasión por el juego. Juntas, estas jugadoras, aún sin saberlo, estaban a punto de escribir una de las páginas más hermosas del deporte nacional.

El primer gran hito llegó en 1964, un año que quedó grabado a fuego en la memoria deportiva peruana. El equipo nacional de vóley, con una Pilancho ya convertida en referente, se alzó con el primer título sudamericano de su historia. Un logro monumental que no solo celebró el talento, sino que demostró que la unión y el trabajo duro podían vencer a cualquier adversario.

Pero la verdadera revolución llegó de la mano de un entrenador que cambió todo: el maestro japonés Akira Kato. Pilancho recuerda con admiración y respeto cómo la llegada de Kato marcó un antes y un después. Él no solo les enseñó nuevas técnicas de juego, sino que impuso una disciplina férrea. El vóley peruano dejó de ser un simple deporte para convertirse en un arte de precisión, sacrificio y una mentalidad ganadora inquebrantable.

La máxima expresión de este trabajo se vio en los Juegos Olímpicos de México 1968. Pilancho rememora en una conversación con Juan Carlos Esteves Alfaro en You Tube, la experiencia con una mezcla de orgullo y nostalgia. Aquella selección, a pesar de las limitaciones de la época, demostró que la garra peruana podía competir de igual a igual con las potencias mundiales. El cuarto lugar obtenido fue mucho más que un número; fue la confirmación de que el modelo de Kato y la dedicación de las jugadoras habían creado un equipo digno de los más grandes escenarios.

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Sin embargo, detrás de cada título y cada viaje a un torneo importante, había un lado menos glamuroso. Pilancho confiesa las dificultades económicas que enfrentaban. No había sueldos, solo la satisfacción de representar a su país. Los pasajes en autobús de Ica a Lima y la falta de comodidades eran la norma. Años de esfuerzo incansable, dedicación extrema y dejar la vida en cada entrenamiento por el puro amor al deporte.

Ya fuera de las canchas como jugadora, su amor por el deporte la llevó a seguir ligada a él. Se convirtió en entrenadora, compartiendo su vasta experiencia con nuevas generaciones. Más adelante, asumió el desafío de ser presidenta del IPD, desde donde buscó incidir en la mejora del deporte nacional, aunque su paso por el cargo fue breve.

Con la sabiduría que dan los años y la experiencia, Pilancho ofrece su visión sobre el declive del vóley peruano. Analiza con una mirada crítica lo que, según ella, se perdió en el camino. Los valores de disciplina, sacrificio y el sentido de equipo, que fueron el sello de su generación, se diluyeron en el tiempo, un factor clave en la pérdida de protagonismo a nivel internacional.

La historia de Pilancho Jiménez no es solo la de una voleibolista; es la de una mujer que personifica el espíritu de una época. Su relato, lleno de anécdotas sinceras y confesiones de un pasado que forjó su carácter, nos recuerda que la verdadera grandeza no está solo en la medalla de oro, sino en el camino que se recorre para obtenerla, un camino marcado por la perseverancia, el trabajo duro y la incondicional pasión por el deporte.

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