A simple vista, puede parecer una escena sacada de una película de fantasía: un mueble de madera cerrado, como un armario, en el que alguien se introduce para pasar la noche. Pero lo cierto es que, durante siglos, dormir así fue una costumbre común en muchas partes de Europa. Y no se trataba de excentricidades de nobles o castillos: era una práctica habitual tanto en hogares humildes como en casas acomodadas.
Este tipo de mueble se conocía como cama cerrada o cama-armario, y su diseño respondía a una necesidad concreta: conservar el calor en viviendas frías y poco aisladas. Aunque hoy pueda parecernos una solución claustrofóbica, durante siglos ofreció una forma eficaz de descansar con algo más de intimidad y resguardo térmico en hogares donde se compartía espacio con otras personas o incluso con animales.
UN ARMARIO PARA DORMIR (LITERALMENTE)
Tal y como detalla National Geographic, estas estructuras consistían en cajas de madera provistas de puertas o cortinas que permitían cerrarlas completamente desde dentro. Las más sencillas eran comunes entre campesinos, mientras que en los hogares más acomodados se embellecían con tallas o paneles pintados. A menudo, se elevaban del suelo con patas para evitar la humedad, o se empotraban en huecos de la pared, maximizando así el espacio disponible.
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Además de servir como cama, ayudaban a ahorrar espacio y podían albergar a varias personas, lo que convertía el dormir en comunidad en una estrategia para combatir las bajas temperaturas. En algunos casos incluso se empotraban en la pared, convirtiéndose en parte estructural de la vivienda.
DORMIR EN INVIERNO ERA CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA
La clave para entender estas camas está en el contexto climático. Europa vivió entre los siglos XVI y XIX la conocida como «Pequeña Edad de Hielo», un periodo de inviernos especialmente duros y prolongados que explican por qué este tipo de cama cerrada resultaba tan útil.
Ante la falta de calefacción y aislamiento térmico, «la cama se convertía en un auténtico refugio», apunta la historiadora Nuisia Raridi, especializada en la Edad Media y autora de varios contenidos divulgativos en redes sociales. Como explica Raridi, las personas se acostaban con varias capas de ropa y mantas, e incluso dormían con gorros o capuchas para reducir la pérdida de calor por la cabeza.
PRIVACIDAD, PROTECCIÓN Y HASTA SEPARACIÓN DEL GANADO
El diseño cerrado de estas camas no solo ofrecía abrigo. También garantizaba cierta privacidad en viviendas de planta única donde convivían varias generaciones. En el entorno rural, servían incluso para separar a los humanos del ganado, que muchas veces compartía espacio bajo el mismo techo.
Estas estructuras también protegían frente a corrientes de aire, insectos y la suciedad del entorno, ya que cerradas por completo creaban un microespacio más higiénico y seguro que dormir al raso de una habitación.
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Otra solución frecuente, mencionada también por la historiadora, era utilizar pieles de animales, cortinas gruesas y pesados tejidos en las paredes y suelos para aislar las estancias del frío y la humedad. Estos métodos, aparentemente sencillos, además de servir de decoración en ambientes aristocráticos, eran cruciales para que las viviendas se mantuviesen cálidas y proteger sus inquilinos de las bajas temperaturas exteriores.
Con el paso del tiempo y la mejora de las condiciones habitacionales, estas camas fueron cayendo en desuso, aunque aún pueden encontrarse ejemplares conservados en museos y casas rurales históricas.
Europa Press- Foto UNSPLASH