San Francisco de Asís fue italiano. Nació en Asís, en la actual región de Umbría. Su ciudad pertenecía en el tiempo de su nacimiento entre 1181 y 1182 al Sacro Imperio Romano Germánico.
La distinción entre ser «romano» y ser «del Sacro Imperio Romano Germánico» es un tema interesante de analizar en el contexto histórico de la época, ya que las identidades nacionales modernas no existían. Umbría en su época no formaba parte de un estado unificado llamado Italia por lo que la nacionalidad que recibió fue la de un habitante de una ciudad-estado independiente, la República de Asís, y su ciudadanía finalmente se le ha reconocido como italiana por haber nacido en la región geográfica que formaría el país de Italia siglos después.
En el siglo XIII, la península itálica era un mosaico de reinos, ducados y, lo más importante, ciudades-estado. Asís, la cuna de Francisco, era una de esas entidades políticas autónomas. El joven Giovanni di Pietro di Bernardone, más tarde conocido como Francisco, no se identificaría a sí mismo como «italiano» en el sentido moderno, ya que ese concepto no existía. Su identidad principal se basaba en su ciudad natal: era un asísano. Pertenecía a una de las familias más ricas de la ciudad, un linaje de comerciantes de telas que viajaban por toda Europa, incluso hasta Francia, lo que le valió el apodo de «Francesco», el «pequeño francés».
Preguntarse si era «romano» resulta más complejo. Si bien Asís estaba dentro de la esfera de influencia de los Estados Pontificios, el término «romano» se aplicaba principalmente a los habitantes de Roma. Francisco, aunque era súbdito del Papa en lo espiritual, no era un ciudadano romano en el sentido político o geográfico. Su mundo era el de la campiña de Umbría y el de las bulliciosas plazas de Asís. Él era de esa tierra, de ese cielo y de esa cultura.
Cuestionarse sobre si era «del Sacro Imperio Romano Germánico» es aún más intrigante y refleja la compleja geopolítica de la Edad Media. Teóricamente, el norte de Italia, incluyendo Umbría, formaba parte de ese vasto imperio. El emperador, en ese momento Federico II, era el gobernante nominal de la región. Sin embargo, en la práctica, su control sobre las ciudades-estado italianas era débil y disputado. Estas ciudades, como Asís, luchaban constantemente por su autonomía, a menudo aliándose con el Papa en una guerra de poderes contra el emperador.
Así, la «nacionalidad» de Francisco se definía por una lealtad fragmentada y cambiante. Su identidad era local, asisana, en lo político; espiritual, católica, en lo religioso; y, en un sentido más amplio, culturalmente italiana. No hay rastro de que Francisco se identificara con el Sacro Imperio Romano Germánico. De hecho, su vida y obra se enmarcan en una profunda devoción a la Iglesia de Roma y al Papa, quien en muchos casos era el principal adversario del emperador.
La historia de Francisco es, en sí misma, una crónica de identidad en transición. De ser un joven noble y aspirante a caballero, a un humilde fraile que renunció a todo por su fe. Esta transformación es un espejo de la propia evolución de la identidad de la península itálica. Francisco representa el espíritu de una tierra que, aunque fragmentada, compartía una lengua, una cultura y una fe.
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Un legado sin fronteras
Francisco fue un ciudadano del mundo en un sentido espiritual. Su mensaje de hermandad universal y de amor por la creación trascendió las fronteras políticas de su tiempo. Predicó en Italia, viajó a Oriente Medio y su orden, los franciscanos, se expandió rápidamente por toda Europa. Su «nacionalidad» dejó de ser un simple concepto geográfico para convertirse en una identidad espiritual.
La figura de San Francisco de Asís se convirtió en un símbolo nacional para la Italia unificada. En el siglo XIX, durante el movimiento de unificación conocido como el Risorgimento, figuras como Francisco y Dante Alighieri fueron reivindicadas como héroes nacionales. Se les consideraba los primeros «italianos» por haber forjado la identidad cultural de la nación mucho antes de su existencia política.
Finalmente, la nacionalidad que se le atribuye es la de italiano. Es un reconocimiento a su papel en la formación de la identidad cultural de la península. Su vida, su lengua y su legado pertenecen a esa tierra que, aunque dividida, estaba destinada a unirse. La basílica de Asís, donde yace su cuerpo, es hoy un centro de peregrinación para millones de personas, un lugar que trasciende las fronteras y las divisiones políticas.
La nacionalidad de Francisco de Asís es entonces un concepto anacrónico, pero si tuviéramos que elegir una, sería la de un italiano, nacido en una ciudad-estado en el corazón de la península. Su vida es una lección sobre cómo las identidades pueden ser más complejas y trascendentes que las meras etiquetas políticas o geográficas. Su verdadera ciudadanía, en palabras de un fraile de la época, era la del Reino de los Cielos.