La expresión «Vale un Perú» resuena con fuerza en el imaginario popular, evocando de inmediato la idea de un valor incalculable, una riqueza superlativa. Aunque su uso se ha extendido para describir cualquier cosa de gran valía, su origen se arraiga profundamente en el período virreinal y la asombrosa abundancia de recursos minerales que el Virreinato del Perú ofreció a la Corona Española. No es una mera hipérbole, sino un eco histórico de una realidad económica que transformó Europa.
El descubrimiento y la explotación de minas como la de Potosí (hoy en Bolivia, pero parte integral del Virreinato del Perú en ese entonces) y, en menor medida, la de Huancavelica, fueron el motor principal de esta fama. Potosí, en particular, se convirtió en un símbolo global de riqueza.
Se estima que, durante los siglos XVI al XVIII, la mayor parte de la plata que circuló en Europa provino de esta mina. Fray Bartolomé de las Casas, ya en el siglo XVI, describía el Perú como una tierra de «grandísima riqueza de oro y plata y otras cosas».
La frase comenzó a popularizarse en Europa a partir del siglo XVI, cuando la llegada constante de galeones cargados de metales preciosos desde el Nuevo Mundo, y específicamente desde el Perú, impactó las economías del continente.
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El «Tesoro del Perú» no era un concepto abstracto; era una realidad palpable que financiaba guerras, construía imperios y alteraba los patrones de comercio. Las crónicas de la época y las cartas de los conquistadores y colonos ya reflejaban el asombro por la magnitud de lo encontrado.
Uno de los ejemplos más citados que vincula directamente la frase a la riqueza del imperio inca y su captura es el rescate de Atahualpa. Aunque no se tiene registro exacto de que la frase se acuñara en ese momento, el hecho de que Atahualpa ofreciera llenar una habitación de oro y dos de plata a cambio de su libertad (un tesoro valorado en cifras astronómicas para la época, equivalentes a cientos de millones de dólares actuales), consolidó la idea de Perú como sinónimo de una riqueza fabulosa e inaudita.
La frase trascendió el ámbito económico para incrustarse en el lenguaje cotidiano y la literatura. Aparece en obras clásicas como «El Quijote» de Miguel de Cervantes, donde Sancho Panza la utiliza para ponderar el valor de algo, demostrando que para el siglo XVII ya era una expresión de uso común y bien entendida por el público lector. Esto subraya cómo la fama de la riqueza peruana había penetrado hasta los rincones más lejanos de la sociedad hispanohablante.
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Si bien la frase celebra una inmensa riqueza material, también encierra la compleja historia de la explotación virreinal y el impacto en las poblaciones indígenas. La extracción de metales preciosos implicó un costo humano y social enorme, algo que la frase, en su simplificación, no siempre logra transmitir completamente. Sin embargo, su persistencia atestigua el impacto innegable que el Virreinato del Perú tuvo en la economía y la percepción global de riqueza.
Hoy en día, «Vale un Perú» sigue vigente no solo como referencia a la riqueza mineral, sino como un elogio a cualquier cosa excepcional: una persona talentosa, una experiencia inolvidable, un objeto preciado. Es un testimonio lingüístico del profundo legado histórico del Perú, un país que, a pesar de sus desafíos, continúa siendo visto como una tierra de extraordinario valor, no solo por sus recursos, sino por su cultura, su gente y su historia milenaria.
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En definitiva, la frase encapsula un capítulo fundamental de la historia global, un tiempo en que un vasto imperio sudamericano se convirtió en la fuente de una riqueza que redefinió el poder y la economía mundial. «Vale un Perú» es mucho más que una expresión; es una cápsula del tiempo lingüística que nos recuerda la profunda influencia de estas tierras en el devenir de la humanidad.