Día del Papa y laicidad

 

Para un extranjero que vive en Perú no deja de sorprender que el 29 de junio, día que el santoral dedica a los santos Pedro y Pablo, popularmente conocido como “Día del Papa”, sea feriado. La celebración de la misa presidida por el Nuncio aunada al descanso laboral, se une a otras costumbres, como el Te Deum del 28 de julio, al que asiste el Presidente de la República, o que Presidente, Alcalde y Congreso no falten anualmente a su cita con “El Señor de los Milagros”. Todas estas tradiciones conservan, indudablemente, resabios del Ancien régime; nos recuerdan la época virreinal, en la que el trono y el altar estaban unidos. Contra lo que pudiera pensarse, esto no tiene por qué tener, necesariamente, el sentido peyorativo que se atribuye a todo conservadurismo, pues abre la puerta a diferentes interpretaciones, entre las que destaca, el tener una profunda conciencia histórica, reconocer los propios orígenes y no avergonzarse de ellos.

Para muchos, sin embargo, puede representar el ejemplo por excelencia de la “falta de laicidad real” del estado peruano. Celebrar el “Día del Papa” puede sugerir que el estado necesita la bendición de la Iglesia para legitimarse, o puede significar también la necesidad de unir lo que el mismo Señor ha dividido: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es decir, mezclar al César con Dios, al más puro estilo del “Real Patronato”, lo que no deja de ser, actualmente, un cóctel explosivo. Es comprensible que muchos laicistas peguen el grito en el cielo, aunque, la verdad, no le venga mal a nadie, no importa si se es ateo, laicista o evangélico, un feriado a media semana. En el fondo es la filosofía, tan propia del mundo latino, según la cual hay que celebrar, no importa el motivo, ni de quien sea la fiesta.

Sin embargo, uno de los supuestos que podrían conducir al rechazo de tal festejo, sencillamente es falso, o no pasa de ser un acariciado deseo de un grupo intelectual, a la vez pequeño e importante, del país. Hay que decirlo, el estado peruano no es laico. No hay que avergonzarse de ello, mucho menos lamentarse. En realidad, como están las cosas actualmente, resulta una bendición, pues usualmente se confunde en la práctica al estado laico –realidad noble, buena, muchas veces necesaria- con el estado laicista –que vulnera hondamente uno de los fundamentales derechos humanos, el derecho a la libertad religiosa-, y por ello, el situarnos lejos de este extremo nocivo, resulta, a fin de cuentas, positivo.

¿Por qué no es laico el estado peruano? Si uno acude a la Constitución peruana vigente, y busca la palabra “laico”, esta no aparece en ninguna parte. Si la Constitución es la Carta Magna del estado peruano y en ella no se habla de un estado laico, no queda sino reconocer que no lo es. Por el contrario, en su artículo 50 menciona a la Iglesia Católica, sin que ese reconocimiento excluya a las demás denominaciones religiosas: “el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración”. Lo cual no solo refleja simple y llanamente la realidad, y por supuesto la historia, sino que, a la postre, es de justicia. Ahora bien, que no sea laico no significa que sea confesional ni que exista una “religión oficial”, sencillamente implica que no ha querido definirse con esa nota “laico”, y que por el contrario, busca desarrollar una fructuosa colaboración con la Iglesia, en beneficio de los peruanos, como así ha sido en la realidad.

La celebración del “Día del Papa” nos ofrece una valiosa pista para redescubrir la originalidad y riqueza del estado peruano. Perú no se ha plegado a las modas laicistas, impuestas en muchos países latinoamericanos, buscando emular el ejemplo francés. No ha tenido que recurrir ni a la esquizofrenia social –al negar el papel lo que es una realidad en la vida-, ni a la ficción histórica –hacer como si la Iglesia no hubiera jugado ningún papel o renegar del que ha jugado-, es decir, no tiene complejos para reconocer, en su Carta Magna y en sus fiestas públicas, aquello que ha sido importante en el proceso de su gestación y desarrollo, y que por tanto forma parte de su identidad.

 

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