Disidentes de las FARC y la violencia en la Amazonía

 

La violencia puede otra vez incendiar la Amazonía colombiana y las llamas del conflicto pueden extenderse por toda la triple frontera, abarcando el Brasil y el Perú.

Los protagonistas de este nuevo conflicto -que en realidad no ha terminado de apagarse- son los disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia (FARC) que se niegan a aceptar el Acuerdo de Paz firmado entre gobierno de Colombia y las FARC, esgrimiendo el argumento de que el desarme facilitaría el arrasamiento de la Amazonía por las multinacionales petroleras, gasíferas, forestales y auríferas que se aprestan a ingresar al territorio amazónico.

De acuerdo a la ONU y otras organizaciones que monitorean el proceso de paz, la disidencia representaría el 10 por ciento de un total de 7 mil ex combatientes registrados. Estos disidentes, de acuerdo a los expertos y testimonios recogidos por este cronista en Colombia, contarían con el apoyo de los productores de hoja de coca e incluso de pobladores indígenas que temen la invasión de sus tierras y territorios por las multinacionales.

Las puertas de la Amazonía se abren al gran capital

En una crónica publicada en este mismo diario (El fospa y la defensa de la Amazonía, diario UNO, 7 de mayo de 2017) anticipamos estos hechos vinculados a la geopolítica y a los intereses económicos de las megacorporaciones extractivistas que asedian el espacio amazónico donde están las mayores riquezas para la economía global en crisis en el siglo XXI: agua, biodiversidad, minerales estratégicos, gas y petróleo.

Señalamos que la caída de los gobiernos de Inacio Lula, Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores (PT) fue uno de los mayores triunfos de la geopolítica de EEUU en América del Sur y sobre todo en la cuenca amazónica. Porque ese triunfo de Washington derrumbó el mayor contrapeso geopolítico en Sudamérica y en la cuenca amazónica. Sin ese contrapeso, las puertas del estratégico espacio amazónico quedaban abiertas a la voracidad de las multinacionales hambrientas de recursos naturales.

En esa misma crónica dimos a conocer los testimonios de líderes indígenas colombianos recogidos en Leticia y la cuenca del Putumayo y también en Tarapoto, durante el VIII Foro Social Panamazónico (FOSPA), a fines de abril de este año.

Esos testimonios expresan la satisfacción y aprobación por el Acuerdo de Paz.

Pero también el temor de que la llave del neoliberalismo abriera las puertas del desenfrenado extractivimo al capital transnacional con las consecuencias e impactos ambientales sobre los ecosistemas amazónicos y la vida de los pueblos indígenas.

La disidencia y el difícil proceso de paz

La disidencia del 10 por ciento de un total de 7 mil guerrilleros se produce en un contexto en que el Acuerdo de Paz se implementa con mucha dificultad y también de hostilidad de los que votaron por el No en el plebiscito por la paz: el 50.2 por ciento de colombianos, mientras que los que votaron por el Sí representan el 49.7 por ciento.

El ex presidente Álvaro Uribe Vélez es el opositor más recalcitrante y virulento del Acuerdo de Paz. Cree y sostiene que el presidente Juan Manuel Santos y el Estado colombiano han hecho demasiadas concesiones a las FARC, cuyo máximo jefe sigue siendo Rodrigo Londoño, “Timochenko”.

Esta oposición al proceso de paz ha ahondado aún más la polarización de Colombia, una nación con 48 millones de habitantes y donde los que votaron en las elecciones fueron 13 millones. Una prueba, como ocurre en toda América Latina y en la mayoría del mundo, del desgaste y la desligitimación de la democracia electoral. La gente, como ocurre en el Perú, ha dejado de creer en los políticos y en la política por varias causas: la corrupción, el engaño, el incumplimiento de las promesas, porque los Estados están tomados y controlados por los poderes fácticos.

En Colombia, dicen los analistas, el mayor problema no es la pobreza, sino la desigualdad. El 10 por ciento más rico recibe 21 veces lo que recibe el 10 por ciento más pobre. Pero esa desigualdad escandalosa e injusta es un problema estructural del capitalismo tardío del siglo XXI donde el capital ha expropiado al trabajo. Una prueba de ello es el informe de OXFAM: sólo 8 ricos ganan más que 3,600 millones de las personas más pobres del mundo. Es decir, el capitalismo del siglo XXI es la mayor fábrica de pobres.

Medio siglo de violencia en Colombia han dejado 200 mil muertos y 7 millones de desplazados y terribles heridas psicológicas, sociales, económicas, políticas y culturales que tardarán mucho tiempo en cicatrizarse y curarse. Es decir, la guerra ha terminado mediante un Acuerdo de Paz, pero sus estragos continúan: en las últimas semanas se han registrado más de 7 mil personas desplazadas de sus pueblos, en las zonas del Chocó y el norte de Santander, víctimas de la violencia provocada por la economía del narcotráfico y la minería aurífera ilegal.

La Amazonía en el ojo de la tormenta

La Amazonía colombiana, como la peruana, es un espacio rico en recursos naturales: gas, petróleo, oro, bauxita, coltán y otros recursos. Florencia, Mitú, Caquetá, Putumayo, Amazonas y Vaupés son los territorios que guardan estas riquezas. Las multinacionales Pacific Stratus, Emerald Energy, Monterrico y otras poderosas empresas extractivas, así como ECOPETROL, se aprestan a instalarse en estas regiones.

Pero los disidentes de las FARC de los bloques 24 y 48 también. Esperamos que el Acuerdo de Paz se haga realidad y que la sangre no llegue al río. Que medio siglo de violencia que ha desangrado Colombia quede sólo en la memoria y que nunca más debe repetirse.

 

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