Luis Abanto Morales: El cantor perseguido

 

Sé que te dicen, que no soy libre /que soy un malo, tengo un pasado/me gusta el juego y la bebida. Tú bien lo sabes, eso es mentira”

–¡Mentiraaaa! –coreábamos como queriendo desmentirlo cuando llegaba a este verso de ‘Nunca podrán’.

–¡Eso es mentira!

Pero el cantante –que era Luis Abanto Morales– dejaba atrás nuestras bromas y se arrancaba con ‘La Flor de papa’ y ‘Mambo de Machaguay’, para continuar con ‘Cielo serrano’ y, por fin, ‘Cholo soy’.
La novedad del asunto es que el concierto del gran cantautor se estaba realizando en la cárcel de Cajamarca y solo tenía como espectadores a cuatro guardias republicanos, un guardia civil y un preso político.

De esto hace 50 años. Elvis Presley y Priscilla Beaulieu se habían casado en Las Vegas. Acababa de aterrizar una sonda ‘Surveyor’ en la Luna. Miles de norteamericanos desfilaban por San Francisco para oponerse a la guerra en Vietnam. En el Perú gobernaba Belaunde Terry. Las guerrillas del 65 habían terminado con la muerte de sus dirigentes, pero algunos elementos de la policía continuaban buscando simpatizantes de De la Puente Uceda.

Luis Abanto Morales había tenido un problema de faldas y, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo había resuelto y andaba corrido de la policía. La gente lo había convertido por eso en el cantor perseguido.
La prudencia lo hizo dirigirse a vivir en tierras cajamarquinas. A pesar de la requisitoria que pesaba contra él, allí la gente lo quería tanto que lo nombraban padrino de bodas y bautizos, y a veces la policía volvía los ojos hacia otra parte para permitirle participar en esas ceremonias.

Aquella noche, Abanto Morales cantaba en la carceleta del hospital de Belén en Cajamarca. Un guardia lo había encontrado visitando a unos parientes y lo había arrestado, y no se le ocurrió otra salida que llevarlo a la carceleta donde estaban recluidos los reclusos enfermos y un pequeño grupo de guardias republicanos.

Los presos ya se encontraban en sus habitaciones. El cantante fue conducido directamente hasta el republicano, jefe de los custodios.

–Señor Abanto. Usted es mi paisano. Usted se queda con nosotros que somos el comando, dijo el jefe que era oriundo de Cajabamba como el cantor.

–Más bien, le tenemos esto, dijo mostrándole una guitarra. Una hora más tarde, la pulsarían alternativamente el propio jefe, el cantor y el político quien había mandado comprar una botella de ron.

“¿Quieres que me ría/mientras mis hermanos son bestias de carga/
llevando riquezas que otros se guardan”

El político era un joven profesor universitario cuya única culpa era tener ideas de izquierda.

–Comandante, –dijo el joven. –El señor Abanto no ha sido detenido regularmente. Está aquí de visita. ¿Qué le parece si hacemos de cuenta que aquí no lo hemos visto?

–¿A quién?– preguntó el jefe de los republicanos. Y ya en la madrugada el idolatrado cantor perseguido abandonaba la carceleta. Dicen los que estuvieron allí que se iba cantando.

 

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