El código siciliano

 

Se trata de alguien a quien conozco muy bien y, a veces, me ha hecho confidente de novelescas historias, vividas todas, en una sola vida que curiosamente ha multiplicado por cien, a lo largo de los años. Ahora, cursa su “Segunda juventud” y, sin embargo, sigue ganándose el vivir, con el mismo entusiasmo que debió desplegar en sus tiempos mozos. Cuando aún creía en muchas olvidadas cosas.

-“Y eso, que algunas mañanas, cuando empiezo a caminar las calles, me parece estar viviendo un cuento de Borges, retando a la ciudad, como a un tigre… o cosa parecida -me dice- como burlándose de su cotidiana adversidad.

Quienes de verdad somos sus amigos, lo apreciamos por su imbatible alegría y sus dones de solidaridad a toda prueba, por eso, nuca está, que pudiera decirse: solo. Algo que mucha gente quisiera poder decir de su propia vida.

-“En la esquina de mi viejo barrio, había una socorrida bodega italiana, regentada por Don Bernardo Caviglia, natural de Palermo. Un hombre que llegó a El Callao, decidido a anclar para siempre la historia de su aventurera vida –me contaba hace poco mi valeroso amigo.

-“El bachiche solía conversar con los muchachos palmillas, fiesteros, trompeadores, enamoradizos, que intercambiaban mensajes escritos en la pared que hacía escuadra entre dos calles, y se ubicaba al centro de las dos puertas de su negocio. Sus charlas, eran algo así como clases magistrales acerca de lo que es “un hombre de respeto”, y tenían lugar al caer la tarde, cuando no era visitado por algún grupo de paisanos suyos que apelaban a su mediación en algún conflicto de intereses, o cualquier malentendido que pudiera derivar a solución violenta, recuerda mi dilecto amigo.

-Uno de los temas recurrentes en sus largas pláticas se refería a algo que llamaba “Código Siciliano” y que muchos años más tarde yo identifiqué con el “Código de Hammurabi”, por atribuirse su autoría a dicho emérito Emperador mesopotámico.

Las normas básicas de esta tabla de conducta, iban más o menos así: “Primero: Para nacer, vivir y morir, la hora…es la hora. Nunca antes, nunca después.

Segunda: “Mi palabra es un documento (“mía parola sei documenta”) , y la garantizo con mi vida. Y “Terza” (tercera): Yo no delato nunca…ni a mis enemigos”.

-Curiosamente, según recuerda el autor de este relato, cuando la vida y su cercanía “a cierta izquierda”, lo llevaron a la prisión y a la tortura, tuvo ocasión de recordar el “código” que bebimos en nuestra adolescencia, “gracias” a largas horas de horror e incertidumbre.

“Es extraño -recuerda- pero la vida te hace aprender de los más increíbles maestros. Un “choro plantuja”, me reveló cierta vez que para soportar “la colgada”, lo mejor, era mugir como un toro. Si. Así como lo oyes-remarcó-Yo, por mi parte, había leído en un extraño libro, el testimonio de un lama tibetano .sometido a suplicio por los japoneses. Este monje, quizás santo, quién sabe, mago, sostenía ser capaz de viajar con la mente a dimensiones elevadas, lejanas y placenteras, mientras sus verdugos, le golpeaban la planta de los pies con varas de bambú, o le arrancaban metódicamente las uñas, una por una. ¿Increíble, no? Las cosas que uno recuerda cuando hace péndulo sobre el abismo del dolor y la incertidumbre – comenta este viajero que afirma star “de regreso de todo y cualquier tema”.

-“Pasó el tiempo,-rememora- y cuando volví a mi país después de sufrir el calvario adicional de un dramático exilio, alguien me pasó el dato de que el jefe de mis torturadores, agonizaba, víctima de un atroz cáncer, en la estación final del Hospital Militar. Y entonces, comprendí que le había llegado la hora…y mi hora también. En ese instante, un desconocido impulso, me indujo a visitarlo.

Usando un subterfugio “periodístico”, me colé hasta el borde de su lecho de muerte y…simplemente, le clavé la mirada, mientras él… o lo que quedaba de él me reconocía trabajosamente y se revolvía tratando de expresar con ojos desorbitados una desesperación que el entubado definitivo le impedía gritar con la garganta. Cuando sus familiares auténticos- yo me había hecho pasar por uno de ellos-, me preguntaron quién era , inventé un antiguo compañerismo de universidad y salí del recinto, haciendo un cachoso adiós de mano a mi antiguo verdugo, que se levaría de recuerdo mi justiciera sonrisa, hasta los confines del otro mundo.

“Si pues -recuerda mi amigo. Todas las horas tienen su hora. Y ese mal hombre se arrancó de la vida, sabiendo que yo, ni agonizando, dejé de ser fiel al código de conducta que aprendí en mi lejana juventud, nunca delaté ni siquiera a mis enemigos.

Si pues. Cada ser humano es un universo y…es sorprendente lo que tiene que contar, cuando comparte un trago con un viejo compañero de la escuela del coraje.

 

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