El ejemplo de los más pobres

 

La actitud asumida por cientos de personas que acudieron, prestas, para donar sangre que requerían, con urgencia, las víctimas del trágico accidente de un camión-cisterna que transportaba gas licuado de petróleo, en Villa el Salvador, es digna de todo encomio. La explosión fue tremenda, tal como si hubiera caído una bomba de neutrones, dejando el doloroso saldo de muertos y heridos, todos ellos provenientes de hogares de pocos recursos económicos.
Dicho gesto, que habla mucho de la nobleza de la gente humilde del país, tiene las mismas características del protagonizado, días antes, por un adolescente, de nombre Juan Zuleta Gómez, que sobrevive con los escasos recursos dinerarios, que recibe como pago por la limpieza y el cuidado de vehículos, en la Urbanización Apolo, en el populoso distrito de La Victoria. Este joven abandonado por sus mayores y por la propia sociedad, fue aquel que expuso su integridad física para salvar la vida de una mujer, a quien su conviviente Julio César Rojas Mogollón, estuvo apunto de quemar viva, luego de rociarla con gasolina.
Uno y otro caso son sinónimos de la auténtica solidaridad, que identifica a las personas con sensibilidad por el dolor ajeno. No buscan recompensa de ninguna clase, no están detrás de premio alguno, mucho menos de figuración en las planas de los diarios ni de los programas radiales o televisivos. Sus vidas transcurren con idéntico comportamiento, con frecuencia intercambiando inclusive el pan de cada día. He sido testigo personal de esta forma de ser de los que son materialmente pobres, pero ricos espiritualmente. Los he visto levantar, mediante el trabajo comunitario, allá por los años 60, extensas escaleras de piedra y cemento en barrios desheredados como El Agustino y La Victoria, he observado la construcción de sus viviendas, primero de esteras, cartones y latones, para después transformarlas con material noble en San Martín de Porres, Comas, Independencia, Villa María del Triunfo, San Juan de Miraflores, entre otros lugares. La ayuda mutua, generosa y gratuita marcaba la diferencia con lo que ocurría en las zonas urbanas. Estas obras se han dado, igualmente, en lo referente a pistas y veredas, en aquellos espacios ocupados por gente emprendedora, que recortaban sus gastos de necesidad inmediata, para aportar en la transformación de los servicios públicos.
Es cierto que con frecuencia, en medio de esta labor silenciosa, aparecían y continúan haciendo lo mismo, personas explotadoras, traficantes de la necesidad ajena, que utilizando mil mañas, se aprovechaban (se aprovechan) de la buena intención de la gente humilde para estafarlos. Es cierto, igualmente, que han sido numerosos los políticos que jugaron con sus anhelos de una vida mejor. Tengo presente el caso de uno de ellos que llegó en el presente siglo a la desvergonzada autoproclamación de considerarse el pionero de esas escaleras construidas en los cerros limeños. Una enorme mentira, falso de toda falsedad. El trabajo comunitario de la gente sin recursos económicos tiene una larga data. El caso del barrio de Letícia, en las faldas del Cerro San Cristóbal, en el Rímac, es ejemplo de lo relatado, tiene fecha muy antigua, desde inicios de los años 40 del siglo pasado.
Lo acontecido, en estos años de cambios políticos, nos anima a creer que más temprano que tarde, el sentimiento de solidaridad, verdadera, auténtica, se constituirá en actitud permanente entre los peruanos. Le dará espacio inmenso a una larga tradición que debe volver a brillar en toda su magnitud. Esto porque lo esencial de la vida comunitaria y lo mas relevante de vida social, es la solidaridad. Esta ha permitido y debe permitir la igualdad soñada, entre todos los miembros de la nación, sin exclusión, sin olvidos, sin discriminaciones. Es cuestión  que todos nos identifiquemos como partícipes por igual de los avatares de la existencia, de las aspiraciones. La solidaridad brota de los elementos compartidos, por el mismo hecho de saber que somos seres humanos. Pero más allá de esto, debe existir un sentimiento de respeto recíproco, de afecto, sentimiento que comienza como búsqueda desinteresada del bien del otro, con abandono del egoísmo. Soy consciente que todo lo expresado tiene su capa de ilusión, de utopía, que, sin embargo, se ha logrado en nuestro propio suelo, con culturas anteriores a la nuestra, al igual que en otras latitudes, donde la solidaridad ha dado a luz una sociedad diferente, humana en toda la extensión de la palabra.

 

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