El hombre que “murió” dos veces

 

¡Alto ahí!…! Tú eres “Atojcha!(“Zorrito” en quechua)… -gritó el cholo Roberto Teves, bloqueando el escape de un lorchito, desnutrido ojiverde, chompa ploma, que quiso huir a la volada del micro carcochón atiborrado.-“Tihas quivocau, siñor. Yo no soy ese que dicis”, – replicó el atarantado, pretendiendo salir del  embrollo, a fin de perderse entre el tumulto de la parada “Yerbateros”.

-¡Qui mi voy quivocar, cojudo!… ¡Tú mismo eres!¡Ay ta tu cara de zorro… y esa tu chompa verdosa de toda tu vida…!-reiteró rotundo, el charanguista, huesero, buena gente, mi hermano de siempre. “El Cholo Teves”.

-“Bueno”- admitió lagrimeando el ampayado zorruno- “si soy, pero por favor huaiquei (hermano), no lo cuentes a nadie”.

-Y así fue como empezó su cuento verdadero, el hombre que, aunque usted no lo crea -si pues-“murió” dos veces, mi estimado. Una de ellas, falsamente, nomás. Pero murió.

Resulta que “Atojcha”, era un buen cantante de huaynos. Un “Divo con poncho”, aplaudido en el “Coliseo Nacional” del folklorista Don César Gallegos, allá por los tiempos del animador “Casaca” y la “Chola Juanacha”, cuando Teves debutó con la Compañía Ollanta”, mientras se asombraba con los tranvías limeños, creyéndolos “gusanos gigantes” que se comía a la gente y contemplaba aterrado el “Hatun Yacu” de “La Herradura”, definiéndolo como “un río que se ha vuelto loco”.

Pero, de pasada, “Atojcha”, aprendió de su padrastro, el arte de coser “posturas”, que es como denominan a su multicolor vestuario, los artistas de arpa y quena.

Y bueno, la carpa es engañosa y la fama vocinglera. Es, -en otras palabras- lo peor que le puede pasar a un provinciano desavisado a quien todo el mundo adula, haciéndolo sentir dueño del universo, por encima de los cerros, los soldados francos y las “Natachas” en día libre.

Y asi “Atojcha”, sumó a sus facultades de buen cantor y sastre requerido, la afición a la cerveza, que sus “poncho’s fans”, se peleaban por invitarle, hasta que un día, el habitual convidado, se sintió “disparador” y, a su vez, empezó a convidar, caja sobre caja, que incluso los kioskeros le fiaban, seguros de cobrarle a su tiempo, considerando el doble ingreso del sastre cantor, que siempre cumplía, oiga usted, hasta poco antes de que -extrañamente- empezara su debacle.

Si pues, porque de un momento a otro, el sastrecillo trovador, se convirtió en “remolino”. Es decir, especialista en “trincar” adelantos monetarios, por trabajos que jamás, siquiera empezaba, a raíz de lo cual, los “reclamones” empezaron a  aporrear la puerta de su pintoresca “mansión”, situada en los altos del “San Cosme”, en tanto los “pirañas” del cerro, le endilgaron el nada gracioso “chaplín” de “Tijera Borracha”, en justo deshonor a su descalabrada conducta.

Nada pues, parecía contenerlo. No bien empalmaba “un adela”, le faltaban pies para mandarse a la cantina, donde se emborrachaba a fondo, entre mulizas y huaynos, que festejaban sus angurrientos ayayeros, hasta que el bolso decía basta.

“Y por tan tenebrosa vía, ”Atojcha”, pecó en cometer el más grave de sus errores. Creyendo acaso haber concebido una “luminosa” manera de salir del hoyo ensayando una riesgosa pirueta, empeñó en cinco mil soles sus dos máquinas de coser, herramientas vitales para su oficio costurero. Es decir, en caso de tomarlo en serio. Y para peor, aquellas prendas de invalorable importancia, quedaron en manos del más bravo usurero del cerro, quien cierta noche, le cortó la borrachera , apuntándole crudamente: “A mí, me pagas o… me pagas, cojudo… Ya lo sabes”.- Lo que, en coloquial lenguaje de malevos, quiere decir, que mejor, es pagar nomás… Si no quieres que… “te cobren”.

“Pero, la creatividad de “Atojcha”, parecía no tener freno, en cuanto a jugadas “metepata”.

Acorralado por reclamos, cobradores y demás angustias diarias, una mañana de esas, ideó “morirse”, como fin de fiesta para todas sus comedias de cantina.

 

LA FALSA MUERTE

Claro que no a la franca, pero se murió de cajón nomás, que también es una manera de morirse, aunque suene en changa.

Le metió a su mujer el truco de que iba a cantarle a la” Virgencita de Huancasancos”,- su pueblo natal- , pues debía cumplir su promesa anual, como buen hijo de las alturas.

Una vez en el sitio, se aconchabó con unos viejos “causas” y, entre todos, haciendo “chanchita”, compraron un ataúd media caña, lo rellenaron con piedras y, echando a rodar la tanga de que “Atojcha”, se había precipitado del cerro, atornillaron la funeraria tapa para que nadie viera lo feo que había quedado con sus ojito verdes y todo “el caramelo” machucados.

Sin embargo, esa noche, no cantó “El Tuco”, agorero búho andino, ni vino a buscarlo “La Huesta”, fantasmal procesión que según el viejo mito, recoge el alma del pecador, para llevarla a golpe de “chicote quemao”, o para cantarle salmos, si es que se va, arrepentida, buena gente y tranquilita nomás a descansar al “hanan pacha”, como se dice “paraíso” en el quechua ayacuchano.

Y no faltó –entre gente vieja- quien sospechara, pero, para su pobrecita mujer, y para el cojudismo en general, “Atojcha” quedó muerto y enterrado en su querido Huancasancos.

Por su parte, el falso fiambre, se escondió en las alturas, se hizo esquilador de ovejas en una comunidad de “salka runas” (gente de punas) y, meses más tarde, bajó por la carretera para reinventarse de guardián en una finca de alemanes -Nicolás Rojas, haciéndose llamar-  y así empezó a pasar piola su segunda  vida, o mejor dicho, su falsa muerte. Hasta que lo descubrió “El Cholo Teves”.

 

VIVIR MURIENDO

Parece que desde entonces, la conciencia no dejó en paz al muerto bamba y una mañana de esas, reapareció estrambóticamente desparramado sobre la tumba de su madre verdadera, allá en el panteón de Huancasancos, empuñando los restos de un sobre chico que “Racumín” decía en la etiqueta.

Estaba frío. Ahora si, a la “Frankestein”,  aunque según cree mi hermano huesero, “este maldito ya estaba muerto, desde que tejió su canallesca mentira”.

-Y entonces pues, cuando alguien le diga a usted que: “nadie palma la víspera – y, menos en doblete-sino el dia que le toca”, -escúchelo bien, pues según he podido averiguar, el tramposo “Atojcha”, murió dos veces, pues es bien cierto que hay “alguien” que no espera mucho a la hora de ajustar cuentas.

Dicen que es muy feo y tiene cachos sin haber tenido mujer.

En la Sierra, le llaman “Jaccra”, aunque yo manyo solapín nomás, que no es otro, que el Viejo Diablo que todo lo aguaita y por eso mismo, no come cuento. Más bien “come candela”, conforme canta un rico rumbón, oiga usted…. ¡Para los sapos…!

 

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