En gesta democrática hay quienes han sido derrotados

 

La palabra ciudadana ha sido clara y contundente. Su participación, el reciente domingo, en el referéndum que ha abierto las puertas para proceder a las reformas que requiere entre otras, básicamente, la Constitución Política del Estado, constituye un mandato soberano y corresponde a la clase política cumplir y hacerla cumplir.

Atrás han quedado las quejas y los temores de quienes hicieron, cuanto pudieron, por evitar que se procediera a las reformas que crean la Junta Nacional de Justicia en reemplazo del Consejo Nacional de la Magistratura, que regula el financiamiento de organizaciones políticas y que prohíbe la reelección de congresistas, en tanto, también, la misma ciudadanía consideró pertinente que no se estableciera la bicameralidad. Esto último en razón de que el actual Congreso controlado por el fujimorismo y su aliado el aprismo, había introducido modificaciones a las reglas sobre la cuestión de confianza al gabinete ministerial.

Pero aquí cabe, sin embargo una aclaración. No es como, con ánimo conciliador, ha expresado el presidente Vizcarra, que “no hay aquí vencedores ni vencidos”. ¡Sí hay victoriosos! y ese es el pueblo, que exige cambios sustanciales para iniciar el proceso de desarrollo político, económico y social, tan anhelado para sacar del estado de postración en que se encuentra el Perú. ¡Sí hay derrotados! y ellos son  esa nefasta mayoría parlamentaria, conformada por el fujimorismo y el antihistórico aprismo, al igual que los predicadores mediáticos y otros más, que anunciaban males o desdichas, negándole a la ciudadanía la capacidad de acierto para decidir su propio destino.

Por otra parte, en estos momentos no podemos pasar por alto el significado de esta actuación ciudadana. Es verdad doliente, incrédula, escéptica, por tantos años de promesas incumplidas, pero que ahora comprendió que era necesaria su participación multánime y democrática en la justa electoral. Advirtió, a despecho de los derrotistas, que tenía el deber de ir a las urnas, para sellar con su voto la trascendencia de un cambio vital  para su futuro.

La  ciudadanía ha marcado el paso de lo que en el futuro podría llevarnos hacia una democracia participativa, participación que es buena para el ser humano y la sociedad y que, de continuar los cambios constitucionales, podría darle respuesta a la crisis de nuestra sociedad, caracterizada como alienante, opresora y, por lo tanto, distante de los anhelos ciudadanos, en particular de los marginados, de los discriminados, que están ahí, por todo el territorio nacional, en soledad e indefensos.

¿Cambiarán de actitud los pregoneros de todo lo malo que puede ocurrir, cuando el pueblo reclama cambios constitucionales?. Es casi seguro que no. Nadie se podría oponer a que hagan uso de la palabra, pero eso no quita que persistan en su prédica derrotista, sin tomar en cuenta la verdadera realidad que sufre el país. Es evidente que los mueve otro tipo de intereses políticos y económicos y que, por eso mismo, no toman en cuenta que la ciudadanía tiene todo el derecho de pensar, decidir y actuar como integrante de un pueblo mayoritario dentro de la sociedad.

Por la vía racional inductiva, no deductiva, la ciudadanía se ha elevado en la búsqueda de fórmulas para salir de la situación  que le aflige, ha llegado a valorar que no puede estar ausente de su participación democrática y, por lo tanto, ha empezado a caminar por el camino correcto y de lo que es hartamente bueno de su presencia, de su necesaria inserción en la vida social. Una participación que hay que apreciar en toda su dimensión, ahora más que nunca, como esencial al desarrollo personal y al orden social. Hay que esperar que no pierda el rumbo.

 

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