Hora loca en Miami

 

La primera vez que abordé un avión en condición de pasajero, me tocó en suerte, un viejo cuatrimotor “Electra” de pronóstico reservado, en el cual, casi dejo mi alborotado corazón de entonces, cuando dicha víscera amenazó saltarme por la boca, apenas la aeromoza empezó a explicar las conductas recomendables en caso de siniestro, sin que antes me hubiera quedado claro, que solo se trataba de un usual simulacro de pre viaje. Pura finta nomás, pero impresionante, compadre.

La chibola en cuestión, flaquita, debutante, medio asustada también ella, hacía su trabajo, claro, pero lo cumplía tan a lo vivo, que cualquierita se hubiera imaginado que estábamos un paso al más allá, apenas despegado el armatoste en cuestión, el mismo que integraba un lote de aviones que terminó estrellándose por todo el mundo, tiempo más tarde. En fin.

Y como los percances, difícilmente vienen de uno en uno, me tocó en rifa, sentarme al lado de una señorona cucufata que armada de un impresionante rosario, rezó durante las once horas completitas que por entonces, duraba la travesía volada Lima-Miami, destino habitual de todos los caídos del palto-pero con plata- que hay en nuestro country, los mismos que enderezan la trompita, para decir:”Mayami” pues, ignorando-no sé si a propósito, o por puro charm huachafo-que los propios miamenses, dicen: “Miami” nomás y se acabó el detalle.

Bueno, resulta que yo viajaba como “chaperón”- es un decir- de un travieso elenco de veinticinco leonciopradinos, invitados por una vaina que se llamaba “Operación Amigo” y consistía en un intercambio estudiantil gringo-cholo, mediante el cual, jóvenes del último año de Secundaria, se alojarían recíprocamente en casas familiares de ambos países involucrados en la nota.

Mis superiores de Baquíjano, aprovecharon el viaje, para matricularme en un “trainee” que impartía “The Miami Herald”, y yo debía cumplir alternando mi aprendizaje de edición de magazines y toques anexos, con el control disciplinario de veinticinco mocetones con las hormonas a flor de piel-¿Y quién te controlaba a ti?-hubiera preguntado mi putativo tío “Pichón de Pato”, pero esa, es otra salsa para el menú de mi rocambolesca life.

Bueno pues, cumpliendo la misión de “pastorear” a tan simpático grupo, visité las “Queen Islands”, el “Sea-acquiarium”-que no sé si se escribirá así… y de pasache agarré viaje con una bella camarera del “Camagüey”, restaurante cubiche que se acomodaba a nuestros gustos culinarios y a las normales dificultades de nuestro peruvian english. Todo marchaba igualmente chévere con mis clases de “newspapper”, a cargo de Mr. Beebe”, en aquel tiempo,” Editor in Chief” del importante diario que eventualmente me “educaba”, es un decir.

Pues bien decían los curitas inquisidores que “todo será a la Gloria de Dios…mientras El Diablo no meta la cola”.

Y entonces pues, una rubia dama, reciente viuda de una de esas guerras que tanto vacilan a los amerikekes, resultó invitando a todo el elenco-chaperón incluido- a una fiestacha que pensaba dar en su “House”, y a la cual, concurriría un selecto grupo de “teen agers”que desde luego, integraban el programa de intercambio y estaban en el primer hervor de sus quince a diecisiete, para decirlo en fino.

Como es de suponer, este servidor, les mandó tremenda discurseada a sus “chaperoneados””, acerca del decoro, las buenas costumbres y el merengue ese, de “dejar bien puesto el nombre del Perú”, sin imaginar el trasfondo de verdad que dichas palabras resultarían teniendo hacia el remate del tono, oiga usted.

Ya en el teatro de los acontecimientos, la Doña me preguntó si los chicos podían beber “one beer”, a lo cual, me opuse cortésmente, pues siempre he sabido que “El Diablo come candela”, por lo cual quedamos en coca colita nomás y un cierto “ponche” de sopera que del saque me pareció sospechoso, pero tampoco estaba la china para calzones blancos, como se decía en mi viejo “llonja”, y de haberme puesto exquisito mi añorado “Tío Pichón”, me hubiera comparado a la legendaria “Pata’e Yuca”, que treinta años después de estar en el cuento, salía por la puerta falsa del bulín:” para que no a vieran sus amistades”.

El toniche, arrancó normal y los muchachones sacaron a bailar a las gringachas, caballero nomás, aunque se fueron soltando cuando sonó Elvis Presley y sobre todo, cuando “Bill Halley y Sus Cometas”, sonaron con “Rock Arround The Rock”, tema musical que hacía furor en todo el mundo en plan de “sound track” de “Semilla de Maldad”, peli que convirtió en rockanrroleros a cuanto palomilla había por ahí, en una secuela que más de un setentón recordará, aunque ahora esté payaseando para sus nietos y se haga el vohnue full equipo, porque así es la memoria mentirosa.

Yo, entre tanto, intentaba conversar con la dueña de casa, cuarentona bien puesta, rubia auténtica, “colchonable”, como diría el profe Marco Aurelio. Gran Maestre de Manualidades y enemigo lingüístico de la tía Martha que se las tiene juradas, no sé por qué.

La doña del cuento, hacía denodados esfuerzos, por hacerme creer que mi “spanglish” colegial, le resultaba comprensible, ayudándose con guiños, expresivos ademanes y una que otra sorpresiva carcajada, mientras observábamos juiciosos, la pachanga juvenil que ya iba ardiendo.

De pronto a buena señora, me hizo un requiebro convencional y mismo mago de plazuela, materializó una botánica de whisky, rematando el tiro con un gesto internacionalmente traducible, como “sólo un poquito y nada más”.

Y bueno pues, el suscrito-que firma- santo, nunca ha sido que se diga, y judoko mucho menos, de modo que acepté nomás y entre risa y gracia, llegamos a mandarnos, digamos una media bota de aquel pisco agringado ,hasta que sin querer, queriendo, terminamos en el dormitorio,(para conversar nomás, no sean malpensados).

Y…una hora más tarde, reacomodándome la corbata, emergí de vuelta a la sala del rumbón y conforme recuerda Juanito Silva Vidaurre -que era uno de los cadetes-proclamé con voz tonante: “”Ahora si… muchachos…¡Paso de vencedores. que ya se rindió el respeto de la casa!

Dejo el final de esta historia, a los primores de vuestra cumbiambera imaginación, desde luego, aceitada en sus vericuetos, por ese genial cachimbero que es El Diablo. Alguien que bien sabe lo que es candela, cuando llega el tiro libre de cualquier hora loca, tanto en Mayami, como en cualquier cancha de barrio, mi estimado.

 

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