Keiko se identifica como política tradicional

 

Keiko Fujimori tuvo 158 días de cura de silencio, luego de su inesperada derrota en las pasadas justas electorales. Hasta donde ha trascendido se dedicó a la reflexión, aislada en lo más íntimo de sus aposentos. Una que otra consulta con sus allegados, no así con su hermano Kenyi, a quien por más que lo oculte, se la tiene jurada. Buscó y posiblemente encontró respuestas alentadoras y, al mismo tiempo, señales sobre la culpabilidad de algunos de sus colaboradores más inmediatos. Ahora ya está en circulación. Sus primeros anuncios hacen saber que no se encuentra deprimida, que no se siente derrotada y que si no se exponía a los reflectores de la opinión pública, era simplemente porque prefirió “un prudente silencio para contribuir con la paz política que necesita el país”.

La lectura sobre ésto último revela que se acabó tal “prudente silencio” y que ya no quiere cooperar en la tarea común de propiciar la paz política. Ha optado por la declaratoria de una guerra, por una rebelión oral contra el gobierno, al que acusa de no haber hecho nada en los primeros cien días de gestión, que la seguridad ciudadana es casi un mito y, por si fuera poco, que de todos los rincones del territorio nacional, la gente se pregunta dónde diablos está el presidente de la república. Beligerancia total.

La arremetida provocadora, sin embargo, debe verse como una manifestación pública de alguien que en su enclaustramiento voluntario, no ha tenido acceso a los medios de comunicación masiva. Por eso quizás ignore que, sin la pretensión de inclinar la balanza a favor del sonriente PPK, no se puede ocultar que el susodicho ha mostrado en esos primeros cien días una excelente animosidad presencial en muchos y distantes lugares del territorio patrio. Ora escuchando a los pobladores, ora disponiendo medidas urgentes, ora llevando a los ministros al lugar en donde queman las papas. Y en ese plan, asistido por el larguirucho vicepresidente Martín Vizcarra, sobre todo en lo referente al destrabe de múltiples proyectos carreteros y de comunicación. Esto a pesar del desbalance presupuestal dejado por el gobierno humalista que, antes de irse sin pena ni gloria, dejó prácticamente vacíos los fondos de inversión pública.

Keiko Fujimori quiere, en consecuencia, guerra total. Nada de paz política. Y ha escogido como armamento el mismo que utilizó en décadas pasadas su encarcelado padre, encontrado culpable por la justicia de violación a los derechos humanos, por corrupción y otras tantas irregularidades, que hicieron mucho daño al país. Tanto que hasta el día de hoy no se puede recuperar. El caso referente a la inmoralidad, a la rapiña, que es imitada y que sirve de manual práctico para muchos funcionarios, es una heredad difícil de anular, de bloquear, de desterrar. Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos constituyen el alter ego de tanto sinvergüenza. ¿Desconoce eso Keiko, lo ha olvidado o prefiere negarlo?

Una lástima que una persona, dedicada la política, demuestre lo que ya se ha dicho de ella: “carece de ideas”. Prefiere el discurso demagógico, el balconazo, en vez de meditar sobre los cien días de la labor cumplida por el Congreso de la República, en donde cuenta con una aplastante mayoría de 72 representantes. Cierto que gran parte de estos no tienen el compromiso partidario y que son invitados. Pero eso no quita que no haya una adecuada coordinación para sacar adelante aquello que pueda ser de bien para todos los peruanos. No nos estamos refiriendo al plan de gobierno que quedó en manos del Jurado Nacional de Elecciones y que se trató de retirar el 3 de febrero del 2016, en plena campaña de ofertas electorales. No. Estamos hablando del costal de promesas que se lanzó en todas las plazas públicas. Entre ellas el respeto a los derechos humanos, una política mejor para recuperar la seguridad ciudadana, la titulación de un millón de viviendas que tanto anhelan los más pobres, la reactivación del Fondo de Estabilización Fiscal para aumentar la inversión pública, ojo, pero sin dejar calato el ahorro fiscal, el mejoramiento de los marcos laborales, ojo sin atropellar los derechos sociales y económicos de los trabajadores, etc, etc.

¿Lo hará ahora que está en guerra? Su belicosidad, es de desear que no quede en el balcón de las promesas. Trabaje Keiko, demuestre que es una política y no como hasta el momento, una vulgar politiquera.

 

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