La grandeza divina

 

Corría una de esas bohemias noches, que vivíamos en el “Embassy” de aquellos tiempos lindos, cuando salió a escena, un “stand play”- vulgo, “cómico solitario” que nos contó la alucinante aventura que al toque, voy a referirles. El patita, era -para qué- un recursero comediante, que igual cantaba, bailaba, hacía ciertos truquis de falsa magia, fingía pasos cuchinflay de pretendido ballet,  o -como yo hago ahorita- contaba chistes para ganarse el chaufa.

Uno de sus más aplaudidos números –y por “algo” sería oiga usted- era el de fingirse “mariposa” y en consecuencia, contar las aventuras y desventuras de tal equívoca situación y para “matar los rumores de aquella esquina”, se mandaba diciendo: “no vayan a creer que porque yo me hago, soy de a verdad. No. Y hago esta advertencia, porque hace algunas noches, cuando salía de la boite, después de haberme fingido  crack del equipo “gol en contra”, empezaron a seguirme cuatro muchachos de porte atlético, que mejor no describo, porque podría darles un dolor de cabeza, a muchos que ahorita se camuflan entre el público. Y entonces yo, celoso de mi integridad varonil, apreté el paso, pues, tratando de despistar a mis malintencionados perseguidores, y ellos aceleraron también. Entonces yo, desesperado, me largué a correr a toda viada y ellos, furiosos, embalaron también. Y yo, seguí corriendo desesperado, con los cuatro galanazos, siguiéndome la pista.

Y ya estaba por rendirme… ¿Qué creen ustedes? Ya casi para llegar al cerro San Cristóbal, Dios es tan grande, que de los cuatro que me perseguían… sólo me alcanzaron dos”. Cuestión de fe, mi estimado… ¿No le parece?

 

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