La promesa del vampiro (I)

 

Drácula-el firme-fue un Príncipe transilvano, héroe de guerra que practicaba el fino hobby de empalar a sus enemigos-mismos anticuchos-, para que se enteraran de con quien se habían metido. A causa de tan graciosa afición, su pueblo (rumano), lo venera hasta hoy, con el “chapín” de “Vlad Tep El Empalador”, aunque a veces, lo llaman “Dracul”, o sea “Dragón”. Hace más de un siglo, el escritor irlandés Bram Stoker, quemó sus neuronas, escribiendo una aterradora novela acerca de la deformación narrativa acerca de este personaje. Pero, mis estimados cuchi-cuchis, “El periodista, no mira… sospecha”, y aquí les cuento un “algo más, que les conviene saber”. (C.A.D.).

-Un tipo malhumorado, por siempre, protagonista de situaciones cómicas, decidió un día aceptar el mandato del Destino y, entonces, renegando del hebraico Mosses Horwitz, se rebautizó Moe Howard, y convocando a su primo Shemp, empezó a rondar los teatros de vodevil, hasta que un cierto empresario, contrató a la desmañada pareja, para que practicara en escena, un género llamado “slapstick”, que en el teatro rasca, se llegó a llamar “bufonada” o “golpe y porrazo”, modalidad actualmente en extinción.

A golpe y carcajada

Moe, siempre agestado y reclamón, jamás consiguió llevarse bien con sus eventuales empresarios, por lo que de pronto, su “partner” Shemp, empezó a ser solicitado para diversos roles de comparsa y partiquino, especialmente desempeñando el rol del que recibe las bofetadas, siempre que dejara a un lado a su primo gruñón.

Pero Moe, no era de los que cruzaban los brazos ante cualquier cachetada de la vida y en seguida convirtió en nuevo “socio” a su gordiflón hermano, ya que un encargado de los “cortos” que allá por 1922, producía la Metro, tenía una serie de ideas, para esos espacios cómicos que triunfaron en el cine mudo y hasta hoy, se siguen pasando por la tele en todos los rincones del ancho mundo.

Bueno pues, el brother mofletudo, usaba una peluca afro, incompatible con su tipo caucásico, más bien jacoibo y un bigotazo que hubiera matado de envidia al mismísimo Groucho Marx, por lo que el Director contratante, opinó que le vendría bien un corte de pelo, a lo cual, el gordo reaccionó, rapándose “a coco” y volándose el mostacho. Lo que nunca pudo quitarse de encima es la chapa de “Curly” (“Ricitos”), con la que habría de hacerse famoso, hasta que se lo llevó La Parca.

Para completar el proyecto, que ya le bullía en el mate, Moe convocó a un amigo de su barrio, que tenía pinta de científico loco, con una lateral melena alborotada, en risible contraste con su pelada central. Era Larry y con su llegada, quedaron en punto, “The Three Stoges” (“Los Tres Peleles”), que en español, se consagrarían como “Los Tres Chiflados”, a quienes debemos tantas desopilantes travesuras fílmicas. Por los libretos, no habría que preocuparse, pues Esther -esposa de Moe- los escribiría en sus ratos libres, cobrando por 190 minutos de pachotadas, treinta dólares, de los cincuenta que pretendió en principio.

Un trío disparatado

La historia cinéfila, relata que este famoso trío del disparate, llegó a filmar 190 cortos y tres películas completas, entre el 22 y el 70. Primero con la Metro y luego, más largamente, con la Columbia Pictures, cometiendo un elemental grueso error, al no registrar sus creaciones,-libretos de Esther incluidos-, pues creían estar muy bien pagados, con los “bolos” de las empresas cinematográficas, que jamás fueron muy flacos que se diga.

Pero el tiempo, es cruel y no cree en carcajadas. Y así juega jugando, hizo recalar a “Larry” en un asilo de ancianos, una vez que su graciosa memoria se fue volando por la ventana en alas del Alzheimer, en tanto “Shemp”, se enamoró de una veterana actriz que se lo llevó en gira por Europa y de ellos, nunca más se supo.

Y el viejo Moe, sin más argumentos para su disparatada vida, quedó a la vera del camino, con el solo tesoro de sus nostalgias y una que otra palmada de hombro que le daba alguna estrella del presente, a quien le cuidaba el coche a la salida de los estudios.

El hambre es hambre

Un día se armó de valor, y aguardó al más más del estudio y con su mejor sonrisa de los viejos tiempos, le pidió una chambita de “cualquier cosa”, para irla pasando sin mayores inconvenientes. Y entonces, el gringo, buena gente (que también los hay, oiga usted), lo mandó como por un tubo a la División de Servicios, donde aceptaron a la vieja gloria de la chacota, sencillamente como un “bueno para todo”.- Es decir, compra cigarros, alcanzajebes, limpiacarros, lustrachuzos y un largo-y triste-etcétera, que el anciano bufo se esmeró en cumplir a fin de seguir llenando el buche con hamburgers and coke, que es como se llama al combo por aquellas latitudes y según los doctos, es el más seguro pasaporte hacia un infarto sorpresivo y terminal, guárdame esa flor.

No se diría que Moe era feliz, pero hambre es hambre y por ahí la iba pasando, hasta que un tramoyista, viejo y rezongón como el mismo cine clown jubilado, le murmuró al oído que no fuera tan caído del catre, pues sus disparatados cortos se seguían pasando en salas de cine del mundo entero y, desde luego, continuaban generando dinero para la Columbia.

De manera que a él, al multichuliyo Moe, le correspondía un curioso dinerillo por aquello de las repeticiones, pues aunque no hubiera contrato de por medio, el hecho, es que el producto estaba vigente y, desde luego, seguía funcionando en caja off shorer.

Moe lo pensó un buen rato y en un arranque Valentín, se acercó -de muy buenos modos- a su poderoso patrón, para hablarle del asunto.

El resultado fue casi catastrófico. El gringo mayor, le dijo que si bien le había dado un empleíto por una suerte de américan caridad, igualito lo aventaba a la lleca de un solo viaje, si volvía a poner en salsa tan enojoso tema.

Moe pidió humildemente disculpas y retomó su waype, para seguir lustrando el coche de su tiránico “benefactor”. Y creyó que ahí moría su sueño, convertido en pesadilla. Pero lo mismo que en nuestras viejas “seriales de cow boys, el asunto, habría de continuar. (CONTINUARÁ).

 

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