La vida en combi

 

Cuando usted quiera atisbar el futuro que le aguarda, lo más seguro no será atracar en cuentos de gitanas vagabundas por La Colmena, sino subirse -despreciando al miedo- a una rica Combi, en la cual, por un solcito o algo menos, se jugará la vida, es posible que conozca a choros plantados o en actividad, y a lo mejor, se gana con un “puntero mentiroso”, en caso de ser usted “jugadora”, o “suplente” de “Coco Marusix”, porque de todo hay en esta life, mi estimado contertulio.

La emoción, se enciende, mientras el candidato –usted o yo- se trepa a la volada, mientras “El Cobra” grita: “Sube… sube…lleeevaaa…”, y de arrancón, el vehículo cabriolea cual mula chúcara y usted, mi estimado, va a caer de “totó” sobre las rodillas -es un decir- del más cercano cliente que le toque en suerte. Y entonces, ya puede usted, irle rogando al santo de su chochera, que sea alguien de pacífico temperamento, no vaya a ser que le pase, lo que a un compadre mío.

¿Y qué la pasó a dicho pata?

Nada. Que se sentó sobre un moreno de metro ochenta y entonces, resultó descubriendo su propia segunda personalidad. Y ahora trabaja de “copetinera” en un local “de ambiente”, como se dice en lenguaje “cabritilla”.

Bueno, en seguida y como suele suceder, usted afronta dos alternativas. O encuentra asiento, lo cual es más tranca que conseguir chamba, o lo que es más frecuente, tiene que acomodarse, caballero nomás, y resignarse a viajar como la suerte le ayude.

Ahicito nomás, viene el segundo número del programa. A la voz de: “Señores pasajeros…”, usted tendrá que sumarse en vivo y en “veneco” un dramón de la vida real, más picante que telenovela brasileira, escrita por libretista argentino, para que se vaya enterando. Con mejor suerte, el panorama nacional, le alcanzará relatos de madres solteras, graduados en “Luri Schools” que le florean el “huiro” tatuado a chaira, añadiendo el poema que dice: “Yo no quiero regresar, pero, claro… si no me queda otro lance… bueno pues, ustedes dirán”…- con lo cual el gilerío queda notificado de que “mejor darle un algodón”, antes que dicho destacado orador, saque a relucir el instrumento y cuadre a tútili mundachi, bajo presión de “hacerle un dibujo en el carapacho, al más faite del lirio, o a la más “güenamoza del caejón” como cantaba Cavagnaro.

– ¡Oiga!… Pero ¿Y el chofer?

– Ese, pasa piola y… a pique, es parte del negocio…

No descarte tampoco la posibilidad de un chibolo cantando temas chicha en sus ratos libres de piraña arrebatador, uno que otro fumón falsamente arrepentido, o un par de payasos tristes que le hacen coro a un tío que rata en mano, amenaza tirársela encima a cualquiera que “no colabora”, al momento del pasamanga.

En suma, amiguito, que si abre bien los ojales, y luquea del saque todas las carabinas de sus compañeros de viaje, no puede desembarcar de esta pesadilla, sin entender en qué clase de país, lo puso Tata Lindo, para ajustarle cuentas con respecto a sus vidas anteriores, lo cual, no me negará, es mucho más barato que ir a la universidad o  quemarse las pestañas leyendo a sociólogos que en su tapu davi se subirán a un micro.

Total, ahorita recuerdo un tocuen que me regaló el maestro “Sofocleto”, rememorando sus tiempos de diplomático, en el Palacio “Torre Tagle”, nada menos. Resulta que cierto embajador, abordó al apretón, el estrecho ascensor que aún agota sus fechas en dicha institución rectora de todas nuestras diplomacias. Y de pronto, sintió un pecaminoso toque por el guardafango. Y entonces, diplomático, pero no caído del catre, el ilustre caballero volteó la mitra y exclamó: “¡Alguien me ha tocado!”, a lo cual un fornido cutato respondió: ¡Si¡ ¡Yo lo he tocao dotor!… ¡Pero no ha sido con la mano¡”

Un aplauso en mi recuerdo para el genial ”Don Sofo”, a quien acabo de “toquear con este toque”.

 

Leave a Reply