Lo que fue y lo que no pudo ser

 

Las metamemorias de Alan García Pérez constituyen un relato interesante de las aventuras y desventuras de quien, siendo muy joven, alcanzó el honor de llevar sobre el pecho la banda presidencial y, tiempo después, a pesar de sus amargas experiencias políticas, volver a ostentar tan alta distinción y todo por la decisión democrática y voluntaria de la ciudadanía.

Entre líneas, de otro lado, la narración nos revela algunos secretos, no muy bien guardados, sobre sus preferencias para relevarlo como candidatos presidenciales, según el humor que tenía en aquellos instantes o las circunstancias que le rodeaban. Los tres están vivos y gozan de buena salud, hasta donde se sabe, tratando de obtener esa primacía. Jorge del Castillo Gálvez, Javier Velásquez Quesquén y Mauricio Mulder Bedoya, con diferente edad cronológica y experiencia política, son quienes son citados por el desaparecido líder aprista. El problema se da en estos nuevos tiempos y con fracasos repetidos en las justas electorales, si ellos estarán en capacidad, primero, de ponerse de acuerdo en medio de las grandes discordias que existen al interior del viejo partido fundado por Haya de la Torre y, de otro lado, con posibilidades reales de enfrentar   los retos a futuro, cuando los electores le han dado la espalda, al parecer de manera definitiva. Lo ocurrido en la última consulta popular no releva de mayores comentarios. El APRA no está presente, en el nuevo Congreso de la República.

García Pérez advierte en su libro esta tragedia electoral, pero no por ello deja de repetir el viejo grito “el APRA nunca muere”. Le anima el optimismo, pero se percibe también algo de desaliento y por eso señala, “seguramente somos menos que 1945, 1985 o que en 2006”.

Los recuerdos y las promesas se multiplican en esta obra postrera, con ofrecimientos, inclusive, que tienen mucho de sarcasmo, como ocurre cuando explica la razón de su suicidio y que, en uno de sus párrafos finales, deja como heredad luctuosa su cadáver a sus adversarios. No calla su desprecio hacia estos, a quienes hicieron lo posible e imposible por manchar su dignidad. Cierto o verdad, la justicia y la historia lo dirán, pero lo real es que tal cadáver nunca quedó en manos de los adversarios, pues el cuerpo yacente fue incinerado en un crematorio limeño y las cenizas entregadas a sus deudos.

El autor más allá de sus propias creencias personales, no deja de reconocer a Haya de la Torre como un inmenso líder; extrovertido, vital, orador sin par, también un ideólogo, según él “el más grande que en términos teóricos ha dado América Latina. Su contestación al capitalismo y comunismo, su reivindicación de la justicia con libertad, y su anticipada y audaz propuesta de integración continental lo ubicarán en el más alto sitial”. Pero a renglón seguido señala que “todo ello no lo habilitaba para la táctica política, en la que otros muy inferiores intelectualmente, son diestros y actúan con mayor astucia”. García Pérez interpreta a Francois Bourricaud, profesor de la Sorbona, y hace suya la consideración de que Haya no pasaba de ser un ideólogo y un conductor religioso.

Resulta complejo entender lo dicho, más aún cuando las evocaciones hablan de todo lo que hizo Haya de la Torre, por llevar a su partido al poder político, que significa ostentar la primera magistratura de la Nación. Privaciones de la libertad personal, persecuciones, exilios, intentos de asesinato y una vida llena de peligros constantes de un personaje público que supo de sufrimientos e incomprensiones, no permiten encontrar una total coincidencia, cuando el mismo García Pérez reconoce que Haya de la Torre “debió pensar que al ofrecer un cambio integral del mundo, había despertado enormes ilusiones y que los ilusionados, al confrontar lo imposible, podían concluir, como muchos lo hicieron que los había traicionado. Ellos, además, debían explicar su propia frustración, culpándolo a él en vez de asumirlo colectivamente”.

La narración no está exenta de las confesiones propias de su personalidad y hace un apunte de lo que muchos calificaron como  el ego colosal. Confiesa que ello comenzó siendo un profesional de 27 años y aunque califica todo de una leyenda sobre su vanidad intelectual, reconoce que, seguramente, al calor de las discusiones, tuvo mucho de cierto. Eso, mezclado, en los años siguientes con su poco respeto “por los grandes dueños del dinero, vendedores de productos con poca formación, y tal vez debido a mi orgullo del Perú como madre patria de Sudamerica y mi estatura, que en su mejor momento fue de 1.93 metros, difundieron la leyenda que un embajador norteamericano sintetizaría  en su Wikileaks como un “ego colosal”, quizás porque nunca tuve ante su embajada ningún temor reverencial.

En las metamemorias de Alan García hay mucho por leer y meditar, más aún cuando está tarea le corresponde a quienes son o se consideran políticos. Todo nos lleva a la conclusión que en nuestro país hay experiencias y ausencias de conocimientos, desde los primeros tiempos republicanos. Resulta difícil encontrarle el verdadero sentido a la práctica y a la vida en democracia, a la organización y al rol que deben cumplir los partidos políticos y de la misma gobernabilidad, esto último para coadyuvar al desarrollo del país y sacarlo de su condición de “tercermundista”. Pecados hay y muy graves a lo largo de la historia. Existen y están de pie los mismos males de hace más de doscientos años, entre ellos la corrupción, el uso del poder político, para obtener riquezas mal habidas, la discriminación y el olvido en lo social y en lo económico, la demagogia y la frustración de millones de personas que, como en la hora presente, se encuentran desorientadas y sin abrigo, ante epidemias como la infección del Coronavirus. Quienes han hecho política y otros que empiezan a hacerlo, al parecer no entienden que pandemias, como la señalada, no se remedian simplemente lavándose las manos. Hay que tener presente que en el Perú hay enormes colectividades humanas, en cada una de las tres regiones naturales, en donde resulta imposible contar con agua y jabón, simplemente porque la ausencia de los más elementales servicios sanitarios, como el suministro de agua potable, no existen.

 

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