Los verdaderos “Montes y Manrique”

 

“Padres del Criollismo” fueron estafados en Nueva York

Un decidor y sandunguero vals, compuesto por Manuel “El Chato” Raygada, pretende consagrar a Eduardo Montes (cantor) y César Augusto Manrique (eximio guitarrista y cantor), como “Padres del Criollismo”, pero a ciencia cierta, este par de grandes folkloristas, deberían ser llamados “Padres de nuestra música grabada”, atendiendo a la variedad del repertorio plasmado en Nueva York en 1911, el mismo que comprende un total de 91 discos dobles de 182 canciones, que se dividen en 45 yaravíes, 24 valses criollos, 36 marineras, 12 mulizas y otros tantos “aires” derivados del llamado “género chico” de la zarzuela española.

En suma, podríamos decir, que se trató de un “varietté” de música cantada en el Perú, mas no exactamente “criollismo”.

¿Quiénes eran ellos?

Si tuviéramos que definirlo a grandes rasgos, sería inevitable calificarlos, como dos “blancones” limeños-concretamente barrioaltinos-, si bien habrían de afincarse en el Rímac a muy temprana edad.

Eduardo Montes, que hacía un registro vocal cercano a tenor, nació el 28 de agosto de 1874, en tanto César Augusto Manrique, eximio guitarrista, vino al mundo, el 26 de setiembre de 1878, en el jaranero barrio de La Huaquilla.

A su adolescencia, Eduardo Montes, empezó a tomar clases de canto, impartidas por el maestro Alfredo Pastor, que solía ensayarlo en plena Alameda de Los Descalzos, por lo cual, el propio Eduardo Montes, declararía a la revista “Cascabel” en febrero de 1936:” mi estilo se nutrió del romanticismo de las estatuas y el perfume de las magnolias de la Alameda. Y cuando yo cantaba, me escuchaban hasta más allá del puente”.

-César Augusto Manrique, fue un guitarrista autodidacta, que como cantor demostraría gran facilidad para “hacer voces”, segunda, tercera y contralto, virtud que en el mundo de la jarana, constituía poco menos que un tesoro. Eran pues, un par de jóvenes “elegantosos” que vestían chaleco y escarpines.
De pronto, una noche de jarana en Cocharcas, a fines de 1904, por esas jugadas misteriosas del destino, unieron sus voces en canción, de una manera tan férrea, que sólo la muerte consiguió separarlas

El gran salto a Nueva York

Hacia 1910, el “Dúo Montes y Manrique”, representaba la nota más alta en el prestigio jaranero y ya, estos afinados intérpretes hacían una que otra presentación rentada en algunas “funciones” públicas, en las que cosechaban bastante más que aplausos . Y de pronto, como suele suceder, con los tocados por el genio del arte, se apareció ante ellos, lo que a todas luces, parecía ser, “la gran oportunidad de su carrera”.

Un representante de la “Holding Company”, los contactó ofreciéndoles grabar, nada menos que para la “Columbia Phonographic Company”, radicada en New York. La oferta, naturalmente, sonó a música celestial en los oídos de estos dos jóvenes artistas. El contrato-en Lima- se firmó el 28 de agosto de 1911 y a los pocos días, el exitoso dúo “Montes y Manrique”, se embarcaba en el vapor “Urubamba” con destino la “Ciudad de los Rascacielos”.

No es necesario decir, que ambos jóvenes cantores, iban llenos de ilusiones y como más tarde comprobarían, no habían exigido la oportuna traducción del contrato suscrito, por lo cual, firmaron literalmente “cualquier cosa”, ilusionados por el viaje y las promesas de triunfo mundial, que les vendió un habilidoso gringo.

La gloria y… la estafa

Los crédulos trovadores, llegaron a Nueva York, el 20 de setiembre de 1911, contemplando con deleite los asombrosos edificios, que para la realidad peruana de aquel entonces, eran algo así como, “cosas del otro mundo”.

Se instalaron en un deslumbrante hotel y al día siguiente, empezaron a grabar. Y a partir de entonces, lo hicieron a un ritmo indetenible durante tres meses.

Algunos títulos rescatados de aquellos discos “de carbón”, demuestran claramente, que “Montes y Manrique”, no cantaban sólo canciones criollas, como puede apreciarse releyendo algunos títulos, como: “Rosa Elvira”-vals que sobrevivió hasta no hace mucho en el repertorio “a cuatro manos” de los maestros Lucho De La Cuba y Filomeno Ormeño- “Entre Tus Brazos”, ”Las Madreselvas”, -memorable éxito de Eloísa Angulo- “La Cordobesa”, ”Deja de Ser Variable”, ”El Veneno”-yaraví arequipeño- la marinera “El Lambayecano”, “Las Quejas”, “Pagar Un Bien, Con Un Mal” y el viejísimo vals “El Guardián” que jamás ha dejado de cantar “La Guardia Vieja”.

-En memorable esfuerzo compartido, “El Instituto Francés de Estudios Andinos “ y el “Instituto de Etnomúsica de la Pontificia Universidad Católica del Perú”, rescataron las grabaciones de 30 de estas legendarias canciones, hoy, verdadero tesoro de coleccionistas, que muchos “diletantes”, escucharán con deleite, quizás ignorando para siempre, que el arte y sentimiento de “Montes y Manrique”, sólo fueron compensados por “unos cuantos dólares” y la más canallesca estafa, como se descubriría tiempo después.

La inútil protesta

Derrumbada la ilusión, años más tarde, sería el propio César Augusto Manrique, quien –inútilmente ya- protestaría a través de las páginas de “Cascabel” diciendo: “Nos hicieron firmar un contrato leonino, aprovechando que los documentos estaban escritos en inglés”- . “Nos dieron un dinero, claro está, pero el contrato en cuestión, nos ligaba en exclusiva por veinte años a la Columbia, lo cual acabó definitivamente con nuestra carrera”.

-Eduardo Montes murió el 31 de agosto de 1,939 y a partir de ese día César Augusto Manrique, no quiso volver a tocar la guitarra. Para él, sus sueños se habían ido al más allá, con su hermano de ilusiones y jaranas corridas.

La muerte lo visitó -a su vez- el 26 de diciembre de 1966.

Unos pocos periodistas, conseguimos despedirnos de él con unas trémulas palabras en la fría sala Santa Rosa, del viejo “Hospital Dos de Mayo”.

Este hombre que sería leyenda, había muerto en pobreza, quizás acariciado por el lejano, tibio recuerdo de una noche de copas, aplausos y galanteos. Haya paz sobre su canto. (C.A.D)

 

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