Máscaras, Mascarillas y Antifaces

 

Nos hemos convertido en un pueblo en donde, casi todos, ocultamos gran parte de nuestro rostro. Con frecuencia no reconocemos en el tránsito por las calles a quienes forman parte de nuestras amistades o relacionados. Es un verdadero problema que, a veces, llega a la crítica y hasta la ofensa. Todo por culpa de las máscaras y mascarillas blancas, celestes, negras y también multicolores. Lo más grave está en que se escapan las oportunidades del saludo, la conversa y hasta la buena costumbre de preguntar ¿Cómo estás?, ¿Cómo te sientes?, ¿Y por tu casa? Por tanto, terminamos ignorando sentimientos y pensamientos de unos a otros.

Algo parecido viene ocurriendo en el mundo de la política nativa. Las máscaras, las mascarillas, los antifaces, ocultan bajas pasiones e intereses que no son precisamente aquellos que tienen que ver con el bien común, el mismo que es patrimonio de todos los peruanos y que, sin embargo, no llega al disfrute de la mayoría de ellos. Hay quienes han llenado de basura, con agravios e insultos, el rico cofre del respeto mutuo, para convertirlo en un basural, en donde se siguen acumulando toneladas y más toneladas de ofensas. Es tan grave lo que ocurre que ya ni siquiera se respeta a los órganos jurisdiccionales del más reciente proceso electoral, en el cual la ciudadanía hace rato que ya decidió quien es el nuevo presidente de la república. Resultado ajustado, es verdad. Pero cierto por donde se le mire. Tanto es así que más allá de nuestras fronteras territoriales, se observa con curiosidad el extraño fenómeno protagonizado por una de las partes en contienda que, sin descanso, sin pruebas valederas, simplemente con el pataleo alharaquiento, alega fraude incitando de ese modo al desconcierto, a la incertidumbre y, más grave todavía, afectando la fragilidad de la estabilidad democrática de la nación.

Ha este espectáculo denigrante se han sumado toda suerte de personajes, entre ellos algunos que tienen notoria trayectoria mediática en el mundo del derecho. Estos están interpretando la Carta Política del Estado que, a la fecha, solo sirven para sembrar en el terreno árido, las bases para la anarquía, con todo lo que esto puede resultar en un país como el nuestro en el cual crecen las discrepancias y aumentan aceleradamente las enemistades. Pero, si esto es criticable, el hecho se convierte en repudiable cuando una política en retiro y perdedora en varias justas, reaparece en el escenario electoral, no para convocar a la calma y a la sensatez, si no, todo lo contrario, con un vocabulario procaz, tildar de ladrón nada menos que al presidente de la Oficina Nacional de Procesos Electorales. Huelgan comentarios. La democracia sufre con la presencia de gente advenediza que no ha llegado a conocer el sentido de la palabra en su magnitud, sobre todo de respeto a la dignidad de la persona humana.

¿Llegará el día en que reine en nuestro país el dialogo ciudadano? Argumentado, sustentado en ideas, proyectado hacia el progreso social y económico del país. Todo indica que no será así en lo inmediato. Hoy en día puede constatarse que la crisis electoral que sufre el Perú esta provocado por el mayor grado de desafección desde su nacimiento en la vida republicana, que ahora alcanza otros niveles por el aumento de los grupos populistas, de extrema derecha y xenófobos. Esto debiera valorarse con rigor en el campo ciudadano, si es que se sigue soñando con una democracia donde haya justicia, solidaridad e igualdad. Tengamos presente en nuestra oración de cada día, que la desigualdad social, sobre todo, es un enorme disolvente de una vida en democracia.

 

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