Morir dos veces

 

Nunca se supo quien era, aunque siempre se sospechó que era “alguien importante”-por lo menos, para Su Majestad Luis XIV, quien ordenó borrarlo del mapa, sin qué ni para qué como se diría en huachafos chismes de café, consagrados en socialitté columnas de diarios populares del mundo entero de aquel entonces.

Tiempos de D’Artagnan y “Los Tres Mosqueteros” consagrados por el talento de Alejandro Dumas, padre que se ganaba la vida escribiendo desde horóscopos hasta planes de gobierno y -según dicen- jugaba al complot revolucionario, cuando no bebía a jarro pleno o o se batía a golpes con malandrines de cualquier peso, hasta que cierta tarde, gris y lluviosa, se apareció ante su homónimo hijo, quien estaba distanciado, para decirle brevemente: “Hijo. He venido a morir en tu casa. Digo, si no te incomoda”,- a lo cual, Alejandro, el otro, mordiendo el gesto le hizo un quiebre de cabeza y le indicó al desgano, un dormitorio media caña. No más bordones inquietantes a realidades noveladas. Jamás llegaría a saberse la verdad del “Hombre de la Máscara de Hierro”, que jamás fue tratado como reo, si bien estuvo condenado de por vida, mientras extrañamente le servían escogidos potajes del menú real y le facilitaban la guitarra, para que ejecutara acompañando al canto, pícaras romanzas burdeleras que divertían a los guardas  que tenían orden de matarlo, si acaso se tocaba-con intenciones fuganderas- la máscara que jamás fue de hierro, sino de suave seda y colorido terciopelo. Casi no hablaba con nadie y jamás se conoció su falta, pero lo mentideros de París, afirmaban que “El Viejo Dumas”, estaba al tanto de una terrible verdad, que iba desde afirmar que era “un hermano gemelo de Su Majestad”, hasta la casi blasfemia de afirmar que era el propio Rey, misteriosamente suplantado  por un doble.

Pero “El Hombre” de esta historia, fue apresado en 1669 en el puerto de Dunkerke, en cumplimiento de una orden real, para ser conducido a la temible cárcel  e Pignerol, ubicada en las cercanías de Turín, que en ese tiempo pertenecía a Francia.

El encargado de su apresamiento y férrea vigilancia fue un cierto caballero de Saint Mars, quien tenía orden de matar al prisionero, si acaso era reconocido por alguien, o peor, si intentaba escapar, cosa que el cuitado, no ensayó jamás y eso, es parte del misterio. en 1681 el extraño prisionero fue trasladado a la prisión de “Exiles” y seis años más tarde a la isla penal de Santa Margarita, frente a la población de Cannes, más tarde famosa por los festivales cinematográficos allí celebrados.

Aquí se abre otro capítulo del enigma. Para el breve viaje marítimo de vuelta a su prisión primigenia, colocaron al preso en una “silla de mano”, cubriéndole luego, con una tela encerada.

Sus custodios, esperaban someterle “a rigor”, pues durante sus días de preso insular-nadie sabrá nunca porqué ni para qué- este enigmático personaje, se había dado maña,para escirbir un mensaje, rayando con un tenedor “un mensaje secreto”, sobre un plato de peltre, en el cual se le alcanzaba la comida. Y luego, había arrojado, el triste utensilio al mar, de donde fue “rescatado por un pescador, que inmediatamente, fue a entregarlo a las  autoridades. Y para su asombro, al ser recibido por un Capitán de Gendarmes, éste le preguntó:” Tú, Dime: ¿Sabes leer?”-A lo cual, el hombre de mar respondió negativamente.-“Bien-dijo entonces el militar: “eso, te ha salvado la vida. Puedes irte”.- Añadiendo así otro eslabón de misterios a esta cadena de incomprensiones, que el genial Dumas, habría de convertir en otro de sus éxitos novelescos.

Saint Mars, fue nombrado “Gobernador” de la Prisión de La Bastilla y en 1698, emprendió viaje a Paris, llevando encadenado a su prisionero “de costumbre. Haciendo un alto, se detuvo a comer en el Castillo de Palteau, cerca de Villeneuve. Cenó con dos pistolas recostada contra el plato y sin perder de vista al enmascarado.

En 1703, murió Luis XIV y el 19 de noviembre del mismo año, lo siguió al otro mundo, el extraño hombre que a lo largo de treinta y cuatro años fue su prisionero de lujo. Lo amortajaron y-desde luego- adosaron a su enigmático rostro, la careta de terciopelo que ocultó sus facciones ya, para siempre.

Y si ustedes quisieran saber más al respecto, responderé con una frase habitual en los círculos de mis hermanos ocultistas. “En este mundo, no hay misterios…Sólo hay cosas que ignoramos”.

 

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