No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista

 

No  hay peor sordo, que quien no quiera oír, ni peor ciego, que quien no quiera ver, constituye una frase que pone al desnudo la actitud de quienes, cegados por la ignorancia, la soberbia y, hasta podríamos decir, la irresponsabilidad, creen que sus intereses particulares están por encima de los intereses de las mayorías.

Esto  es lo que viene ocurriendo en ese escenario tan complejo,  donde actúa una mal integrada clase política, que de espaldas a la realidad nacional, desconoce el clamor ciudadano que,  a toda voz, exige cambios sustanciales para construir una nación realizada plenamente.

La reciente reacción de esa mal integrada clase política, con prominente presencia de congresistas fujimoristas y apristas, en especial, ante la iniciativa de la Presidencia de la República, dentro  del más estricto respeto a la Carta Magna, para lograr una mutuación del actual estado de cosas, que afecta al pueblo peruano en lo económico y social, sobre todo a los marginados del bien común, es una muestra más de la pequeñez moral que está encarnada en tan desacreditados grupos.

El hecho de que el Presidente Martin Vizcarra, haya propuesto una salida a la actual crisis institucional, de enfrentamientos constantes entre el Ejecutivo que quiere hacer y el Legislativo que se dedica a obstaculizar, ha permitido descubrir hasta qué punto extremo llegan los citados grupos parlamentarios, que sin respeto a las expectativas ciudadanas, ahora se están dedicando a defender sus intereses, sin pensar a los que corresponden al interés nacional.

Para ellos el planteamiento de una reforma constitucional de adelanto de elecciones generales, que implica el recorte del mandato congresal al 28 de julio del 2020 y del recorte del mandato presidencial a esa misma fecha, significa la oportunidad de pedir la vacancia presidencial y solamente la vacancia presidencial. No se dan por aludidos en lo que a ellos corresponde, ni siquiera cuando las voces multánimes, a lo largo y  ancho del territorio nacional, exclaman cual grito libertario “cierren el Congreso”.

El presidente Vizcarra ha actuado con sensatez y de cara a la crisis institucional. Ha dicho que la voz del pueblo tiene que ser escuchada y que por tanto la reforma constitucional deberá ser ratificada mediante referéndum. La respuesta de los parlamentarios, parapetados dentro del Palacio Legislativo, ha sido contraria a lo solicitado. No se quieren ir. No tienen capacidad de autocrítica. Les importa un rábano lo que el pueblo demanda, olvidando que los peruanos, efectivamente, deben elegir su destino para dar paso al Perú del bicentenario y comenzar la edificación de una nueva república, más justa, más digna, más soberana.

A estas alturas se están sumando los gobiernos regionales, los gobiernos locales, las organizaciones sociales, las organizaciones estudiantiles, para que cuanto antes se cumpla con el adelanto de las elecciones generales. Hay una razón de peso el Ministro de Economía y Finanzas ha  dicho una gran verdad: “es mejor para el país que el Ejecutivo y Legislativo trabajen un año de la mano a tener dos años de confrontaciones”. Tal situación debe terminar, y por eso hay que pensar en la patria. Hasta ahora, sin embargo, es como pedirle peras al olmo. El fujimorismo y el aprismo, no ven, no escuchan. Está demostrado que son inútiles  en lo que respecta al bien del país.

El fujimorismo y el aprismo a estas alturas desconocen el sentido de nación, la misma que está tejida de sentimientos, aspiraciones, valores y principios. Es decir todo un conjunto de sedimentaciones espirituales ya hechas y recibidas de los antepasados, como un tesoro de energías que nos reclaman una actuación solidaria para preservarlas, enriquecerlas y renovarlas dentro de un armonioso desarrollo de las instituciones de la sociedad política. La nación crece, avanza, se desarrolla y prospera  cuando hay de por medio  solvencia moral y vocación de servicio. Eso es precisamente lo que más falta dentro del actual fujimorismo y aprismo.

No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. El país  tiene un gran problema. El cambio es indispensable y urgente. Por eso tenemos la esperanza que saldrá adelante lo propuesto por el presidente Vizcarra. Hay que terminar con la crisis institucional. Es indispensable para que un Estado  mejor estructurado, garantice el ejercicio de la justicia y el libre desenvolvimiento de la sociedad. De ese modo el pueblo alcanzará la satisfacción de sus carencias y relaciones, mediante la prestación de bienes y servicios que hoy no existen. Es cierto que el mal se arrastra desde tiempo atrás. Pero ello no debe ser una excusa para no hacer los cambios que se reclaman.  Sabemos que de lo contrario, las instituciones políticas no podrán cumplir con su cometido, seguirán siendo ajenas al interés nacional y se dedicarán solamente a proteger sus prerrogativas, sin importarles el anhelo de una mejor convivencia social. Hay tiempo para reflexionar y para actuar. La voz del pueblo debe ser escuchada. Y como decían los trabajadores de un país cercano: “solo el pueblo, salva el pueblo”.

 

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