También pasará

 

Era una de esas oscuras noches, cargada de lluvia y amargura. El muchacho, tenía sólo doce años, pero ya había aprendido a rebelarse contra las injusticias de la vida, además de comprender tempranamente, que no hay amores eternos ni absolutos, ni mucho menos, hay verdad en esas leyendas que nos hablan del cariño natural que ciertos seres deben prodigarnos.

Su madre, había conformado una nueva pareja con una suerte de psicópata enmascarado, que trataba de asesinar al niño, empleando una serie de trampas cobardes que pudieran parecer un “accidente”.

Y entonces, el “pequeño héroe” de esta historia, decidió emprender, la que habría de convertirse en su “primera fuga” de zapatos agujereados, estómago reclamante y ni un solo real en el bolsillo.

Extrañamente, llevaba consigo un “Pequeño La Rousse IIustrado”, quizás premonitorio de lo que habría de ser su vida. Irónico acaso, como única pertenencia de un chico que tempranamente  había aprendido, lo inútiles que –a veces- pueden resultar las palabras.

Pero el frío pegaba fuerte, no tenía adonde ir y quién sabrá jamás por qué, sus pasos lo llevaron hacia la avenida Abancay y al cruzar el portón de un viejo aparcadero de camiones, decidió sin más, acostarse a dormir sus fatigas, justamente bajo el chasis de uno de esos carros sin destino.

Un costal milagrosamente seco, le sirvió de cobija y arrullado por los ángeles del desamparo, se hundió en ese sueño profundo de los que nada esperan.

De pronto, se hizo el día y como una aparición gloriosa, una vieja gitana -hablándole en romañoli– le alcanzó una taza de té y una empanada tibia para su hambre reprimido.

La anciana y el niño, pugnaban por entenderse y mientras el muchachito contaba sus desgracias, ella, -con un increíble amor de madre- le acariciaba la melena mientras le iba diciendo en su único español posible: “también pasará, también pasará”- como un mantra de fe y esperanza.

Minutos después, el fugitivo, advirtió que toda la tribu, acampaba al fondo del terreno, llamaba “Mamá Sofía” a su inesperado ángel de la guarda.

Los gitanos, ancestrales vagabundos, al fin- acogieron al muchacho y le otorgaron un nombre que en la vieja lengua romance quería decir: «protegido», según pudo averiguar tiempo después.

Luego, empezó a lavar carros, se asomó al difícil dialecto de sus protectores y aprendió- cómo no- el arte de leer los rostros, mientras se mira las palmas de las manos y cuando trataba de contar sus penas, siempre estaba cerca, la providencial “Mamá Sofía”, para asegurarle sentenciosa: ”también pasará”…. fuera lo que fuere.

Así pasó volando un año y medio, hasta que unos parientes, descubrieron al “fugitivo”, y, comprendiendo su historia, le brindaron hogar y un apoyo para retornarlo al colegio.

No es para contar la despedida gitana de la tarde  aquella. El muchacho -un joven ya- jamás olvidó a sus “parientes” gitanos, por más que el enrevesado romañoli, se le escapó – quien sabe- volando de la memoria.

De vez en cuando, visitaba la tribu y cantaba con sus “hermanos”, viejas romanzas nómades que hasta ahora recuerda.

El tiempo hizo lo suyo, el incomprendido hizo carrera, formó familia y, cumplió rigurosamente la promesa que  alguna vez, se formulara a sí mismo:

-“Siempre mis hijos, serán felices”. Y así fue hasta donde alcanzó la vida.

Ahora, el ayer niño, se ha hecho viejo, el cine “Beverly”, – vecino a las carpas tribales- está clausurado al inclemente golpe de la quiebra. Los gitanos siguieron viaje por el ancho mundo.

“Mamá Sofía”, partió hace mucho al encuentro de “Undebé” (Dios, en romañoli), en tanto, la vejez, algunos males coherentes con eso mismo y la normal ingratitud de quienes siempre crecieron sin conocer amarguras, justifican en falso raciocinio, el abandono que le regalan.

Pero, el viejo, ha corrido mundo, tiene forjado el coraje y –tal como “Mamá Sofía” le enseñó-  por la vida o por la muerte…”esto, también pasará”.- ¡Qué falta hace una taza de té, servida por un Ángel!… cuando la ingratitud golpea. Y también nos gustaría, algo de  comprensivo cariño, pues.

 

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