Caso La Cantuta: llaves descubrieron matanza

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En momentos que la mayorista fujimorista bloqueaba las investigaciones y los tanques salían a las calles en velada amenaza, la identificación de los restos de un profesor y 9 alumnos de La Cantuta, parecía casi imposible hasta que providencialmente aparecieron las llaves que ante el fiscal y los desesperados familiares, fueron la prueba clave para llegar a la verdad de la masacre.

Las evidencias incriminatorias contra los verdugos se estrellaban con el total apoyo de los legisladores fujimoristas quienes, como en el caso de Martha Chávez, llegaron al extremo de especular de un autosecuestro o que los restos hallados eran de animales e incluso de víctimas de los terroristas.

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En un foro sobre derechos humanos, realizado en la Asociación Nacional de Periodistas, ANP, este fascinante pasaje de las investigaciones en la matanza de La Cantuta, fue recordado por el periodista, Edmundo Cruz, de la Unidad de Investigación de la República, quien junto con Ricardo Uceda, allanaron el camino para esclarecer la masacre.

Terror: del campo a la ciudad

La secuela de  matanzas que dejaba en los andes y ceja de selva los demenciales ataques de Sendero Luminoso y la represalia de comandos paramilitares, llegó como una pesadilla de sangre, dolor y muerte a Lima el 16 de julio de 1992 con el atentado terrorista en la calle.

Las investigaciones judiciales establecieron que en el Servicio de Inteligencia Nacional, bajo la batuta del asesor presidencial, Vladimiro Montesinos, se estableció en base a supuestos confidentes que los autores se escondían en la Universidad de La Cantuta.

En la madrugada del 18 de julio de ese año, efectivos militares irrumpieron en las viviendas estudiantiles y detuvieron a Juan Mariños Figueroa (32), Heráclides Pablo Meza (28), Robert Teodoro Espinoza (24), Armando Amaro Cóndor (25), Luis Enrique Ortiz Perea (21), Dora Oyague Fierro (21), Felipe Flores Chipana (25), Bertila Lozano Torres (21), Marcelino Rosales Cárdenas y el profesor Hugo Muñoz Sánchez (47).

Todos ellos fueron entregados al Grupo Colina, un destacamento especial del Servicio de Inteligencia del Ejército.

Desde esa noche el paradero de los rehenes fue un misterio.

Después de una larga y exhaustiva investigación periodística, el 8 de julio de 1993 se hallaron las fosas de Cieneguilla, donde el Grupo Colina intentó ocultar los cuerpos de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta).

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Las investigaciones de la revista “Sí”, dirigida por Ricardo Uceda, establecieron su ubicación en base a un mapa , en una quebrada de Cieneguilla. Convocaron a la prensa, excavaron y encontraron huesos. Ahí detuvieron la investigación hasta la llegada de los fiscales para evitar que se alterase el escenario del crimen.

Los restos estaban a un metro y medio de profundidad, se hallaron casquillos de calibre 9 milímetros, partes de antebrazo, cartones, telas, cabellos y huesos sueltos.

Las llaves de Amaro Cóndor

En la fosa, la fiscalía encontró dos manojos de llaves, los que luego ayudarían a comprobar que los restos sí eran de los estudiantes de La Cantuta; también un cráneo de una mujer de unos 25 años aproximadamente, una cadena con un dije de motivo prehispánico y trozos de tela.

“Le pedí al doctor Villanueva que probara una de las llaves en la puerta de mi casa, lo cual hicieron. Cuando vi que esa llave abría la puerta, sentí que perdí a mi hijo para siempre”, recuerda Raida Cóndor.

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En la diligencia se comprobó que una de las llaves abría la gaveta del estudiante en la Universidad de La Cantuta, Armando Amaro Cóndor,  y que la otra era de la casa, con lo que se estableció, junto con otras pruebas, de que los restos pertenecían a los alumnos asesinados por el Grupo Colina.

Los fujimoristas especulaban de que , en todo caso, las llaves habrían sido deformadas por el fuego al calcinarse los cadáveres, pero la realidad demostró lo contrario en plena diligencia judicial.

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Después de ese momento, la vida de Raida Cóndor  se centró en encontrar los restos de su hijo Armando. “De mi hijo lo único que encontraron fue un manojo de llaves, mi anhelo es encontrar sus restos y sepultarlo. Ojalá Dios me permita enterrar a mi hijo. De repente me puedo morir, ¿y cómo me iré? ¿Me iré sin enterrar los restos de mi hijo? Aún tengo la esperanza de encontrarlos”.

Los especialistas determinaron que los restos humanos habían sido incinerados pero antes enterrados en otro lugar. También, por los vestigios hallados, que habían sido asesinados a balazos. Mientras las investigaciones de las fosas de Cieneguilla continuaban, los periodistas de “Sí” recibieron un nuevo dato, el primer entierro y el lugar donde ultimaron al grupo estaba en el kilómetro 1.5 de la autopista Ramiro Prialé, en Huachipa.

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El 4 de noviembre de 1993, en un descampado de la carretera Ramiro  Prialé se encontraron prendas de vestir, pero también unos boletos con el logo de la Universidad La Cantuta, uno de ellos con el nombre de Bertilia Lozano.

El 12 de julio de 1993, tres días después del hallazgo en Cieneguilla, la DINCOTE (Dirección Nacional Contra el Terrorismo) pretendió desvirtuar el croquis y la investigación publicada en la revista “Sí” intentando mostrarla como una campaña montada por Sendero Luminoso para desprestigiar al Estado.

Pero nada ni nadie podía esconder la ejecución extrajudicial, después del hallazgo de las llaves.

 

2 Responses

  1. […] En la última semana ha vuelto a la agenda política,  el indultar al exmandatario Alberto Fujimori, quien cumple una pena de 25 años  por la autoría mediata en los asesinatos cometidos  en Barrios Altos y La Cantuta. […]

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