Dos personas hablando

Los temas más acuciantes del año que acaba de comenzar —inmigración, oportunidades económicas, disparidades raciales, aborto, educación pública, violencia armada, el papel de Estados Unidos en guerras extranjeras— estarán presentas más que nunca durante el ciclo electoral que se aproxima, no solo en Estados Unidos sino en buena parte del mundo.

Las audiencias necesitan historias profundamente investigadas y esclarecedoras para que estos grandes problemas resuenen en ellas. Centrarse en las voces vulnerables debería ser la norma para cualquier historia que intente llegar al corazón de un problema. De esta manera, se puede echar luz sobre temas de los que se habla poco y hacer que las instituciones responsables respondan. Tratar a las fuentes vulnerables con respeto e integridad es una habilidad informativa que puede desarrollarse en una redacción como parte de su deber y compromiso de servir a su audiencia.

Los jefes de redacción suelen pedir a los periodistas que salgan al terreno y “personalicen” sus coberturas; que busquen sujetos que vivan el problema en cuestión y estén dispuestos a abrirse y compartir su historia con la audiencia. Pero a los periodistas no se les suele ofrecer formación sobre cómo gestionar esas entrevistas e historias.

Una fuente vulnerable tiene menos poder que el reportero y debe ser entrevistada con claridad y cuidado. A continuación te contamos cómo dos periodistas se ganaron la confianza de sus fuentes mientras contaban sus complejas historias.

Shoshana Walter, periodista de investigación del Proyecto Marshall, estaba trabajando en un libro sobre el sistema estadounidense de tratamiento de adicciones. Entrevistó a muchas madres que eran objeto de investigaciones por parte de instituciones de bienestar infantil. Se enteró de que algunas de ellas tomaban Suboxone, un medicamento utilizado para tratar la adicción a los opiáceos, y que por eso eran denunciadas a los Servicios de Protección de Menores (SPI) e investigadas, aunque estuvieran sobrias.

“Me hice miembro de grupos de Facebook, de grupos de apoyo a madres que tomaban medicación y estaban en tratamiento”, explica Walter. “Lo hice solo para ver si alguien había sido denunciada a los SPI debido a la medicación prescrita. Y así fue como encontré a Jade”.

Walter se enteró de que, si bien los pacientes de Suboxone suelen ser blancos, las personas de color se enfrentan más frecuentemente a escrutinios, incluyendo pruebas de detección de drogas al nacer. Walter tuvo cuidado al trabajar con Jade Dass, cuya historia contó en su investigación.

“Cuando empezamos a hablar, el acuerdo que tenía con ella era que nuestra conversación era off the record”, cuenta Walter. “Y luego le pedí que pensara si quería o no que fuese publicada y le conté lo que eso supondría”.

El reportaje de Shoshana sacó a la luz un problema sistémico y pintó un retrato complejo y bien documentado de su vulnerable fuente. La capacidad de acceder a los aspectos más personales de la vida de Dass fue una de las claves de la cobertura.

“Sabía que quería escribir una historia más narrativa. Y sabía que los casos de los SPI nunca son una historia en blanco y negro”, dice Walter.

La periodista habló con Dass sobre los riesgos asociados a ser entrevistada sobre su caso en el SPI y su hija. En algunos estados, compartir información confidencial de un archivo del SPI puede resultar en cargos criminales o en un mayor escrutinio por parte de trabajadores sociales y jueces.

“Hablamos de eso, de los riesgos potenciales de hablar y también de los riesgos potenciales de represalias en relación con su caso de protección de menores”.

Walter le explicó las posibles ramificaciones del artículo. Dass tomó una decisión informada, aceptando finalmente participar en el reportaje.

Al principio de la pandemia de COVID-19, María Méndez, entonces periodista del Dallas Morning News, escribió sobre los trabajadores no autorizados que quedaban excluidos de los programas de ayuda del gobierno debido a su situación legal. Méndez encontró a Juan, que solo quería utilizar su nombre de pila en el artículo y al principio se mostró reacio a hablar. Tomó tiempo que se sintiera más cómodo.

“Acabé contándole cómo sabía que era un tema importante que afectaba a la gente. Escuché sus preocupaciones y le dije: ‘entiendo por qué estás preocupado y voy a hacer todo lo posible para transmitírselo a mis editores'”, explica Méndez. “‘Voy a intentar presentar el mejor caso posible para ti. Voy a intentar proteger tu identidad y tu seguridad'”.

Lo tranquilizó varias veces y fue transparente sobre el proceso de reporteo. Escribió la historia, y fue un ejemplo tanto de cómo se cuida a una fuente como del poder de la diversidad dentro de la propia redacción.

“Creo que parte del problema es que a veces solo recurrimos a periodistas de color o de comunidades vulnerables cuando hay un problema”, dice Méndez. “En cambio, si se permite a un reportero informar sobre otras historias que le interesan —no una historia triste o trágica, sino una historia interesante sobre la comunidad-— es de ayuda, porque siente que puede cubrir su comunidad si quiere y puede contribuir”.

Un enfoque ético

Así es cómo los medios pueden sentar las bases para hablar con fuentes vulnerables:

  • Reconocer el desequilibrio de poder: una fuente vulnerable tiene mucho menos poder que el periodista, sea por el estatus económico, legal o social de la fuente, así como a factores como la edad, raza, etnia, nacionalidad, religión u otros.
  • Asumir la responsabilidad de describir el proceso de reporteo: un periodista que no le explica a una fuente cómo solicitar hablar off de record, o que no señala que querrá hablar con otras personas con perspectivas diferentes, pone a esa fuente en desventaja. Es responsabilidad del periodista describir cada paso del proceso.
  • Dar a las fuentes tiempo para decidir: si pueden enfrentar represalias por hablar públicamente o se les pide que cuenten experiencias traumáticas durante una entrevista, las fuentes pueden necesitar tiempo para decidir cómo quieren proceder.
  • Discutir continuamente cómo se identificará a las fuentes: si una fuente tiene mucho que perder y poco que ganar al contar su historia, es probable que necesiten cierto grado de anonimato. Además de pedir permiso para usar sus nombres completos, ofrece varias alternativas aprobadas por la redacción, ya sea utilizando iniciales, nombres de pila o nombres completos si es necesario.
  • Informar a las fuentes sobre el cronograma de publicación: a medida que se prepara una historia para su publicación, los periodistas suelen dejar de hablar con las fuentes y se centran en la producción. Esta falta de comunicación deja a la fuente sintiéndose aún más vulnerable.

Poynter ha desarrollado un curso para ayudar a las redacciones y a los periodistas a incorporar un enfoque ético de trabajo con fuentes vulnerables, que incluye un proceso para la toma de decisiones éticas, técnicas de entrevista y estudios de casos que sirven de guía. Ponte en contacto por correo electrónico para solicitar más información.


Este artículo fue publicado originalmente en Poynter y es traducido y reproducido en IJNet con permiso.

Foto de Priscilla Du Preez 🇨🇦 en Unsplash.