El adiós de Dicky

 

Por aquellos lejanos días, yo escribía una columna dedicada a los chismes de la “high life” y, por lo tanto, no tenía por qué extrañarme, que me telefoneara Dicky. Él era un apuesto joven, protagonista habitual de las más rimbombantes fiestas. Esas de relumbrón rumboso, hermosas chicas y comprometedores bailes que -a veces- acababan en noviazgos y matrimonios correspondientes.

Dicky, quería hablar conmigo y, para ello, me citaba en su depa  del viejo edificio con vista a la vía de “Los Héroes Navales”, que algún enlace tenía con la historia de sus antepasados marinos.

Desde luego, concurrí puntual a la cita atardecida, para compartir con mi apreciado amigo una británica taza de té, ya que jamás, Dicky bebió una copa de licor y no era el caso de empezar a hacerlo en nuestro sorpresivo encuentro. Y no, pues, porque lo que él quería, era despedirse. Y pensaba hacerlo ante mí, que en cierto modo había sido el  cronista de su fugaz paso por las vitrinas del acontecimiento, cumpliendo mi rol de escribidor chismográfico que me hizo ganar numerosos amigos y  ciertos gratuitos enemigos que me siguen odiando hasta esta noche, en que estoy tan triste como aquella lejana tarde que aún vive en mi memoria, como suelen decir los malos poetas.

Resulta que Dicky, había sucumbido a eso que los ingleses “old fashion”, llamarían “spleen”. Algo que los psiquiatras actuales diagnostican como “depre”, cobrando a cien cocos la hora.

Es decir ese hartazgo vivencial, que condena a quien lo sufre a convivir con una sensación -o ausencia de ellas- que alguna vez, cierto vate explicó haciendo decir a un rico y famoso: “Nada me causa encanto ni alegría/no me asombra mi nombre ni mi suerte/. En un eterno “spleen” muriendo vivo/ Y es mi única ilusión la de la muerte”.

-Bueno. Dicky, no pensaba suicidarse. Por lo menos, no completamente. Lo que había decidido, era vivir “en permanente sueño” apelando a determinadas pastillas, de esas que hacen dormir de un tirón, a quien gracias a una deleitosa fortuna familiar, no necesita preocuparse por el presupuesto del diario vivir.

Pero, volviendo a la cita. Al principio –y de acuerdo a mi naturaleza- quise tomar el asunto a broma, pero muy rápidamente comprobé que la cosa iba en serio incluso con el  emotivo remate de un fuerte abrazo, con el cual, este querido amigo me dijo adiós  y se tendió a dormir para siempre en la privacidad de su alcoba elegantísima.

Pasaron las semanas, los meses y larguísimos años. Y lo único que pude saber de su vida, es que la seguía viviendo –muerto en vida- en el fondo de los abismos del olvido. Quizás soñando las muchas vidas que vivió.

Supe más tarde, que despertaba apenas urgido por exigencias fisiológicas y ocasionales, espartanas cenas, que consumía ligeramente, merced a la piadosa comprensión de ciertos familiares invalorables.

Parecerá mentira, pero más de siglo y medio más tarde, ayer supe que mi apreciado Dicky, sigue durmiendo, tras haber renunciado a vivir como cualquiera de nosotros. Entre tanto, la hermosa Roxana que alguna vez lo amó, se hizo esposa y madre de otros seres. Un antiguo alcalde, evaporó los tranvías, que en su tiempo, le inspiraron un sombrío poema, el país ha cambiado varias veces de gobierno, el alemán reloj del Parque Universitario, ha marcado sin pausa diversas etapas de mi extraña vida y esta noche de tímida lluvia, acuciado no sé por qué sentimiento,  y removiendo los cajones de mi trajinado escritorio, encontré el borrador añejo que hoy me invita a escribir estas líneas en recuerdo de aquel viejo amigo incomprendido por los psiquiatras.

Alguien que renunció a vivir hace mucho. Un hombre que quizás ha prolongado por siglos, la hora de su verdadera muerte. Alguien que un día ya no quiso vivir de relamidas mentiras, como las contradanzas de esos bailes de disfraces que ambos compartimos  en los carnavales del Parque de Barranco, sobre todo una noche cuando éramos jóvenes y felices. Cuando él se sentía dueño del amor de Roxana.

Si, pues. Anoche, yo también estaba triste, hasta que el beso de mi bienamada, me reconcilió con el más dulce de los sueños verdaderos.

 

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