El dramático caso de Dora Mayer

 

El Dr. Javier Mariátegui y otros especialistas en desequilibrios de la mente, sentenciaron clínicamente que se trataba del “Síndrome de Clarenbault”, para explicar algo tan increíble, que los poetas definirían como “locura de amor” y para los protagonistas de la historia, representó todo un infierno de pasiones descaminadas, que sólo terminó cuando la muerte piadosa, tendió sus velos, poniendo fin a la tragedia, o quizás, a parte de ella.

El presente relato, nos lleva a una lluviosa tarde de 1925, encarándonos a una mujer maltratada por los años y por su extraño amor sin esperanzas, la misma que sollozaba frente al mar de El Callao envuelta en ropa fuera de moda, soportando el rostro enmarcado por una desordenada cabellera, largo tiempo olvidada de los cuidados o la coquetería femenina.

Una intelectual alemana

Su nombre, era Dora Mayer y su lugar de nacimiento, fue Hamburgo-Alemania. Ella, había destacado desde la adolescencia, como una dedicada e inteligente estudiante, que se preocupaba por diferentes disciplinas, pero que además, había centrado sus preocupaciones en la defensa de la mujer, que allá por los 900, era una causa perdida de antemano. Una lucha que sólo se sentían capaces de asumir, los verdaderos idealistas.

Dora, era una autodidacta, que sumó a sus preocupaciones, el interés por los derechos del indio, cuyos sufrimientos solían causarle una indignación que pronto canalizaría a través del periodismo, al tiempo de unirse a diversas personalidades como Clorinda Matto de Turner y un joven y brillante filósofo, que habría de convertirse en su ideal y, por desgracia, encendería en su corazón, un extraño apasionamiento, que a la larga, terminaría privándola de la razón.

El sabio y la tragedia

Este joven, admirable por su inteligencia y vehemente en sus estudios y propuestas, era Pedro Zulen, primogénito del comerciante cantonés, Pedro Francisco Zulen y la limeña Petronila Aywar. Su entusiasmo y capacidad de trabajo le habían convertido en líder de un importante grupo que precisamente había tomado la bandera del indigenismo y trabajaba a favor de la igualdad de derechos, defendiendo a las mujeres marginadas.

Podría decirse que la tragedia de Dora Mayer, empezó en 1900, cuando logró que el importante diario “El Comercio”, le brindara generosamente sus páginas, para que pudiera expresar su pensamiento e ideales, que iban del feminismo al indigenismo, con similar intensidad en ambos casos.

Una ilusión en tranvía

Cada día realizaba el viaje de El Callao a Lima, en el correspondiente tranvía que la trasladaba a través de huertas y jardines floridos que embellecían la ruta, perfumando el ambiente, allá por esos lejanos, dorados días, cuando Eguren y los “Colónidas”, se enorgullecían de Lima llamándola “Ciudad Jardín”.
Pronto, sus documentadas colaboraciones, se extendieron a “”La Prensa” y “La Crónica”. Precisamente, a raíz de estas publicaciones, llamaría la atención de un sanmarquino, estudiante de filosofía, que la invitó a participar en la Asociación Pro-indígena.

Este joven estudioso, de ideas avanzadas para su tiempo, era Pedro Zulen Aywar, quien jamás hubiera podido imaginar, la terrible llama que acababa de encender con esta –al parecer- inocente iniciativa.

Dos caminos, un destino

Corría el mes de abril de 1909 y el destino en sus inescrutables designios, había entrecruzado las sendas de dos personajes que compartían inquietudes intelectuales, pero que jamás habrían podido conformar una pareja en el amplio sentido de la palabra.

La historia no consigna estrictamente los detalles, pero “se sabe” que desde que Dora Mayer, vio a Pedro Zulen y conversó brevemente con él, sintió “el flechazo”, que los sicilianos llaman: ”il raggio”,-un impulso misterioso e incontrolable- que encendió en ella, una atracción irreprimible por este inteligente joven de rasgos asiáticos, piel capulí y fascinante facilidad de palabra.

Alguien llamado Pedro

A propósito: la historia de Pedro Zulen, se inicia el 12 de octubre de 1889, cuando nace en la casa paterna de la calle Boza. Luego, estudia en el Colegio de Lima, que dirigiera el brillante maestro Pedro A. Labarthe, entre 1900 y 1905. Pero, este joven, no era- en sentido alguno-un estudiante cualquiera. Aparte de seguir la educación común, se dedica a estudiar latín elemental, inglés y francés, logrando prontamente calificar como traductor y debutar en “La Prensa”, en 1904, con una bien documentada crónica que titula: “La religión y la Ciencia a Través de Libros Recientes”.

En 1906, se integra, ya oficialmente, a las filas del diario “La Prensa” y se matricula, además, en la Facultad de Ciencias Naturales de San Marcos, programa académico que por entonces, estaba a cargo de gran matemático Federico Villarreal en su condición de Decano.

Sin embargo, la intensa actividad que desarrollaba en el grupo pro indigenista y defensor de la mujer, se cruzaba con los horarios destinados al estudio y entonces, convocó a Dora Mayer, para que dirigiera el mensuario titulado: ”El Deber Pro Indígena”.

Se complica la trama

Las continuas reuniones de trabajo, eran el escenario ideal para que Pedro luciera sus extraordinarias habilidades oratorias y su destreza en la argumentación.

Este desempeño, parece haber fascinado a Dora Mayer, quien empezó-primero- a insinuarse y luego, a acosar clara y directamente, al joven estudioso, que hacía todo lo posible por desanimar a tan tempestuosa enamorada.

Los rumores empezaron a crecer, en el enredo de la vieja chismografía limeña, engolosinada en el comentario de “que había algo” entre ambos personajes.

Pero Pedro Zulen, tenía ya, una bella enamorada juvenil. Y como es de suponer, el acoso de Dora, terminó obligándolo a romper dicho romance.

Dora-terca en su pasión sin freno- le escribió una nota, que según parece, cayó en manos equivocadas, motivando burlas y comentarios, que terminaron por enfermar a Pedro.

La nota en cuestión, decía: “Te quiero cuidar y te quiero querer”.

-La noche fatal, se fecha el 25 de junio de 1920.Pedro Zulen había obtenido una beca para seguir psicología y filosofía en la importante Universidad de Harvard. Y entonces, el estudioso, decidió despedirse de todos los integrantes de su grupo intelectual. Y, desde luego, de Dora.

¿“Algo” pasó entre ellos?

Hay quien especula que esa noche: “pudo haber pasado algo entre ellos”, lo cual no se sabe a ciencia cierta y Zulen se encargó en su momento de proclamar: “esa señora no es nada mío”, en tanto Dora, empezó a firmarse de una vez y para siempre:” Dora Mayer de Zulen”, añadiendo que ambos habían “celebrado Bodas Místicas” y que a los 52 años, “ella había perdido la virginidad”.

Cuando Zulen retornó al país, se dio con la sorpresa de que Dora había editado un folleto titulado:” Zulen y Yo”. Y además, cuando se dirigió a su casa de la Calle Llave, en Barrios Altos, se encontró con Dora, que pretendía instalarse en ella, porfiando a tal extremo, que fue necesaria la intervención de la policía, para disuadirla, incluso, empleando la fuerza física.

Dora había enloquecido

Dora, había enloquecido de amor y ya, nada podría devolverla a la realidad de un hombre, que no la apreciaba como cónyuge. Ni siquiera como amante. El Dr. Hermilio Valdizán –testigo presencial de estos desdichados acontecimientos- comentó en la ocasión, que Dora Mayer, padecía de “psicosis erótica”, conforme podía apreciarse observando la sintomatología que exhibía la infortunada mujer. José Carlos Mariátegui, respetó la nominación “de Zulen” asumida por Dora, en un ensayo que realizara sobre la vida y obra de esta enigmática intelectual, enloquecida por amor.

El último acto

Pedro Zulen murió el 27 de enero de 1925, víctima de una inclemente tuberculosis, mas, lo que debió ser un apacible velatorio que convocara a familiares y amigos, se convirtió en un nuevo escándalo, cuando Dora Mayer, apareció en escena, llorando desconsoladamente y tratando de aproximarse a la capilla ardiente, en tanto era rechazada por los parientes del difunto.

En el último instante y antes que el féretro fuera conducido al camposanto, Doña Petronila,-madre de Pedro- se compadeció de esta desesperada mujer, que realmente movía a lástima y le permitió ingresar al velatorio e incluso, que se aproximara al ataúd, frente al cual, Dora terminó despidiéndose en medio de atormentados gritos, que proclamaban su gran amor imposible y demencial.

Pero eso, no fue todo

Pero eso, con ser mucho, no fue todo. Dora-caminando- siguió al cortejo fúnebre hasta el cementerio y cuando todos se retiraron, se quedó al pie del nicho, sollozando, hasta que cayó la noche y los “panteoneros”, la convencieron de que “por favor” se marchara.

Y allí quedó Pedro Zulen, uno de los más lúcidos pensadores a nivel universitario. Sus restos duermen tras una lápida de mármol en el Cuartel San Felipe, fila “E”, número 175, Puerta 3 del Museo Cementerio “Presbítero Maestro”. La piedra sepulcral sólo dice su nombre y la fecha en que abandonó este mundo.

Dora Mayer sobrevivió algunos años más, encarnando por siempre la figura de “La Viuda Inconsolable”, o tal vez, una de las pocas mujeres-que sepamos-, “enloquecieron de amor”. Su figura y sus sueños, fueron devorados por el tiempo y, sencillamente, una noche cuando frisaba ya, los 91 años, la muerte abatió sobre ella, sus negras alas. Sus restos duermen en el Cementerio “Baquíjano” de El Callao. No se sabe más. El amor, como nadie osaría discutir, es, uno de tantos misterios del ama humana. Algo que nos hace vivir y también puede arrastrarnos a la más desgarradora locura. Y si algún joven de originales ocurrencias, pidiera hoy mismo que levanten la mano, quienes jamás han sufrido por amor, tendríamos ante nosotros, a unos cuantos decididos a hacerlo. Entonces sabríamos con certeza, cuántos mentirosos nos acompañan en este capítulo de nuestra -acaso- azarosa vida. ¡Hasta mañana!.

 

 

 

 

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