Entre el genio y la locura…

 

Si alguien me dice que Orson Welles nació en Chincha, quizás -de acuerdo al cuento-, me sienta tentado a creerle. Por algo -siendo el si- un auténtico genio, tuvo el tino de acuñar la rumbosa frase según la cual, “entre el genio y la locura… la hoja mellada de un cuchillo”- sentencia  que solían repetirme, cual si fueran un doble tic tac  aherrumbrado que va marcándole el paso a la vida, dos de los más talentosos periodistas con los que me ha tocado alternar, a lo largo de este medio siglo de aventuras inconclusas.

Ambos, se proclamaban sin empacho, genios o casi aquello, mientras a mí, me calificaban de “inteligente creativo” nomás, lo cual, nunca dejaré de agradecerles. Los dos años que compartí los acontecimientos que componían ambas biografías, me enseñaron todo lo que puede aprenderse, cuando se escruta con atención la grandeza y la miseria de ciertos personajes “tocados” por la varilla mágica del talento y así mismo, marcados para siempre, por la maldición del desatino que los hizo existir sin vivir realmente, desperdiciándose en locuras hasta el momento gris de enfrentar el olvido. Generosos hasta el despilfarro y así mismo, capaces de las más duras deslealtades que alguien pudiera haber imaginado. ¡Y a mí…! me rebautizaron como “El Bailarín”, porque jamás lograron entenderme. O quizás, porque después de todo, mi vida fue siempre un balance de cierta inteligencia, con el necesario acierto de no precipitarme a los infiernos. Y eso, que viví muy cerca del candente tema.

Me estoy refiriendo, -si no lo han adivinado- a Raúl Villarán Pasquel y a Guillermo Thorndike Lozada. El primero de los nombrados, un gran “lanzador” de periódicos. Por lo menos unos ocho, nacidos bajo grandes auspicios y naufragados, cuando la locura superó al talento en esa tenebrosa cuerda floja que siempre fue su vida. Guillermo, era otra cosa.

Aureolado por la leyenda de un lejano parentesco con Beltrán, llegó a Baquíjano uniformado de escolar inglés, cuando yo, me iba consagrando ya, como “famosillo” columnista en “Última Hora”.

Debutó en “La Prensa”, con la original broma de suplantar el serio cuadro de comisiones de tan señorial medio, competidor del “Mercioco”, asignando al “Carretita” Rodney Espinel, la misión de investigar la captura de un imaginario espía, falsamente preso en nuestro Buque Insignia. A todos y cada uno de los más rejugados redactores, les   fijó “misiones imposibles” y al queridísimo Don Jorge “El Cumpa”, Donayre, le puso en cartera, investigar “cómo se hacía la cerveza “Cristal”, a partir de afrecho y aserrín. Y eso, sin considerar que “El Cumpita”, dobleteaba en “Relaciones Públicas” de la prestigiosa cervecería.

Al caer la noche, se destapó la estrambótica añagaza y nunca llegué a averiguar ni cómo, ni qué impidió que despidieran al rubicundo juvenil gordo después de tan tremenda barrabasada.

Entablamos una relación de colegas –que yo traté infructuosamente de convertir en amistad, a lo largo  de los años- y así me fui enterando de sus sueños literarios. Compartí sus primeros cuentos y lo ayudé a corregirlos, hasta que Villarán apareció en escena, hablando de Luis Banchero como una especie de iluminado que iba a revolucionar no sólo la pesca y la empresa nacional, sino también el periodismo, mediante la fundación de una “Cadena Informativa”, que iba a nacer en su Tacna natal, para cubrir a plenitud el territorio patrio.

“El Gordo” Villarán le había vendido el cuento de que por dicha empresa, llegaría a ser Presidente de la República, aunque usted no lo crea, mi estimado.

Por el dinero, no habría que preocuparse. “El Hombre”, era propietario de embarcaciones pesqueras, factorías donde se producía la harina de anchoveta que le compraba el mundo entero, fábricas de herramientas y en suma, “la mar en coche”, conforme comentaban muertos de risa, ambos sorprendentes gordos. El diario fundacional de este sensacional experimento, se lanzaría en Lima. El Director –desde luego- sería “El Gordo Villarán” y su estrella deslumbrante: Guillermo Thorndike, a quien Villarán, siguiendo añosa costumbre, había rebautizado como “La Shirley Temple del Periodismo”.

Thorndike tuvo la idea de “jalarme” para los “inactuales”, que –por entonces- yo manejaba exitósamente en “La Prensa”, donde debí quédarme tranquilito y quizás hubiera evitado muchas cosas. Pero dicen que así funciona el “Sincrodestino” y acepté el reto, sin saber casi, en lo que me estaba metiendo.

Presagioso “El Cumpa” Donayre, a modo de adiós, me regaló un sabio proverbio chinchano, según el cual: “Más vale tino que talento”, conforme habría de comprobar a lo largo de mi prolongada carrera, alternando con algunos de los más brillantes cerebros de nuestro gracioso country.

Y me estoy refiriendo a Don Pedro Beltrán, al propio Luis Banchero, a  Manuel Ulloa, a Alfonso Tealdo, a Genaro Delgado Parker, a Luis “Lucho” Loli, y entre otros,  a mi hoy lejano “Hijo Putativo”,  inventor multi propósito e innovador financista Hernán Garrido-Lecca. En todos ellos, de un modo u otro, se ha ido cumpliendo el sentencioso dicho que me regaló “El Cumpa”. El exceso de talento, les estranguló el tino, precipitando sobre algunos, una irremediable frustración de sus anhelos -políticos o intelectuales- y en ciertos casos, un final de cuento ruso, que sólo Orson Welles o “El Cumpa” Donayre, hubieran podido explicar… o imaginar tan siquiera.

 

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