Se acerca el 2023, un año nuevo cargado de esperanzas y también de misterios. Por estos días no hay respuesta alguna. Hay una neblina que no deja ver el futuro inmediato. El gobierno de transición está en lo suyo, tratando de regresar a la vieja normalidad. Esa normalidad ajena a cambios que alivien la miseria de los desposeídos. Esa miseria, sobre todo espiritual, que es la peor de las miserias. El Poder Legislativo, con una mayoría que no percibe los dolores de los olvidados, al parecer, ya tiene determinado un plan para conservar ese poder, ya sea con modificaciones en la Constitución que le sean favorables o mediante una fina estrategia que haga posibles coaliciones como las que siempre se han dado en este país.
El espacio de las esperanzas, sin embargo, muestra cierta claridad. Todo está en que las mayorías ciudadanas asuman, con responsabilidad el rol que les corresponde. Todo está en que no hagan oídos a las falsas promesas. Es menester que entiendan que el calvario heredado de sus mayores, debe terminar, tal como se aprecia en otros continentes, donde sí se valora el peso del sufragio universal.
Así ocurrió en la vieja Europa Occidental en siglos pasados, donde las mayorías asumieron el rol que les correspondía. Al combatir el fascismo, el nazismo y el franquismo, cumplieron con su deber. En Africa, al luchar por la descolonización y combatir el Apartheid, también hicieron lo debido. La Polonia de hace pocas décadas es otro referente, con la lucha específica de Solidarnosc por las libertades fundamentales y por la democracia. En la historia del Perú de tiempos muy pasados, asimismo, hay memorias que no se pueden olvidar. Pero ahora todo es diferente y eso significa que, a las mayorías ciudadanas, les corresponde exigirse, asimismo, por una auténtica democratización, un nuevo desarrollo, una mejor sociedad y la unidad de cuantos anhelan un Perú fraterno, en base al respeto que debe tenerse por la dignidad de la persona humana.