La crisis camina por dentro de Fuerza Popular

 

“Los mis cabellicos, maire,
uno a uno se los llevó el aire.
¡Ay pobrecicos
los mis cabellicos!”
Francisco de Carbajal

Al igual que Francisco de Carbajal, el Demonio de los Andes, la cúpula de Fuerza Popular debe estar evaluando cuantos congresistas se irán en las próximas horas y días. Ya son 20 los que dijeron: me bajo en la esquina. Y, de  ser esa mayoría aplastante, con 73 votos, que “iba a sacar leyes como por un tubo”, entre otras, la vacancia del presidente de entonces, Pedro Pablo Kuczynski, es una simple bancada de 53 congresistas.

Eran 73 votos, pero no todos eran alfiles. La mayoría eran simples peones que obedecían las órdenes que llegaban desde la moto taxi naranja o desde la botica, los chats utilizados para coordinar su trabajo en el congreso, donde utilizaban un lenguaje de lupanar.

Justamente, la forma como los alfiles trataban –y siguen tratando- los temas cruciales del país fueron, entre otras, las razones por las que el prestigio del poder legislativo se fue hundiendo en la marisma. Es que la idea, que tenía el imaginario colectivo, del congresista, sea de derecha, izquierda o centro, era de un ciudadano relativamente decente, se degradó a la del matón de barrio bravo.

Si la imagen del congresista se deterioró a esos niveles, y muchos de ellos llegados con antecedentes de conducta criminal, denunciados por el ministerio público, dañaron el prestigio del congreso, al convertir la inmunidad en impunidad al blindarlos. La reputación de esta institución, sustento de la democracia, se precipitó a los niveles que muestran las encuestas de opinión.

No era un secreto, que al interior del fujimorismo habían –era una minoría- que estaba asqueada de ese proceder, sin atreverse a romper con la cúpula, que los mantenía firmemente atados.

Se desgaja la naranja

La diáspora comenzó por una decisión, al interior de la familia Fujimori. Kenyi Fujimori, el hijo menor, el engreído del padre, es congresista con la mayor cantidad de votos. Había prometido, al ser lanzado como candidato, poner todo su empeño para lograr la libertad de su padre, Alberto Fujimori, encarcelado en la DIROES.

Y cumplió. Negoció con Pedro Pablo Kuczynski el indulto a cambio de los votos que impedirían la vacancia. Cumplieron ambos: 11 congresistas, incluyendo a Kenyi votaron en contra o se abstuvieron y no alcanzó el fujimorismo la vacancia de PPK. El entonces presidente también honró su palabra: Alberto Fujimori fue indultado antes de navidad de 2017.

Las iras santas que desataron los votos de Kenyi y sus seguidores, llevó a la propia hija del indultado y dirigente máxima de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, a jugarse el todo por el todo: denunció –a través de sus cercanos colaboradores- que el indulto no era humanitario sino resultado de un acuerdo político. Esta denuncia, meses después, serviría como sustento para que se revise la gracia otorgada por PPK a favor de Alberto Fujimori y se disponga su retorno al penal de la DIROES.

Pero, ya se había roto la unidad que parecía monolítica. Poco a poco se fueron retirando, uno a uno. Primero bajaron de 73 a 62. Luego a 60 y durante varios meses se mantuvieron en 58. Hoy son 53, y de seguir la tendencia, posiblemente muchos más digan, “hasta aquí llego, y adiós”.

Son en estas condiciones que aprobaron la noche del lunes la denuncia contra Daniel Salaverry, presidente del Congreso, ex vocero de Fuerza Popular y hoy enconado crítico del proceder de la bancada naranja.

¿Tendrá el fujimorismo la fuerza suficiente para controlar el congreso? No está muy claro que tengan los votos suficientes a su favor, contando incluso los 5 votos del Alanismo y de algunos inubicables de AP, y otras bancadas amorfas.

Además, cualquier victoria que puedan alcanzar, antes del 15 de julio, será una victoria pírrica, porque pueden abrir las compuertas de la repulsa popular contenida en los últimos meses. Y si no alcanzan los votos para hacer y deshacer como lo han venido haciendo con total impunidad, podríamos ser testigos, del inicio del fin de una organización política, que como muchas otras, en este país, pasaron al olvido.

Se irán sin dejar huella en la historia del Perú. Marcharán a sus lugares de origen o se quedarán en Lima, con el único mérito de haber sido congresistas con la suya: sin principios, ni ideología, pero comprando un lugar en la lista, para llegar a ser alguien, que ocupó una curul en el congreso, no para servir al país, sino en busca de beneficios personales.

 

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