La reina y el malcriado

 

PARA ANTONIO UBALDO RATTÍN el único idioma valedero en una cancha de fútbol era precisamente el fútbol: por eso, aparte de su lengua materna, el español, no hablaba ninguna otra. Centrocampista y capitán de la selección de Argentina que participó en el Mundial de Inglaterra 66, al llegar a Londres no era ningún novato del balompié, pues ya había participado en el mundial precedente, el de Chile 62. Tenía entonces veintinueve años y era uno de los jugadores emblemáticos de su club, el Boca Juniors. Rattín sabía que cuando en el torneo argentino los clubes más representativos jugaban de local, lo hacían para ganar, solo para ganar, y que la condición de local tenía que ser respetada por el equipo visitante. Por eso Rattín sabía que Inglaterra iba a jugar su mundial para ganarlo; por eso sabía que no era con buenos modales con lo que Argentina legaría a disputar la final: en efecto, la Albiceleste llegó a Londres con grandes ambiciones pues tenía un equipo cuajado, experimentado, con brillantes individualidades como Luis Artime, Silvio Marzolini, Roberto Perfumo, el portero Antonio Roma, además del mismo Rattín. Como caballeros o como malcriados, con juego limpio o con mañas y artimañas, los argentinos consideraban con gran modestia que podían llevarse a su Buenos Aires querido la copa Jules Rimet.

Argentina, entrenada por Juan Carlos Lorenzo, integró el grupo B. Sus dos primeros partidos los jugó en Birmingham, donde venció a España 2-1 y empató 0-0 con la República Federal de Alemania, RFA. Se trasladó luego a Sheffield, donde se impuso a Suiza 2-0. La RFA, por su parte, goleó a Suiza 5-0 y a España 2-1. Si bien la RFA logró una mejor diferencia de goles a favor (+6) que Argentina (+3), la selección sudamericana mostró tanta calidad y decisión como la alemana, y ambos seleccionados fueron altamente superiores a Suiza y España. El primer puesto del grupo fue para la RFA, el segundo para la Albiceleste. En el grupo A, Inglaterra terminó en el primer lugar, tras empatar 0-0 con Uruguay y vencer por 2-0 sucesivamente a México y a Francia, Uruguay terminó segundo merced a su triunfo frente a Francia 2-1 y a su empate con México 0-0. En los cuartos de final, el primero del grupo A se enfrentaría con el segundo del grupo B, y el segundo del grupo A con el primero del grupo B: Inglaterra y Argentina se enfrentarían en Londres, en el mítico estadio de Wembley.

En el aire sonaban las canciones de los Beatles, las chica en minifalda hacían girar la cabeza hasta a los más flemáticos gentlemen, en su torre de Westminster el Big Ben daba la hora con puntualidad imperturbable. La selección de The Three Lions, entrenada por Alf Ramsey, estaba en su mejor momento, y Bobby Moore, su capitán, era de los personajes más carismáticos de todo el Reino Unido. Pero para Rattín y sus compañeros Carlos Gardel cantaría siempre mejor que los Beatles, las minifaldas las lucían mejor las chicas de Buenos Aires, y la Albicelestes siempre había sabido salirse al frente al más pintado, de local o de visitante. Por lo demás, las selecciones de Inglaterra y Argentina estaban íntimamente unidas por una antipatía recíproca y gratuita, la que iba a quedar en evidencia la tarde del 23 de julio ante los noventa mil espectadores que colmaban las viejas graderías de Wembley. Desde el pitazo inicial el encuentro se presentó áspero, ritmado por jugadas fuertes que a cada momento rozaban la falta de unos y otros. El alemán Rudolf Kreitlein, el árbitro, comprendió que esa tarde iba a tener que bregar duro entre los dos equipos, pero, veterano de la Segunda Guerra Mundial, no se arredraba; era un ex – POW, prisoner of war de los estadounidenses, y sabía lo que era el trato duro. Bastaba con verle la cara para saber que Kreitlein era uno de esos tipos que no aguantaban pulgas, y estaba más que convencido de que ni su corta estatura ni su prominente calva que brillaba bajo el sol que caía sobre Wembley serían un obstáculo para hacerse respetar por esos veintidós grandulones.

Los treinta primeros minutos transcurrieron como muchos temían: un juego carente de preciosismos, con obstrucciones reciprocas, escupitajos, jaladas de camisetas. Kreitlein, que por entonces llevaban cuarenta y siete almanaques a cuestas, anotaba en una libretita los nombres de aquellos que se comportaban mal, pues entonces no existían las tarjetas rojas ni amarillas: para él, la decisión de una autoridad no se contradice. Los ingleses llegaban más al arco argentino, pero la defensa sudamericana era sólida y la estrategia de Juan Carlos Lorenzo se basaba en el contragolpe y en enfriar el partido provocando interrupciones. Hacia el minuto treinta y cinco cambió repentinamente el curso de la historia: el árbitro anota en su libreta a Perfumo por una falta contra Roger Hunt; un momento antes Rattín había derribado a Geoff Hurst, aunque su nombre no fue anotado. Hunt ejecuta un tiro libre que es atajado por Roma, este le lanza el balón a Perfumo, que inicia un ataque por el ala izquierda. De pronto Kreitlein suena su silbato, detiene el juego y le señala a Rattín que tiene que abandonar el terreno: lo acababa de expulsar. Rattín, que se encontraba lejos de la jugada, se muestra sorprendido, se acerca al árbitro y ambos, gesticulando, dan una visión divertida: uno muy alto que tenía que inclinar la cabeza, dice una y otra vez que él no ha hecho nada, que la expulsión es injusta; el otro, bajo, se muestra imperturbable, le señala la banca argentina al tiempo que verbaliza la orden de expulsión. Rodeado de jugadores argentinos, Kreitlein y Rattín se enfrascan en un diálogo digno de Babel: Kreitlein le habla a Rattín en alemán, idioma que Rattín desconoce; Rattín le habla a Kreitlein en español, idioma que Kreitlein desconoce. Rattín, sin dejar la cancha, grita hacia los oficiales de la FIFA que quiere un intérprete, se acerca alguien que hablaba inglés, pero Rattín solo habla español. Para entonces el árbitro y el capitán argentino están rodeados por casi todos jugadores sudamericanos además del entrenador, suplentes, personal técnico y dirigentes de la AFA, la Asociación Argentina de Fútbol; también los rodeaban oficiales de la FIFA e incluso agentes de la Metropolitan Police. La confusión era total. Los jugadores ingleses descansan sentados o conversan entre ellos lejos del tumulto, el público en las graderías grita exultante. Al cabo de ocho minutos Rattín, por fin, sale de la cancha… y se sienta en la alfombra roja que conduce al palco de la reina Elizabeth II, ausente esa tarde en Wembley. El griterío en el estadio es tremendo; un auxiliar de la selección argentina hace que se levante y, muy cerca de las graderías, avanza con él hacia los camarines. Rattín avanza lentamente, deteniéndose de tiempo en tiempo, aparentando un enorme interés por el desarrollo del partido que acababa de reanudarse. El público, casi a su lado, le grita insultos, Rattín le responde mostrándole su camiseta. Poco antes de ingresar al túnel de los camarines pasa al lado de un banderín de córner y lo estruja: el banderín reproducía la bandera del Reino Unido… Se incrementan los insultos para él y todos los argentinos, la gente ruge “Animals!”. Rattín se introduce en el túnel.

Pero ¿por qué Kreitlein expulsó a Rattín? La razón se encuentra en las propias explicaciones de los dos implicados: tras la falta de Perfumo contra Hunt, el árbitro anota en su libreta el nombre del argentino; poco después, mientras el juego prosigue, Rattín, retrasado, se acerca el árbitro, lo mira fijamente a los ojos, le pregunta en español por qué ha anotado el nombre de su compañero y se toca el brazo, mostrándole su brazalete de capitán de la selección. Kreitlein no comprendió ni pio, pero, contaría más tarde, se sintió amenazado por la forma en que Rattín lo miró desde su metro noventa de estatura. Por lo demás, el señalar el brazo es un insulto obsceno en varios países de Europa.

La reina Elizabeth II, de haber estado presente aquella tarde en Wembley, no habría dudado en calificarlo de malcriado y habría considerado legítimo el triunfo de Inglaterra 1-0, que le valió pasar a disputar la final frente a la RFA, a la que vencería 4-2 en otro partido de arbitraje controvertido.

De vuelta ya en Buenos Aires, la delegación argentina tuvo un recibimiento multitudinario, pues sus hinchas consideraban que había sido derrotada con malas artes. Todo los de la Albiceleste prometieron llegar más lejos en el mundial siguiente, el de México 70. Pero solo pudieron llegar a México como turistas: Argentina sería eliminada por Perú en un partido final y decisivo disputado en el temible bastión de la Bombonera, sede del Boca Juniors, el equipo de Rattín, quien no pudo jugar en ese match por haberse lesionado antes.

 

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