Las novias del adiós

 

Una de las tantas maestrías que tengo en La Gran Universidad de la Vida, me la gané “Suma Cum Laude”, en la noética especialidad de Callejonología, que estudié protagónicamente, -por suerte- mucho antes de ingresar a San Marcos.

Sí pues. Por eso, cuando alguien quiere “pasearme” con algún cuento chino, yo me limito a sonreír pensando: “si este judoko tuviera la mitad de la lleca que yo he vivido, tendría alguna posibilidad de bailarme la guaracha”.-Y al toquepala nomás causita, pasamos a otro merengue, como se dice entre mi tegen brava.

Y déjenme que les cuente que justamente en mi viejo barrio de Guadalupe -colindante con Mapiri-, las bodas rumbosas se celebraban hasta reventando cuetes y en el curso del bailongo, se producían algunos capítulos telenovelados, como el que les cuento ahorita.

Se casaba la guapa “Maruja” (nombre supuesto, por supuesto), con un moreno notificador chapeado “Camaleón”, nunca supe “asuntando” qué.

Y en medio del jaranón armado en el corralón de los Lártiga, un elenco de casi doce “palomillas”, arrinconaron al novio para -como agasajándolo- obligarlo a ingerir tragos de pronóstico reservado, que el bozam en medio de su dicha casamentera, se soplaba nomás porque no le quedaba de otra. Entre tanto, la novia, que según las viejas chismosas: ”después de recorrer La Ceca y La Meca, había encontrado un gil que la llevara al altar de palma y corona”, -se había esfumado pretextando entregar el blanco y radiante traje nupcial, alquilado por ochenta mangos y una electoral de empeño.

Y en esas estábamos, collera y hueleguisos que nunca faltan, cuando se apareció el enano “Pacharaco”, que era como el viejo “Repórter Esso”, el primero con las últimas.

Y en coloquio aparte con mi broder “Gori” que por entonces se llamaba “Chicho”, le confidenció: “La cueca es en el callejón de Zanelli”. Y para allá volamos, mismos corresponsales de “Peluchín”, “Cacho” y sus cundangos.

Llegados al lugar de los hechos,” Pacharaco” medioempujó una puerta y ahicito nomás, apareció ante nuestros asombrados ñorbos, la estrella del casorio en espectacular pose de “aguaita el pase con remate de patada al techo”, en gran clinch con el sacalagua “Manjarblanco”, que había sido su antiguo firme, según sabíamos todos.

No quiero entrar en detalles, pero años más tarde, me encontré con el zambo “Camaleón” que ahora se recursea de taxista y le pregunté por su matri, queriendo saber, cómo le iba con la Marujita.

-“Ahí vamos, batería” -me dijo modernizando el chamullo- “Tenemos tres hijos, y fíjate, el mayorcito nos salió medio colorao, a nosotros dos, que somos zambocracia. ¿Por qué sería no?-“¡Esas son travesuras de los genes, compadre”, le casi expliqué, antes de despedirnos, mientras un cochinero recuerdo me chicoteaba el corazón.- ¡Sucede en las mejores familias!- me apuntó el hoy místico “Gorilyn”, cuando le conté esta nota del ayer y… el cada rato.

 

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