Nobel para una ama de casa

 

El prejuicio es uno de los principales desinformadores, y nuestra sociedad –que ha logrado superar algunos- se aferra a otros como si estuvieran impregnados en el ADN de un buen segmento de la población. Como muestra, dos casos.

Cuando a la bióloga Barbara McClintock (1902-1992) le otorgaron el premio Nobel por descubrir que los genes son capaces de saltar entre diferentes cromosomas, el titular principal del día siguiente fue “Ama de casa gana el Nobel”.

Sin importar que ella fuera miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, con 14 doctorados Honoris Causa, y la persona más consultada por otros científicos, la prensa no supo verla sino confinada al rol de ama casa, lo que ella nunca fue.

El otro caso es Florence Nightingale, también llamada “dama de la lámpara”, a quien se atribuye una imagen romántica -en tanto que idealista- de la enfermera abnegada, mientras queda de lado su verdadera labor que fue científica.

Esta percepción ha opacado hasta hoy su mérito en el desarrollo de la estadística y en el descenso abismal del número de las muertes hospitalarias.

A Florence se la socia con el escenario de sus estudios, la guerra de Crimea (1853-56), la primera en Europa desde Napoleón, librada de un lado por el imperio ruso y del otro por una coalición de Francia, Gran Bretaña y otros países junto al imperio otomano.

Crimea tiene que ver también con el periodismo, porque dio lugar al surgimiento de la figura del corresponsal de guerra.

Florence Nightingale analizó los síntomas de los heridos y confrontó las bajas con la realidad hospitalaria, tras lo cual desarrolló un gráfico -el primero de que se tenga noticia- donde mostró que el 80 por ciento de las muertes en el hospital de guerra se debían a la falta de higiene. Mata más la mugre que la guerra.

Su legado principal es haber demostrado que un fenómeno social puede ser medido de modo objetivo y analizado mediante métodos matemáticos.

También se le daban bien las humanidades, estudió matemáticas, lógica, literatura, latín, griego, y muchas otras disciplinas gracias a que su padre era un hombre ilustrado, y a que ella estaba vocacionalmente orientada al estudio.

Alcanzó tal grado de erudición que fue convocada, y tomó parte, en la traducción de los Diálogos de Platón, del griego antiguo al inglés.

Llegado el momento, rechazó el matrimonio porque “yo no podría satisfacer (…) mi naturaleza pasando la vida en compromisos sociales y organizando las cosas domésticas”.

Además, dejó escrito que las mujeres deben tener “una ocupación suficientemente importante para no ser interrumpida”.

Este caso, unido a que en una fecha tan reciente como 1983 se definiera como “ama de casa” a quien nunca lo fue, la científica Barbara McClintock, Premio Nobel de Medicina, muestra por un lado, que hay periodistas despistados y por otro, que cuesta demasiado borrar los estereotipos, y podemos añadir que no solamente los de género.

De retorno a Florence Nightingale, la cadena BBC reconoció en una publicación (12 de mayo de este año), que hasta la fecha se habían ignorado sus logros matemáticos en favor de una imagen compasiva y sentimental.

En su sitio web, UNESCO reconoce que el primer mérito de Florence es el desarrollo de un método innovador de análisis estadístico, como el ploteo de incidencias en la muerte de militares (en combate).

Esto salvó millares de vidas. Uno de los sobrevivientes de Crimea contó años después de la guerra, que cuando ella pasaba por la noche en su ronda hospitalaria, él besaba la sombra de su imagen, tal era la gratitud hacia esta mujer que siendo de clase alta, se sumergió en ambientes fétidos e infectados para mostrarle nuevos caminos a la ciencia.

A Barbara McClintock no la volvieron a mencionar en la prensa como ama de casa. Su descubrimiento de que los genes del maíz pueden transferir sus posiciones en los cromosomas, constituyó un atajo hacia la posibilidad de orientar las mutaciones y le valió finalmente el reconocimiento de su rol primordial en la genética.

Dicho esto, vale declarar nuestro respeto a la labor de las amas de casa a quienes no se suele reconocer como trabajadoras.

En las parejas tradicionales, ellas son la mitad añadida al valor laboral de sus compañeros varones. Pero, mejor dejar este tema acá, porque será materia de una columna posterior.

 

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