Para cuando seas grande

 

Como si fuera ayer, recuerdo mis mañanas de domingo, cuando cursaba el difícil aprendizaje de ser padre, y a veces, en pijama, enseñaba a los varones de mi nueva estirpe, a defenderse de los abusos callejeros o  colegiales, peleando como los buenos, al tiempo que repetía los secretos  de mi ya ausente hermano Fernando – trompeador famoso- quien me enseñara todo lo que hay que saber, según el “Nat Fleisher Book de la trompada callejera”.

-Pero también supe inculcar a mis hijos –a todos ellos, varones y mujeres- que hay que tener el corazón abierto y siempre dispuesto, a proteger a los niños en abandono, a los viejitos que ya nadie comprende y, en suma, para servir, a todo aquel  golpeado por la miseria, la tristeza, el abuso, la injusticia.

Y cuando “alguien” me preguntaba para qué  enseñaba esas cosas a mis pequeños, yo solía responder: “Para cuando sean grandes”.

-Ahora, el tiempo ha transcurrido, mis siete hijos, se han hecho adultos. Y –por voluntad de Dios- yo sigo viviendo, sigo- y seguiré- enseñando a mis hijos, todo lo que yo -a mi vez- aprendí de mi padre, mis viejos amigos y mis inolvidables maestros-todos ellos- en el colegio, en la universidad, en el importante mundo del periodismo y en la vida toda, que siempre viví intensamente.

También hasta hoy, comparto los conocimientos de mi profesión, con numerosos jóvenes, a quienes enseño, a ser honestos, trabajadores y valientes –en todo momento-, tal como me enseñó mi padre. Y yo imprimo en ellos, a todo corazón, para que cuando el tiempo haga lo suyo y yo, empiece a despedirme, puedan decir con orgullo, que midiendo el espíritu, pude impulsarlos a SER GRANDES… mientras físicamente fueron creciendo y aprendiendo a cultivar el alma.

 

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