Presidente, póngale el cascabel al gato

 

El inicio de la gestión de un nuevo gobierno pone sobre la mesa de reflexión, del debate y de la acción un tema central: la pobreza extrema junto con el marginamiento social que sufren aquí y ahora la mayoría de la población. Una mirada más allá del engañoso panorama que presentan Lima y otras pocas ciudades enclavadas sobre todo en el litoral, hace ver que estamos frente a un mal desarrollo, a un desarrollo perverso que viene favoreciendo a unos pocos y marginando a quienes carecen de fortuna alguna. Quien ha dado por concluída su tarea presidencial afirma lo contrario. Convencido de sí mismo considera que gracias a su gobierno “el país tiene un nuevo rostro”. Es evidente que lo ciega la ignorancia, porque lo cierto es que la deuda social es mayor, se ha agravado, aun cuando hay que reconocer que la misma viene desde muy lejos en nuestra historia política, por la persistencia, no pocas veces brutal, de estructuras, de decisiones, de culturas, de atropellos y de injusticias.

En contraste con ello el nuevo Jefe de Estado parece estar al tanto de la verdadera realidad. Su discurso permite creer que es así. En consecuencia, se puede pensar que cumplirá con lo prometido mucho antes de recibir la banda presidencial. Por eso, es factible que el pueblo persista en sus sueños de un futuro mejor, no exentos de las pesadillas que, seguramente, correrán por cuenta de un Poder Legislativo dominado por una amplia mayoría opositora y por los poderes fácticos fanatizados por la especulación, la corrupción, la mentira, utilizadas deliberadamente como armas políticas y económicas para explotar aún más a los pobres. En su mensaje el cuarto mandatario de esta era democrática del siglo veintiuno, deja abierta la posibilidad de un Perú moderno, de cara al 2021, año de celebración del bicentenario de la independencia. Hay que rezar para que así sea, pero adelantándose a eso, la ciudadanía, mediante encuestas de opinión, reclama que se produzca una verdadera lucha contra la delincuencia, incluyendo a la de cuello y corbata, contra la pobreza, contra la corrupción y sobre todo una real reforma educativa y reforma en salud, acompañadas del crecimiento económico. El clamor es abrumador, avasallante.

Se comprende que el nuevo gobierno no tendrá el camino despejado para caminar a paso firme. La prepotencia de las nuevas oligarquías plutocráticas, monetarizadas, mafiosas, que operan con absoluto desprecio por el trabajo humano, por los trabajadores, por los excluídos y no contactados, se encargarán de ponerle montañas de piedras en su andar. Esta situación podría agravarse por la aplicación ya generalizada de las tesis neoliberales cuyos programas de ajuste para enfrentar la crisis se manifiesta en un discurso puramente economicista y materialista. No se interesan por los problemas humanos y sociales, los cuales, dicen, deben ser resueltos por el mercado, olvidando que en cualquier lugar del mundo, cuando las decisiones sociales fundamentales han sido dejadas al mercado, de ello no ha resultado otra cosa que la degradación de la vida humana y del trabajo humano, el avance imparable de la pobreza extrema y del marginamiento social, junto con el agravamiento de todas las formas de injusticia y desigualdad sociales.

En medio de ese panorama, recién se estrena el nuevo régimen, acompañado de un gabinete ministerial a cuya cabeza se encuentra un economista joven, discípulo aplicado de quien todavía no se anima a vivir en Palacio de Gobierno, en razón que, según sus propias palabras, está poblado de polillas. Pero al margen de eso: ¿Tendrá efectos positivos tal acompañamiento, pondrá pie firme al acelerador para poner en marcha la anunciada revolución social? Hay quienes dudan, porque unos más que otros, no cuentan con los pergaminos políticos suficientes ni antecedentes que los identifiquen como luchadores sociales capaces de asumir el liderazgo en tan titánica labor. ¿Hay excepciones? Claro, pero en notable minoría. La formación y la trayectoria que tiene la mayoría de los ministros, puestas en el fiel de la balanza no juegan a favor. Se le reconoce como tecnócratas a secas. Así las cosas, no queda otra, que esperar, sabiendo de antemano que se trata de personas altamente capacitadas y que deben haber tomado conocimiento que el Perú es tierra fértil para establecer una relación firme entre libertad, democracia y la posibilidad de construir un desarrollo nuevo, alternativo, el mismo que exige condiciones favorables y capacidad efectiva para facilitar y consolidar el proceso democrático en el país.

Es de desear que tal gabinete ministerial se ponga a la altura de las circunstancias. El presidente a su vez debe estar alerta y en aptitud de ponerle el cascabel al gato, en circunstancias en que la pobreza extrema y el marginamiento social es una casi bomba de tiempo, lista a estallar en cualquier momento por la iniquidad, por la perfidia, por el ánimo vengativo de quienes confunden oposición democrática con oposición autocrática. El Jefe de Estado comienza su gestión con un 50 por ciento de aprobación ciudadana y un 30 por ciento de desaprobación, muchos de los cuales se preguntan si solamente gobernará a favor de las grandes empresas o a favor de los más humildes. Ante tal duda ciudadana, ¿necesita el nuevo mandatario una voz de aliento? Es posible. Por tal razón bastaría que el cura de su parroquia le haga leer el memorable texto de un pontífice que supo exclamar: “Dejando a un lado el análisis de cifras y estadísticas, es suficiente mirar la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Son muchos los millones que carecen de esperanza, debido al hecho de que, en muchos lugares de la tierra, su situación se ha agravado sensiblemente”. Ese es también el caso de los pobres en el Perú.

 

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