Revolución de Jesús, falsos Mesías y caída de Judea

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El camino no violentista de la justicia social, que defendió Jesús  hasta llegar a la crucifixión, se expandió en el mundo mientras que la aparición de sectas y hasta otro supuesto Mesías que pregonaban el camino de la espada hundieron a Jerusalén en la sangrienta represalia del Imperio Romano.

La historia cristiana se basa en las primeras comunidades en Roma y Grecia, encabezados por Pedro y Pablo, el martirologio de quienes abrieron el camino de la búsqueda de justicia social, más allá de las peleas por el poder de los sacerdotes judíos o falsos Mesías como  Simón ben Kojba.

Desde la captura de Jerusalén por Cneo Pompeyo Magno en el año 63 a. C., los romanos ocuparon Judea y la gobernaron por intermedio de príncipes locales que pusieron en el lugar, tales como Herodes I el Grande o Herodes Agripa I, algunas veces directamente por procuradores que eran a menudo corruptos y que suscitaban hostilidad en los judíos y recibían apoyo de la importante población “helenizada” y colaboracionista.

De acuerdo al historiador de esa época,  Flavio Josefo, las causas inmediatas de la revuelta, en 66, fueron un sacrificio pagano ante la entrada de la sinagoga de Cesarea Marítima, seguido por el desvío de 17 talentos del tesoro del Templo de Jerusalén, por el procurador Gessius Florus.

El acto decisivo que significó la ruptura con Roma fue la decisión de Eleazar ben Hanania, encargado del cuidado del Templo, de no aceptar más el sacrificio cotidiano para el emperador.

El asesinato del emperador Nerón en 68 llevó a Vespasiano a lanzarse a la lucha por la dignidad imperial; sin embargo, interrumpió la guerra contra los judíos para ser coronado en Alejandría. Los combates tuvieron entonces un período de calma que los judíos no aprovecharon para organizarse y los radicales para varar  exigieron una lucha frontal contra el imperio.

Con el ascenso al Imperio asegurado, Vespasiano partió hacia Roma y dejó el comando de las legiones de Judea a su hijo Tito, quien abandonó Cesarea poco tiempo antes del Pésaj de 70, para asediar Jerusalén en busca de dar inicio, según Dion Casio, a las negociaciones.

Durante la Primera Guerra Judeo-Romana, los zelotes tuvieron éxitos iniciales en repeler los asedios romanos y expulsar a gran número de legionarios fuera de Judea; pero, a falta de un buen liderazgo, empezaron a pelear entre ellos. Además, carecieron de disciplina, formación y preparación para las batallas que seguirían.

Al empezar el año 70, Tito junto con tres legiones ejerciógran presión sobre los suministros de alimentos y agua de los habitantes de la ciudad, al permitir a los peregrinos ingresar en la ciudad  y, luego, negarles la salida.

Después de que varias incursiones judías mataran a algunos soldados romanos, Tito envió a Flavio Josefo, el historiador judío, a dialogar con los defensores que  terminó terminó con los judíos hiriendo al negociador con una flecha y otra incursión fue lanzada poco después. Tito también fue capturado durante este ataque repentino, pero logró escapar.

A mediados de mayo, Tito ordenó destruir la recientemente construida Tercera Muralla con un ariete, el cual abrió una brecha en ella y en la Segunda Muralla. Luego, giró su atención a la Fortaleza Antonia, ubicada justo al norte del Monte del Templo. Los romanos fueron entonces arrastrados a la calle en la lucha contra los zelotes, pero se les ordenó retirarse al templo para evitar grandes pérdidas.

Después de varios intentos fallidos de penetrar o escalar las murallas de la Fortaleza Antonia, los romanos lanzaron finalmente un ataque secreto, por el cual sorprendieron a los guardias zelotes durmiendo y lograron capturar la fortaleza.

Este era el segundo mayor edificio en el perímetro defensivo de la ciudad, después del Monte del Templo, y constituía un excelente punto de partida para atacar al propio Templo. Los arietes no tuvieron gran éxito, pero la lucha por sí sola provocó que las paredes se incendiaran, cuando un soldado romano lanzó un tizón en una de las paredes del Templo.

A pesar de que Tito no deseaba la quema del Templo, pronto el incendio estuvo fuera de control, el Templo y las llamas se propagaron a las zonas residenciales de la ciudad. Las legiones romanas aplastaron rápidamente a la resistencia judía restante.

Parte de los judíos que se salvaron escaparon por medio de túneles subterráneos escondidos, mientras que otros se dirigieron a los altos de la ciudad para resistir. La ciudad estuvo bajo completo control romano para el 7 de septiembre y los romanos continuaron persiguiendo a los  que habían huido de la ciudad.

La narración de Flavio Josefo, quien  había actuado como mediador para los romanos y, cuando las negociaciones fracasaron, fue testigo del asedio y de las consecuencias del mismo. Escribió:

Ahora, tan pronto como el ejército no tenía más personas para matar o para el saqueo, ya que se mantuvo a ninguno de los objetos de su furia (para que no han escatimado, había permanecido allí cualquier otro trabajo que hacer), Tito César dio órdenes de que ahora debería demoler toda la ciudad y el templo

Este fue el final que llegaron a Jerusalén por la locura de los que fueron para las innovaciones, una ciudad de otro de gran magnificencia, y la fama entre los poderosos de toda la humanidad.

Los teólogos judíos Amoraim atribuyeron la destrucción del Templo y de Jerusalén como un castigo de Dios por el “fundamento del odio” que invadió la sociedad judía en la época.

En la teología cristiana, según una perspectiva teológica del individuo, este acto de la historia es vista como un completo cumplimiento de muchas profecías de que habla el Evangelio de Jesucristo. Este modo de pensamiento conocido como Preterismo, considera al Sitio de Jerusalén como cumplimiento de una profecía específica de Cristo respecto a la destrucción del Templo, pero no trata con el fin de la edad, conocido

En otro punto hay que recordar que en tiempo del juicio de Jesús ante Pilato, los mismos judíos habían dicho que “su sangre caiga nosotros y sobre nuestros hijos”, lo cual se cumplió al pie de la letra después de 40 años.

El otro Mesìas después de  Jesùs

No se sabe con exactitud cuando nació Simón ben Kojba , también llamado ben Kozibam en otras fuentes, incluso bautizado por los judíos como el Mesías.

Este personaje acaudilló la gran rebelión de los judíos contra el Imperio Romano. Su nombre entró en la Historia cuando el Taná Raví Akiva ben Iosef, sabio rabínico  influyente del Sanedrín, le concedió el nombre de Bar Kokeba (del arameo “Hijo de una Estrella”, en referencia al versículo bíblico Números 24:17, “Descenderá una estrella de Iacob”)

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Simón ben Kojba se rebeló contra el imperio romano y los judíos lo consideran el esperado Mesías.

De esta manera, Akiva señaló a Ben Kojba como el auténtico Mesías que liberaría al pueblo judío de sus opresores, tratando de borrar el recuerdo de Jesús.

Tras  la toma de Jerusalén por las tropas del hijo del emperador Vespasiano, Tito, en el año 70, el delicado equilibrio entre gobierno romano y tradición judía que se había iniciado con Herodes se rompió. La ciudad fue ferozmente saqueada, el Templo incendiado y destruido y muchos de los elementos sagrados del culto judío acabaron exhibidas como botín del Flavio durante su Triunfo por las calles de Roma.

En equivalencia a nuestros días, Roma aplicó en la zona una especie de ley marcial ipromulgó un decreto por el que prohibía expresamente la práctica de la circuncisión, así como el respeto del Sabbat y otras leyes religiosas.

Como último intento de llegar a un pacto, el Raví Akiva encabezó una delegación que se entrevistó con el pretor romano, Turno Rufo, pero éste desoyó la petición de los judíos. La chispa de la sedición estaba prendiendo con fuerza en la siempre levantiscaa Judea…

Corría el año 132 cuando Akiva, indignado por la provocación romana, convocó al Sanedrín y a los elegidos para ejecutar la ansiada rebelión. En aquella reunión secreta, el Raví y sus afines decidieron como levantar la provincia entera sin caer en los errores que Simón Bar Giora cometiese en la revuelta del 60.

El nuevo Simón, el presunto Mesías, fue el elegido para ejecutar los planes del Sanedrín: alzó con éxito la ciudad y provincia contra Rufo, aniquilando de paso a la X Ferrata y a la XXII Deiotariana que pretendía auxiliar al pretor desde su base en Egipto.

En muy poco tiempo, Simón bar Kojba controlaba toda la Judea romana ejerciendo de caudillo militar apoyado sin condiciones por la facción más dura del sector religioso.

La noticia de la rebelión llegó pronto a Antioquía, donde casualmente se encontraba el emperador Adriano. Incapaz de reaccionar con rapidez ante aquella inesperada sedición, necesitó cerca de dos años y medio para movilizar las doce legiones que llegaron desde todo Oriente, incluso desde el Danubio, y ponerlas bajo el mando de un hombre de gran reputación en asuntos militares, Sexto Julio Severo, hasta entonces gobernador de Britania.

El Prìncipe de Israel

Mientras tanto, Simón bar Kobja fue proclamado oficialmente “Nasí”, Príncipe de Israel, gobernó como un soberano toda Judea, llegando a acuñar monedas con el lema “Era de la Redención de Israel”.

Con la ayuda de su aliado Akiva,  se sentía más fuerte, además de convertirse en un imán para el resto de judíos diseminados por todo el Imperio que volvían a su tierra llamados por la ilusión de su mensaje libertador.

Adriano heredó de su antecesor la mayor extensión territorial que tuvo el Imperio, por lo que no podía consentir que un sedicioso pueblo sometido desestabilizase la siempre insegura frontera oriental. Severo hizo enseña de su cognomen.

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Evitando siempre una batalla campal de incierto resultado, en el verano del 135 entraba a sangre y fuego en Jerusalén, con mayor crudeza y brutalidad que en el asalto de las tropas de Tito.

El Raví Akiva fue apresado durante la contienda y  torturado con peines de hierro incandescentes que arrancaban la piel a tiras, llamados “uñas de gato”, hasta morir. Es uno de los diez mártires del judaísmo que se sigue venerando hoy en día.

Tras la caída de Jerusalén, el “Nasí” y sus más fieles huyeron a la fortaleza de Bethar (Beitar)

Por órdenes directas de Adriano, Julio Severo les siguió, les rodeó y tomó Bethar al asalto sin ninguna piedad, propiciando la muerte de todos quienes allí resistían. Así lo recoge el Talmud.

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Taná Raví Akiva ben Iosef, sabio rabínico, quien proclamo la llegada del nuevo Mesìas, fue capturado y cruelmente torturado por los legionaros romanos.

Además, tuvieron que pasar diecisiete años para que las autoridades romanas permitiesen enterrar los restos apilados de los rebeldes que quedaron allí como banquete para los buitres.

Bar Kobja murió en Bethar, defendiendo su credo y país hasta su último aliento. Como tributo a su coraje, el primer presidente del moderno estado de Israel cambió su nombre auténtico, David Grüm, por David Ben Gurion en homenaje a uno de los aguerridos oficiales que acompañaron hasta la muerte de quien llamaban El Mesìas.

Dejando la espada de lado, en una lucha no violentista  por la justicia social, las comunidades cristianas sobrevivieron en la catacumbas romanas y, dos mil años después, cuando los césares pasaron a la historia, su mensaje sigue expandiéndose en los cinco continentes.

 

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